jueves, 29 de diciembre de 2011

¿Qué Sucede en la Mente Humana?


W. Alexandra Berger D., acaba de publicar Auto-análisis. Sin miedo a Crecer (Mago Editores), un nuevo tipo de libro que promueve la autoconsulta, enseñando a pensar como lo hacen los psicoanalistas.


La autora es psicóloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1984), premio a la mejor tesis de título otorgada por el Colegio de Psicólogos. También es diplomada en psicoanálisis y literatura y ha ejercido en clínica y capacitación en empresas.

El libro recorre los problemas y sufrimientos humanos, explora su origen junto a los modelos inconscientes que hay detrás de ellos y cómo se insertan en la personalidad.
En síntesis, informa acerca de qué hay que saber y hacia dónde mirar para resolver los propios conflictos, según las circunstancias.

La originalidad de Auto-análisis. Sin miedo a Crecer reside en que, si bien su propósito es educativo, basado en una investigación seria, la trama del libro es de ficción.

Así, imaginariamente, Elena, una psicóloga, conversa con el doctor Jensen, con Freud y dos amigos: Sebastián y Dmitri. Todos ellos interesados en saber qué sucede en la mente humana. Sorprende, asimismo, encontrar en sus páginas versos que abordan algunos temas desde una perspectiva poética.

A través de este texto la persona, sin grandes problemas psicológicos o patologías, interesada en ver más claro adentro de ella misma, podrá beneficiarse y desenvolverse de mejor forma en la realidad. Profundizar en las clásicas interrogantes: ¿quién soy yo?, ¿qué es importante para mí?, ¿cómo estoy viviendo?, ¿cuál es mi verdad?, ¿qué misteriosos mecanismos dan forma a mis inquietudes, pensamientos y elecciones?, afectará la manera en que nos vemos y relacionamos con el mundo, pero también abrirá espacios de intimidad antes desatendidos.

Contacto
alexandrabergerd@gmail.com

martes, 20 de diciembre de 2011

W. Alexandra Berger: Pensar con Lógica en lo Ilógico






Recientemente se publicó "Auto-análisis. Sin miedo a crecer" (Mago Editores), un libro donde la autora recorre los problemas clásicos del ser humano para incentivar que cada cual logre superar sus limitaciones. Pero lo hace desde la ficción, incluyendo entrevistas, testimonios y también poesía. Todo un desafío.

por Beatriz Berger

Con la alegría que otorga tener entre las manos su primer libro, la psicóloga de la Universidad Católica W. Alexandra Berger Dempster –diplomada en psicoanálisis y literatura-, se explaya hablando de esta obra. Obra, donde buscó la mejor manera de dar a conocer su visión del psicoanálisis, atreviéndose a innovar los esquemas establecidos para este tipo de publicaciones. Y lo hizo incorporando la literatura en sus textos.

Lectora voraz, W.Alexandra Berger (Santiago, 1960) unió a sus numerosas lecturas la experiencia clínica, cuyos resultados quiso compartir. “Al principio –recuerda-, sólo tenía en mente enseñar a pensar como lo hacen los psicoanalistas; de hecho, fui armando el libro sobre la marcha, según lo que espontáneamente me parecía importante comunicar”.

-Mi primer paso –agrega- fue reunirme con un destacado analista. De esas conversaciones surgió un material muy rico e interesante, al que se sumó una investigación bibliográfica. Recién, al final de su escritura, me di cuenta de que el libro ofrecía un espacio psíquico de introspección, protegido y también muy libre, para que los lectores pudieran dialogar con su yo.

-Al parecer se entretuvo escribiendo ¿no?
-Sí, y espero compartir con la gente el mismo entusiasmo que me proporcionó recolectar, organizar y transformar el material, lo que también me ayudó a sacar afuera pensamientos que no sabía que guardaba. La idea era rescatar lo perdido u olvidado: la persona que siempre hemos sido, alguien capaz de sentirse e intuirse a sí misma, capaz de escuchar, retener, comprender y construir verdades que guiarán su vida.

Ejercitar la mente

-¿Cómo resumiría los temas que aborda en su libro?
-Auto-análisis reconoce tres dimensiones de consciencia, muy mezcladas entre sí e importantes de cultivar para el desarrollo sano de la personalidad: la capacidad de sentir, de pensar y de hacer lo propio. Con la madurez, se comienza a valorar el auto-cuidado. Si uno no cuida sus capacidades ni trata de comprenderse, ¿qué se puede esperar, entonces? Lo primero, es armar un espacio de silencio, para reflexionar en uno mismo. Ahí corresponde integrar una voz subjetiva, emocional e intuitiva, cuyas corrientes que estimulan o inhiben, guían el camino a seguir. Luego, se debe incorporar una voz racional y serena que cuestiona, capaz de pensar con lógica en lo ilógico, en el sin sentido del cuerpo. Por último, es preciso incluir una voz espiritual, conectada con lo inmaterial e inexpresable.

-En definitiva ¿asumir la tarea de ser más conscientes de lo inconsciente?
-Claro, cuando alguien logra comprenderse, no sólo se está amando, también toma posesión de su persona y deja de depender excesivamente de las autoridades externas. ¡Cuánta gente deja languidecer sus capacidades mentales por falta de uso y sólo las estruja en tiempos difíciles!

-La idea sería entonces encontrar la voz personal.
-Por supuesto, fundada en la experiencia emocional. Al compartir verdades propias aprendemos de nuestra experiencia y de la de otros y viceversa. Intercambio que nos ayuda a sentir que no estamos solos en este mundo, que de veras existimos, íntimamente conectados con la vida, estableciendo un sentido de “nosotros”, fuente de alegría.

-Ejercitar la mente, la hará crecer, lo que se traducirá en un robustecimiento de la personalidad y expansión del poder imaginativo. Sin embargo, ¿qué detiene mi desarrollo personal? ¿Por qué he decidido vivir muy por debajo de mi potencial creativo y espiritual? El libro entrega nociones que señalan a dónde mirar para contestar estas preguntas.

Mensajes impresos de generación en generación

-Después de todo, ¿qué es lo más importantes que debemos saber?
-De acuerdo al psicoanálisis, en el trasfondo de la personalidad, existen múltiples fuerzas inconscientes o clandestinas que empujan y diseñan la vida. Sucede que los antecesores han impreso programaciones, limitaciones y modos de ser a su descendencia que son muy difíciles de erradicar y que dirigen su destino. Aunque en algunos casos pueden enriquecerlo, en otros pueden conducir a una vida insatisfactoria. Por eso debemos explorar con realismo el árbol familiar y mirar las actuaciones de nuestros padres con los ojos del niño que fuimos, sin negar el sufrimiento experimentado. Aceptar la verdad es lo único que protege de los abusos y dolores que se repiten generación tras generación sin resolver absolutamente nada.

-¿Cómo lo explicaría?
-Una mujer, por ejemplo, puede descubrir que su madre fue una niñita maltratada y que a su abuela le sucedió lo mismo. En vez de dar por sentado que la madre es omnipotente, como un Dios –tan grandiosa y poderosa que puede impedir el dolor y satisfacer todos los deseos- entiende que detrás de esa mujer y dentro de ella misma hay un legado generacional de historias femeninas que forman parte de su biografía. Entonces, comienza a percibir a su madre como una mujer tan frágil, asustada y vulnerable como ella misma se siente ahora.

-Llama la atención que haya integrado la poesía en sus textos.
-La forma más válida de reflexionar incluye tanto la capacidad de dialogar con las múltiples voces que habitan en nuestro interior como con distintas personas. La experiencia de dialogar con otros, con la poesía en este caso, funda la capacidad de mantener conversaciones internas con distintas estructuras mentales.

-De allí que incluya varias voces.
-Sí, he trabajado con la voz poética y personal -más cercana al mundo de las sensaciones y de la intuición- y con la voz racional, vinculada al mundo mental o conceptual: ambas pueden ir de la mano en armonía y enriquecerse entre sí. Se puede indagar en los múltiples sentidos de la poesía y al mismo tiempo cuestionar su racionalidad.

Hablar sin censuras

-¿Por qué recurre a la entrevista y a la ficción para explorar los temas?
-El camino de la ficción, permite al lector separar claramente fantasía y realidad. Imaginariamente, la psicóloga Elena entrevista a Sigmund Freud, al doctor Jensen, un analista experimentado y reflexiona con dos amigos, Dmitri y Sebastián. Así entramos a un espacio psíquico-imaginario de preparación para lo real, construido con conocimientos efectivos y respetuosos de los márgenes racionales. También abre vías imaginativas.

-Valiente usted, atreverse a entrevistar nada menos que a Freud.
-¡Fue imposible dejar mudo al maestro, padre del psicoanálisis! Conversar con este experto de la consciencia es esencial para los interesados en lo humano. No obstante, hay que seguir su ejemplo, con la idea de descubrir la propia mente y construir verdades personales, independientes de las de él.

-Elena conversa con Freud –continúa W. Alexandra Berger- sobre la regla de la asociación libre, donde el único compromiso del analizado es hablar sin censuras sobre todo lo que transcurre en su mente. Él examina los patrones de la vida psíquica, la lógica sensible que hay detrás y qué papel juegan dentro del sistema de la personalidad. En el momento que alguien detiene su discurso, es porque se encuentra atrapado en una falla biográfica. La persona se defiende de lo que siente doloroso e incontrolable, y ya no puede amar ni crear. Como se aparta de la realidad, negándola, busca refugio en ilusiones que, si bien son gratificantes, también lo hunden en circuitos angustiantes y dolorosos que sólo inmovilizan. Entonces, aparece un espacio para mirarse por dentro, y hacer consciente lo inconsciente. Liberado su mundo interior de pasiones y cuentos inquietantes que enceguecen, podrá reconciliarse con su historia y con él mismo, y ver más claro el camino a seguir. Viajar al pasado y conversar con Freud, fue renovador.

-¡No es fácil comprender lo humano!
-Toma tiempo, necesita de una observación cuidadosa; de una mente informada y analítica, propensa a la autocrítica y a pensar antes de hablar; de una técnica que favorezca escuchar entre líneas y la capacidad de ponerse en el lugar de otros, como vía de acceso a conocer distintas experiencias. Espero que Auto-análisis tenga el poder de influenciar no sólo a quienes están preparados para ver más claro en su personalidad y aprovechar su lectura, sino también que su saber se extienda a los menos interesados. Contar con ojos más grandes para ver la realidad es parte importante en el desarrollo de la creación, del amor y de la felicidad.





lunes, 19 de diciembre de 2011

Gonzalo Rojas y la Reniñez: Una Apuesta a la Imaginación




Desde pequeño el poeta de ¿Qué se ama cuando se ama? tuvo que nadar contra la corriente: de niño, venció su tartamudez cambiando unas palabras por otras, fascinándose con las letras. De adulto recibió críticas demoledoras de Alone, pero –demorándose, demorándose- siguió escribiendo hasta recibir todos los premios imaginables. Cuando fue mayor, le dobló la mano a la vejez a través de un juego imaginativo que le permitió vivir la reniñez y seguir disfrutando la vida como un “viejoven”.

por Beatriz Berger

Tenía una deuda pendiente con Gonzalo Rojas Pizarro, un hombre al que admiré y admiro, no sólo por la calidad de su poesía, sino por haber vivido con felicidad hasta sus últimos tiempos, atreviéndose a salirse del libreto y a conservar la espontaneidad y frescura de la infancia. Y así lo reconoció en Alcalá de Henares el 23 de abril de 2004 cuando recibió el «Premio Cervantes»:

-Encima de los ochenta –ya destemporalizado y desespacializado- sigo intacto, creo que sigo intacto, nadando en el oleaje de las pubertades cíclicas, de encantamiento en encantamiento y de desollamiento en desollamiento. Nada me desengaña y el mundo me ha hechizado, sin insistir en la cuerda de Quevedo. Ni en la de Huidobro que nos hizo viejóvenes para siempre.

Y determinado a no detenerse hasta llegar, buscó los juegos de la imaginación para derrotar la vejez y tener un nuevo alumbramiento: de la niñez a la reniñez, “desde el vagido al velorio”, como decía él.

-¡Ahhhh la reniñez! –señaló en entrevista con «Revista de Libros» del diario El Mercurio en 1992, con motivo del «Premio Nacional»-. La verdad es que cuando uno sobrepasa los sesenta y cinco, tal vez los setenta años, empieza a proyectarse de un modo imaginativo más lozano, más fresco. Los sentidos parecen más alertas para recibir las cosas. Por lo menos a mí me ha ocurrido y una prueba de eso es que ahora mismo estoy escribiendo cosas que tienen una vibración, una vivacidad tal vez mayor que cuando escribía desde ciertos rigores de mi edad adulta.

-La reniñez –continuó- es indispensable, tanto como lo es la niñez. En el fondo es un rescate de ella. Sólo el niño tiene esa disposición preciosa de la admiración, del asombro, del sentirse golpeado a cada instante por la realidad. Este plagio que yo llamo reniñez, es como un gran encantamiento.

Provisto del escudo de la infancia recuperada, Gonzalo Rojas luchó contra la tentación de darse por vencido y hacerse viejo pues, además, creía que los poetas eran niños en crecimiento tenaz. “Esa es una de las características del verdadero poeta. Y se crece hasta el día final y tal vez hasta más allá del día final. El poeta, en el fondo, es un gran adolescente. Está incesantemente creciendo, pero en cuanto a niño, no para llegar a ser adulto. De allí esa dimensión de estabilidad esencial de las infancias”.

A fin de cuentas, este “aprendiz inconcluso” estuvo dispuesto a no parar, “venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el Mundo”.

Tartamudo y asmático

Pero enfrentar el transcurso del tiempo fue solo uno de los tantos desafíos que el poeta tuvo que resolver a lo a lo largo de su vida. Cuando era pequeño, su tartamudez le provocó serias dificultades. Lo recuerda el propio escritor en el libro La poesía de Gonzalo Rojas, escrito por su mujer, Hilda R. May (Hiperión, Madrid, 1991).

-En el internado al que ingresé como becario pobre a los nueve años, se nos exigía leer por turno y en alta voz, durante unos veinte minutos seguidos, encima de una silla, mientras los demás comían. Imagínese (…) ahí encaramado en ese suplicio sin poder pronunciar los vocablos que empezaban con fonemas como p,q,t,k, y expuesto al escarnio y a las carcajadas de mis compañeros. Fue entonces cuando se me dio el portento del gran juego verbal, en ese espacio imaginario que se me impuso con urgencia, merced al recurso de relevar unos sonidos crueles para mi asfixia, por otros sin duda más aireados. (…) Desde ahí se me dio el neuma y la vivacidad de la palabra”.

Sólo se aprende aprende aprende
de los propios propios errores.
(El espejo)

Al mismo tiempo que el futuro poeta superaba su tartamudez con el ejercicio mental de sustituir unas palabras por otras, derrotaba los problemas que le producía el asma que lo acompañó de por vida. Y ambos los vencía creando, paso a paso, un ritmo característico de su oficio poético, el cual ejerce como si estuviera respirando más alto y más hondo.

-Como si adentro de las costillas –explicó a El Mercurio- sintiera el juego del respiro-asfixia, mucho más nítido, más limpio. Es un ejercicio casi fisiológico en mí el escribir, el soltar las amarras. No me importan para nada estos tres cuartos de siglo que tengo alojados adentro de mis costillas porque allí está el corazón golpeando con fuerza, con intensidad.

Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo: no para respirarlo
sino para vivirlo.
(La palabra)

Pero, sin estas limitaciones quizás este hombre “tartamúdico y asmático”, no habría logrado el desarrollo literario que tuvo.

-Es muy posible –señaló- que esa especie de pequeña mutilación que implicaba la dificultad para pronunciar, me hubiera exigido pensar y decir con el mayor cuidado y con el mayor desvelo la palabra. Antes parecía prevalecer en mí la modulación fónica. Yo soy un poeta realmente fónico, y ahora de viejo no más, se me ha trasladado la oreja al ojo. Es decir, ahora soy más visual y hasta escribo unos poemas que parecen fílmicos. “La palabra se me ha dado entre el estallido de lo natural y las modulaciones de la palabra. Acaso a eso, en parte, puede obedecer cierta vibración rítmica que se registra en la poesía mía”.

En el prólogo de su libro Oscuro el poeta escribe en Ars Poética en pobre prosa:

- Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso, y oigo, tan claro, la palabra “relámpago”. –“Relámpago, relámpago, relámpago”- Y voy volando en ella, y hasta me enciendo en ella todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías desde los seis y los siete años; mías como esa veta de carbón que resplandece viva en el patio de mi casa. Es el año 25 recién aprendo a leer. Tarde, muy tarde. Tres meses veloces en el río del silabario. Pero las palabras arden: se me aparecen como un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo. ¿Me atreveré a pensar que en este juego se me reveló, ya entonces, lo oscuro y germinante, el largo parentesco entre las cosas?

Epitafio antes de nacer

Con la palabra a cuestas también Gonzalo Rojas sufrió decepciones de parte de la crítica de nuestro país. Al recibir el Premio Cervantes lo recordó:

- "Alone", pontifex maximus de la crítica oficial de Chile, cartero o no pericoloso de las honras, me echó fuera del planeta el 48, cuando mi primer libro; (…) "Al paso que van, dijo, las letras nacionales no prometen nada bueno". Epitafio antes de nacer, la vanidad se cura a la intemperie como las grandes heridas, ¡y además mi libro se llamaba La miseria del hombre! Escarnio pide escarnio, y es bueno que a uno le digan no. No, porque lisa y llanamente no, y basta. Mucho sí te encumbra y te envilece. Ah, y otra cosa en esto de escribir y difundir: demórate demorándote todo lo que puedas, ritmo es ocio y sosiego (…), prisa para qué, laudatio para qué, vitrina publicitaria, publicidad vergonzosa para qué. Este oficio es sagrado y no se llega nunca. (…)

Y esta fue sólo una de las duras críticas que recibió en ese entonces, pues otros comentaristas dieron también su controvertida opinión. Mientras Teófilo Cid lo acusaba de expresionista, otros lo consideraban imitador de Campoamor. “Ricardo Latcham de morbo nuevo, don Raúl Silva Castro de peligro público por lo sucio. Libertino, obseso enfático. Vociferante dijo Jorge Elliott, quien recién asumía cátedra crítica por esa fecha (…) La miseria del hombre sigue siendo mi cantera y “quod scripsi scripsi”. Todo está ahí y perdura; el respiro-asfixia, el desenfado, el vaivén pendular de lo muy abierto a lo críptico, el desollamiento, el tono, la ambigüedad riente. Aprendí a escribir demorándome y en eso ando todavía”. Contó a la revista Babel.

Pero Gabriela Mistral, no obstante, leyó este libro con otros ojos. Escribía en una carta: “Hace una semana que tengo su libro. Me ha tomado mucho, me ha removido y, a cada paso, admirado y, a trechos, me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito (...). Lo que sé, a veces, es recibir el relámpago violento de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he experimentado con su precioso libro".

En todo caso, Gonzalo Rojas continuó escribiendo en forma pausada. Sin embargo, la parte más considerable de su obra la publicó a una edad madura. “Es raro el caso de un escritor –comentó a Revista de Libros- cuyo ejercicio literario se haga encima de los sesenta años. Pero se ha dado. Borges escribió poesía en su juventud, pero una obra no muy significativa. Después se calla para la poesía y escribe ficción, ensayos. Hacia los sesenta años recupera el vuelo poético y hace un ejercicio prodigioso”.

Publicaciones tardías que el vate chileno atribuye a que apostó a este oficio, sin impaciencias, ajeno al espejismo del éxito, “lentiforme” –como se calificaba- y demorándose, demorándose.

El éxito no cambió su vida

Además de esforzarse por conservar la capacidad de asombro, de libertad y de reírse de sí mismo que tenía en los primeros tiempos, Gonzalo Rojas no se dejó llevar por el éxito y mantuvo su vida de siempre: su larga casa en Chillán de Chile, con el jardín de rosas, la música que le gustaba y la famosa cama china con espejos.

También conservó su refugio campestre en el Torreón del Renegado, construido sobre el río Renegado –“río que zumba y suena como cien órganos de Bach y crece torrencial junto a mi casa. Viene de las cumbres y es de veras un arcángel”-, fue un espacio muy entrañable para él. Allí podía encontrarse cara a cara con la naturaleza fuerte que lo ligaba a la infancia con ventarrones, tempestades y relámpagos, tan relacionados con su Lebu natal y su palabra poética. Seguía, asimismo, con su viejo e iletrado chofer, Panchito, ese que un día le preguntó inquisidor: “Oiga don Gonzalo ¿qué es la poesia? Y el poeta le respondió: “No sé”. Entonces, rápido, le replicó: “Cuando lo sepa, me informa”. Es decir, el autor no dejó que él éxito, que calificaba como “disipación y estruendo”, le cambiara radicalmente su diario vivir y el mundo que había conformado.

Así, la vida de Gonzalo Rojas que partió un 20 de diciembre de 1917 como el séptimo hijo de un modesto minero del carbón, -quien lo dejó huérfano cuando apenas tenía
cuatro años-, en un esfuerzo espectacular para vencer sus limitaciones y dificultades del camino, desarrolló sus capacidades innatas. Capacidades que lo impulsaron a dar un
salto mortal, consiguiendo los más altos honores a los que puede aspirar un poeta: Premio Nacional, Premio Reina Sofía de Poesía, Premio Cervantes, sólo por enumerar algunos de los galardones que recibiera este hombre que tan tiernamente le cantara a su padre en su conocido poema Carbón:

(…)
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
(…)
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
—Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.


También el apoyo recibido por parte de su madre, aflora en los versos de Celia:

(…)
Y nada, nada más; que me parió y me hizo
hombre, al séptimo parto
de su figura de marfil
y de fuego,
en el rigor
de la pobreza y la tristeza,
y supo
oír en el silencio de mi niñez el signo,
el Signo
sigiloso
sin decirme
nunca
nada.
Alabado sea tu parto. (…)


Con las dos figuras paternas siempre presentes en el corazón, Gonzalo Rojas fue capaz de desafiar sus problemas a través de la creación literaria y llegar a las máximas alturas de los reconocimientos a su poesía, donde uno de los grandes temas dice relación con Dios y la muerte.

“¿Hay Dios/ en esta quebrazón de copas, o lo que va a estallar/ es el mundo?” se preguntaba el poeta del asombro en sus versos Alcohol y Sílabas. En entrevista con El Mercurio respondía:
-Sí, hay Dios, y me está viendo ahí, y hablo con El despacito”.


Conversación que se reanudaría el 25 de abril de 2011 cuando Gonzalo Rojas -quien pese a los 93 años que llevaba sobre sus espaldas, nunca renunció a la juventud-, viajaba a otro mundo para continuar el diálogo iniciado en esta Tierra, más allá, mucho más allá de las estrellas.


Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro
.
(Al silencio)

viernes, 28 de octubre de 2011

Leonora Carrington: La Salvación a través del Arte








Rebelde desde que abrió los ojos al mundo, la artista y escritora inglesa radicada en México, no sólo dejó un legado que se traduce en esculturas, libros y cuadros -muchos de ellos colgados en importantes museos-, sino que también hereda un testimonio de la lucha emprendida contra sus terremotos mentales, los cuales no lograron opacar su espíritu creador que, a fin de cuentas, fue el arma con la cual exorcizó sus demonios.

por Beatriz Berger



Ya a los nueve años Leonora Carrington (1917) era expulsada del «Holy Sepulcre», donde estudiaba. En el colegio explicaron a sus padres que no parecía dispuesta a participar ni en los juegos ni en el trabajo y que, por favor, la sacasen de allí. “Había decidido que tenía vocación de santa. Probablemente exageré la nota”, recordaba con su humor característico esta creadora en la revista «El Paseante», en 1993. Luego, al cabo de un año, sería también despedida del convento de St.Mary, en Ascot, el cual había despertado todo su odio. Pero tampoco se adaptaría la joven Leonora –cuando tenía trece o catorce años- en el estricto finishing school primero en París y luego en Florencia, donde la había matriculado su madre con la esperanza que mejorara su conducta.


No había cómo domesticar el espíritu inquieto de esta pequeña que, además, llamaba la atención porque podía escribir indiferentemente con las dos manos y en espejo: “Sí, soy ambidiestra, como los locos; a mí me trataron como disfuncional”, reconoció en una entrevista publicada en «Letras Libres».

Sin embargo, pese a que tuvo una niñez conflictiva, paso a paso fue desarrollando el interés artístico, dibujando especialmente caballos por los que sentía gran pasión e identificándose con ellos. Famoso es su autorretrato donde aparece junto a un caballo de juguete y vestida de equitadora.


Alrededor de los diecisiete años, la hermosa joven fue presentada en la corte de Jorge V en el Ritz, como era costumbre en las familias acomodadas inglesas. “Yo estaba, al parecer, en el mercado del matrimonio. Sufrí la temporada londinense”. Contaba esta mujer que criticaba por “absurdos” los eventos sociales de la época y que en su cuento, Mis pantalones de franela, califica como “manifestaciones artísticas (…) organizadas con el objeto de que unos hagan perder el tiempo a otros”. No obstante, estos mismos eventos fueron inspiradores de muchas de sus pinturas y relatos. La Debutante, por ejemplo, es una historia terrorífica -inspirada en su primer baile de estreno en sociedad- donde una hiena joven asiste a un baile de estreno, utilizando la cara que le arrancó a una criada y expeliendo un olor nauseabundo.


Finalmente, Leonora Carrington decidió hacer lo que le gustaba: dedicarse al arte. “No quiero ser una debutante –pensó-, quiero pintar”. Noticia que fue muy mal recibida por su familia, que consideraba que dicha actividad era para homosexuales y criminales. Pese a los consejos paternos venció su obstinación, matriculándose en la “Chelsea School of Arts”, donde disfrutó a fondo la experiencia pictórica. Luego, el hombre que su padre había contratado para que la espiara en Londres –y que la visitaba una vez por semana- le sugirió estudiar con Amedée Ozenfant, quien, según criticaba la joven, la tuvo seis meses pintando la misma manzana. Sin embargo, fue en ese entonces, cuando tenía veinte años, que una compañera la invitó a una cena con el pintor, escultor, artista gráfico y poeta alemán, Max Ernst, a estas alturas de 47 años, quien -influido por Freud- dejaba salir libremente las imágenes del inconsciente en su obra. Su cuadro «Dos niños amenazados por un ruiseñor», había causado la mayor admiración de Leonora, descubriendo que, tal vez, por esos caminos surrealistas estaría su propio destino.


Pero los caminos de ambos creadores se cruzarían no sólo en el ámbito artístico, sino también afectivo, protagonizando una turbulenta historia de amor. Así, en 1937 Leonora se escapaba a París para juntarse con él y el grupo surrealista que se reunía en St. Germain de Prés, cuyo lema era la frase de André Bretón: “La vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser vistos como contradicciones”. En todo caso, la artista declaró al diario «El País», el 18 de abril de 1993: “Pensé que tenía mucha afinidad con esa gente. Era un grupo compuesto esencialmente por hombres que trataban a las mujeres como musas. Eso era bastante humillante. Por eso no quiero que nadie me llame musa (…) Yo caí en el surrealismo porque sí. Nunca pregunté si tenía derecho a entrar o no”. En 1938 escribe unos cuentos que titula La casa del miedo y participa junto con Max Ernst en la Exposición Internacional de Surrealismo en París y Amsterdam.


Después de vivir un tiempo en París y luego en Saint Martin D’ardèche, en el sur de Francia, la pareja vio interrumpida su relación amorosa por la invasión nazi en 1939, cuando Ernst fue tomado prisionero y encerrado en un campo de concentración francés.


Terremoto mental


Empecinada en cooperar en la liberación de Max Ernst, Leonora se negó a regresar a Inglaterra como le sugería su familia. Sus padres la mandaron a buscar, pero cuando la localizaron en España, que acababa de salir de la guerra, la embajada británica “se había encargado de internarme en un manicomio”, contaría después.


Su experiencia en el sanatorio del doctor Morales en Santander, a donde ingresó el 23 de agosto de 1940, la dejó estampada en Memorias de Abajo, obra publicada originalmente en 1943, años después de sufrir esta traumática reclusión, y que hoy podemos leer en el libro editado por Siruela en mayo de 2001. Allí confiesa que debe revivir dicha situación porque “creo que me ayudará (…) a conservarme lúcida y me permitirá ponerme y quitarme a voluntad la máscara que va a ser mi escudo contra la hostilidad del conformismo”. Y continúa: “La sentencia que la sociedad pronunció sobre mí en esa época particular fue probablemente, e incluso con seguridad, una bendición del cielo; porque yo no tenía idea de la importancia de la salud, o sea de la absoluta necesidad de contar con un cuerpo sano, para evitar el desastre en la liberación de la mente”.


En una de las partes más dramáticas del libro la autora recuerda: “Tan pronto como llegué, apareció don Luis por mi habitación. Le dije a gritos: “¡No admito su fuerza, el poder de ninguno de ustedes sobre mí. Quiero ser libre para obrar y pensar; odio y rechazo sus fuerzas hipnóticas!” Me cogió del brazo y me llevó a un pabellón que no se utilizaba.
-Aquí soy yo el amo.
-Yo no soy ninguna propiedad de su casa. También tengo mis pensamientos personales y mi valor particular. No le pertenezco a usted.
Y de repente me eché a llorar. Me cogió del brazo (…) y comprendí con horror que iba a administrarme una tercera dosis de Cardiazol”.

Posteriormente, el propio Luis Morales, psiquiatra que la atendió en su etapa crítica, escribió un artículo en el diario «El País» en 1993, titulado “La enfermedad de Leonora”, que en una de sus partes dice:
“Ante el progreso de la psiquiatría, me atreviera a pensar si era una enferma. Por la ansiedad con que defendía su surrealismo podría haber sido calificada de asocial y candidata a una clínica psiquiátrica de Santander. Médicos de prestigio, abogados, hombres de negocios y diplomáticos, por su anormal conducta, nos la confiaron para que Leonora recuperase un buen y bien vivir. (…) La enferma se curó con sólo tres sesiones de meduna (choque convulsivo químico con cardiazol). El electrochoque aún comenzaba”. Y el facultativo agregó: “El surrealismo, que ya pasó, negaba todo lo racional y lógico, era, para algunos psicoanalistas, mágico, primitivo y analógico. (…) El surrealismo deseaba, desde la negación de todo, que la humanidad reviviera una civilización y cultura noble y trascendente (…)”.


¡Liberación!

Esta dura experiencia marcaría toda la vida de Leonora Carrington, quien llegaría a calificarla, posteriormente, como un “terremoto mental” y una situación “muy parecida a haber estado muerta”.

Sin embargo, fue su primo médico, Guillermo Gil, quien le abrió una puerta: consiguió que la dejaran salir del sanatorio en Santander y la mandaran a Madrid con frau Asegurado, su cuidadora. De allí sería enviada a Portugal para luego radicarse en Sudáfrica. “Yo me dije –recuerda la artista en Memorias de Abajo- no voy a ir a Sudáfrica ni a ningún otro sanatorio”. Fue así como mientras permanecía en Estoril informó a sus cuidadores que tendría que viajar a Lisboa a comprar guantes.

Estando en un café, salió corriendo y tomó un taxi al que indicó enfática: “A la Embajada de México”. En ese entonces, tenía tanto miedo a los alemanes como a su propia familia, motivo por el cual decidió casarse con el escritor y periodista mexicano Renato Leduc. “Era capaz de cualquier cosa para que no me enviaran a Sudáfrica para no doblegarme a los designios de mi familia”, confidenció a Marina Warner.

Con Leduc, cuyo matrimonio no duró más de dos años, partiría a Nueva York y más adelante a México, en 1942, donde echa raíces y da rienda suelta a su exuberante espíritu creativo. Se contacta allí con Octavio Paz, Diego Rivera, Frida Kahlo y Remedios Varo, entre muchas otras personalidades de la época.

Hacia 1944 sus cuadros habían sido expuestos en importantes galerías de Nueva York, París, México y Alemania. En ese entonces, sus composiciones surrealistas comenzaban a llamar la atención de los críticos internacionales. En tanto, se enamora del fotógrafo húngaro “Chiki” Weisz con quien tuvo dos hijos. Mientras crece su familia publica Penélope, obra de teatro que fue estrenada por Alejandro Jodorowsky en 1957 y más adelante da a conocer algunos de sus escritos reunidos en El séptimo caballo y otros cuentos (Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1992).

El fuerte temperamento de Leonora Carrington, unido a una excesiva sensibilidad, la llevaron a protagonizar grandes aventuras y desventuras a lo largo de su inquieta vida, en la cual siempre buscó la libertad, tanto en lo personal como en el arte. No obstante, su inteligencia y sus evidentes dotes naturales la llevaron por los caminos de la creación, caminos que a fin de cuentas fueron el bálsamo, la terapia, para superar sus crisis a través de una pasión que la absorbió completamente.

-Siempre he tratado de ser lúcida –dijo a «XL Semanal», en enero de 2006-. Nunca acepté las normas ni las leyes dadas. Me horrorizan; siento un fuerte rechazo por la autoridad, que exista el código que establece lo que es normal y no. Pero las cosas son más complicadas de lo que parecen y las creencias dependen de cada país. Hay un subterráneo infinito. Para muchas civilizaciones, ese subterráneo es parte de la cultura. Sin embargo, nuestra civilización occidental, gobernada por lo llamado “racional”, es más rígida. La realidad es mucho más compleja de lo que imaginamos y por ello no se puede actuar sólo en un marco racional.

Entre el sueño y la vigilia

De allí, entonces, que insólitas situaciones y personajes pueblen los escritos, pinturas y obras escultóricas de esta “desposada del viento”, como la llamaba Max Ernst. No es raro presenciar a través de sus relatos las vacaciones de un esqueleto, feliz de haberse liberado de la carne, porque ya no siente ni frío ni calor y menos le pican los mosquitos. Y tampoco resulta extraño observar manos que vuelan o un ¡enorme bigote! descansando en un plato de porcelana.

Humor, horror y sorpresa abundan en su universo onírico poblado de personajes míticos e imaginarios que dejan al descubierto su real amor por los animales, el cual comenzó en su infancia en Lancashire con su pasión por los caballos. De allí que a los animales les adjudique características humanas. Es el caso del relato donde la joven Virginia Fur se enamora de Igname, un jabalí y llega a dar a luz siete jabatos. La historia de horror que le sigue, es preferible omitirla. Y es que Leonora Carrington no hace separación entre humanos y animales que, a su juicio, también poseen conciencia e inteligencia. Al respecto, señaló a «XL Semanal»:

-Tenemos un alma humana, pero también de animal. No creo que los seres humanos sean una raza muy divertida. Se está creando un mundo horrible, lleno de guerras absurdas, odios feroces e injusticias. Todo ello habla de la calidad de los animales humanos. Estoy convencida de que la raza humana no es superior a la de otros animales. Creo que el mundo animal es universal, pero su potencial no ha sido explorado.

¿De dónde surge este rico imaginario –pictórico y literario-que se asocia a los aspectos más excéntricos del surrealismo, con lo esotérico y lo oculto?

Desde la infancia Leonora Carrington tuvo visiones fantasmagóricas. Visiones probablemente estimuladas por las historias de seres maravillosos -inspirados en la mitología celta e irlandesa- escuchadas a su madre y a su nanny, junto a la lectura de Lewis Carroll y a la constante observación de los cuadros de El Bosco y Brueghel. A esto se suma el conocimiento del budismo tibetano, su interés por Jung y los textos esotéricos y de alquimia. También le influyó la lectura de La diosa blanca, de Robert Graves, sin desconocer los aportes que le entregó la cultura mexicana.

Pintar, un oficio artesanal

En todo caso, el principio de vida, como artista, era para esta creadora, no explicar nada acerca de su arte. Aseguraba que no sabía de dónde venían las imágenes y que muchas veces los personajes subían solos a los cuadros. Y aclara que ella no decidió ser pintora, como bien contó a «XL semanal»:
- La pintura lo decidió por mí. Me escogió y me inventó y yo simplemente lo he hecho lo mejor que he podido. Estudié mucho en Londres, en París, en Italia. Necesitaba la técnica, no ideas, porque cada uno tiene las suyas. Continúo estudiando. Me considero una eterna estudiante.
-Este arte –agregó- es como un centro donde todos los lugares invisibles de la mente se vuelven visibles. Sólo pinto cuando siento energía, pero continúo viviendo cada día por y para mi trabajo. Pintar es para mí un oficio artesanal, como el de los carpinteros que usan las manos y el cuerpo para crear una visión (…) y ese procedimiento está desapareciendo. Los surrealistas eran muy buenos en ese sentido. Picasso, que venía a visitarnos a Max y a mí, era ante todo un gran artesano. (…) Perder la habilidad artesanal es perder la sabiduría, porque al final sólo un buen artesano puede producir con el alma y el corazón.

Vale la pena destacar por otra parte, la retroalimentación que existe entre sus pictóricas escenas literarias y las narraciones contenidas en sus telas. El mundo de las imágenes y el de las palabras, se unen en una amigable convivencia a través de todo su quehacer. De esta manera, las luces y sombras, perspectivas, proporciones y el color, destacan en las descripciones de sus textos. Escribe en Vuela paloma: “El caballo era grande, de huesos fuertes y redondos; y era una extraña mezcla de sombras rosadas y púrpuras, del color de las ciruelas maduras; de ese color que llaman ruano. De todos los animales, el caballo es el único que tiene ese color rosado”.


Alquimista y transmutadora de la luz


Por su parte, Braulio Arenas en sus Actas Surrealistas (Editorial Nascimento, Santiago, 1974) comenta:
-Leonora Carrington es el rayo de luz que se corta en el diamante llamado poesía, y va a esparcir sus mágicos colores por la habitación antes negra del mundo, rayo de luz que baña real al barco fantasma, rayo de luz que entra por el ventanuco de la celda (y esto casi ha dejado de ser simbólico lenguaje, suponiendo al hombre prisionero de la razón), rayo de luz transfigurado en llave de libertad, o llave de libertad transformada en luz de amor.
Y más adelante dice Arenas:
-En acuerdo feliz tiempo y espacio se escurren de los dedos de Leonora Carrington para traspasarse al cuadro, donde los vemos apoderarse de las formas habituales de la realidad, despojándolas de sus innecesarias vestiduras: los personajes, los animales y los paisajes temáticos de Leonora Carrington, parecen mirarnos desde otro mundo, desde otro tiempo y otro espacio, que son los nuestros, pero tratados alquímicamente por esta gran transmutadora de la luz.


Uno de los grandes enigmas de esta mujer excéntrica, de temperamento indomable y que le tenía pavor a los aviones, era saber qué ocurriría después de la muerte. Así, en una entrevista al diario «El Mercurio» en 1997 dijo con el fino humor que la caracterizaba y su marcado acento inglés:
“Yo pienso que a todo el mundo le preocupa la muerte, porque no sabemos realmente ni qué es, ni cómo es. ¿Sabe? Como no recuerdo haber muerto antes, dejo abierta esta cuestión”. Una cuestión que, sin duda, aclaró el día 25 de mayo de 2011 cuando a los 94 años Leonora Carrington cruzaba la frontera de este mundo hacia el otro lado de la vida.

Elena Poniatowska: Ficción a Partir de la Realidad








A través de «Leonora», novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2011 de la editorial Seix Barral, la escritora y periodista mexicana logra introducirse en la intimidad del proceso creativo de una mujer excepcional que dejó su huella en las letras y las artes.


por Beatriz Berger



Nuevamente Elena Poniatowska (Paris, 1932) nos deleita con su trabajo periodístico que, unido a su buen ojo literario, convierte en ficción. Una simbiosis que anteriormente le ha dado buenos frutos a la escritora mexicana, como son sus conocidas novelas, Tinísima, acerca de la fotógrafa Tina Modotti; Hasta no verte Jesús mío, donde cuenta la historia de una soldadera de la revolución mexicana, Jesusa Palancares, a quien entrevistó extensamente o Querido Diego te abraza Quiela, basada en la relación amorosa que sostuvo Diego Rivera con Angelina Beloff, pintora rusa exiliada en París. Así, periodismo y literatura se amalgaman a través de la pluma y la cabeza de Elena Poniatowska esta vez para perpetuar la imagen de Leonora Carrington.

Aunque la autora estuvo ligada por el periodismo y la amistad a la vida de Leonora Carrington (Lancashire, 1917- Ciudad de México 2011), no le resultaba tarea fácil abordarla como personaje literario, pues la vida de esta inglesa, que finalmente se radicó en México, está plagada de numerosas vicisitudes, contradicciones y un cierto hermetismo de su parte. Tal vez esa fue la razón por la que Elena Poniatowska decidió escribir una biografía novelada, pero conservando los nombres reales de los protagonistas. Además, debe haber resultado muy atractivo para ella dar a conocer por intermedio de esta obra no sólo el movimiento surrealista en Francia, México y Nueva York –a los que se integró Leonora- , sino también relatar la historia de Francia y México que se desarrollaba en torno a la trama del libro.

El mayor valor del texto, sin duda, reside en la capacidad de Elena Poniatowska de abrir las puertas del mundo creativo de esta mujer rebelde, que tenía claro que su mente caminaba más rápido que su cuerpo y se debatía constantemente entre el equilibrio y la locura. Punto de vista que la escritora mexicana destaca en su novela, como el diálogo entre Leonora y Breton, que se reproduce a continuación:
“Creo, André (Breton) –dice Leonora-, que nadie aquí se parece a mi mundo. A veces me alegro pero otras me da miedo perder la cabeza.
-El miedo a la locura es la última barrera que debes vencer. Las mentes heridas son infinitamente mejores que las sanas. Una mente atormentada es creativa. (…)”.

Por cierto, el tema de la locura y la creación es una de las grandes reflexiones de la protagonista. Así, en el manicomio de Santander -donde estuvo internada después que Max Ernst, uno de sus grandes amores, fuera llevado a un campo de concentración en Francia-, la consideraban un “vivo incendio”. Incendio que intentaron aplacar con inyecciones de Cardiazol, medicamento que en ese entonces reemplazaba al temido electroshock y que Leonora recordaría con horror hasta sus últimos días.

Vale la pena destacar, por otro lado, la presencia de los personajes de la época que rodearon a la artista como fueron la pintora Remedios Varo, los escritores Octavio Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes; el excéntrico millonario, coleccionista de obras de arte y mecenas Edward James y el fotógrafo húngaro Emérico Chiki Weisz, su marido y padre de sus dos hijos. También alternó con Peggy Guggenheim, Salvador Dalí, Marcel Duchamp y Joan Miró entre otros. Asimismo, resaltan vívidamente en la obra distintos escenarios como las excéntricas construcciones surrealistas de Edward James en la selva mexicana o la bucólica viña francesa donde permaneció durante un tiempo junto a Max Ernst.

Se trata de un libro bien documentado, provisto de una amplia bibliografía, cuyas más de quinientas páginas se recorren con avidez, pues nos hablan del desafío real y humano de una talentosa artista que debió vencer sus limitaciones, dolores y temperamento sensible para contar su verdad y, simplemente –también como terapia-, poder dar a luz su rico mundo interior.

lunes, 27 de junio de 2011

Haruki Murakami : uno de los japoneses más leídos

Después de Yasunari Kawabata, Premio Nobel de literatura, Haruki Murakami es uno de los novelistas más leído en el mundo. Ambos, junto a otros lucidos escritores, forman parte del boom de la literatura japonesa, producido durante los últimos años, especialmente en occidente.

Murakami nació en Kyoto en 1949 y vivió la mayor parte de su juventud en Kobe donde realizó sus estudios literarios. En esa misma época se casó con la que sería su única esposa, Yoko. Sus primeros trabajos los realizó en una tienda de disco y, antes de terminar su carrera, abrió un bar de jazz en Tokio. Ambas experiencias le servirían después en la creación de sus personajes. Empezó a escribir a los 30 años y alcanzó la fama con su libro “Norwegian Word”, en 1987. Luego de eso viaja a Europa y América y ocho años después regresa a su país. Entre sus maestros, como él ha comentado, figuran Raymond Carver, Scott Fitzgerald y John Irving, cuyas obras trasladó al idioma japonés mientras trabajaba de traductor en una editorial.

Lo que caracteriza la ficción de Murakami, es la capacidad de vagar entre lo real y lo onírico, entre la felicidad y el lado oscuro, entre la soledad y las ansias de amor. Y esto, coinciden sus críticos, es lo que conmueve y seduce, fundamentalmente al lector occidental.

Ha recibido varios premios como el Noma para Escritores Nóveles, el Tanizaki y el Yomiuri. De sus novelas se destacan “ Kafka sobre la playa”, “Tokio blues”, “Crónica de un pájaro que da la vuelta al mundo”.

Pero Murakami tiene sus particularidades. O rarezas, más bien. Por ejemplo, protege su privacidad a tal extremo que no va a fiestas, no recibe premios, no da conferencias ni firma libros; no quiere que nadie lo reconozca en la calle. Durante una jugada clave en un partido de béisbol, descubrió su vocación de escritor. Fanático de la música, mientras escribe siente que toca las teclas del piano en vez de las del computador. Quiere tanto a los gatos, que con frecuencia los introduce en sus novelas. No le gustan los otros escritores. Es aficionado al cine, al jazz y a los deportes, pero le tiene pánico a las alturas. Cuando termina un texto, se lo pasa a su mujer para que lo revise; en ella confía porque la considera implacable.

Al Sur de la Frontera , al Oeste del Sol:

Entre la belleza y el misterio.

La mitad del título de esta novela de Haruki Murakami corresponde a una canción de Nat King Cole, intérprete norteamericano al cual este escritor japonés admira. Un sentimiento que, sin duda, difícilmente podrían compartir la generación anterior del pueblo nipón. Las heridas de la derrota bélica y la nostalgia de su cultura y tradiciones seguirían a flor de pie, influenciando también a sus corrientes literarias.

Al Sur de la Frontera, al Oeste del Sol está enmarcada dentro de un ambiente occidental: el protagonista tiene un club de jazz, bebe daiquiri y les fascinan el cine y la música estadounidense y europeo. Sin embargo, a medida que el lector avanza en la trama, contada siempre con frases cortas, como las pinceladas de un pintor, va descubriendo esa bella delicadeza, ese misterio, esos sentimientos que se ocultan o se dejan apenas entrever, esa realidad que se entrelaza con los sueños, características de la literatura japonesa.

El libro, publicado en 1991 y editado por Tusquets Editores, es un relato en primera persona. Lo narra Hajime, el protagonista. Él ha nacido en la mitad del siglo XX y es hijo único, tiempos en que esta condición era casi mal mirada. De ahí que a los doce años tiene pocos amigos, hasta que Shimamoto, una niña de su misma edad, también hija única, entra al colegio. Cojea y no es bonita pero eso no es obstáculo para que el niño la admire, comparta con ella sus gustos y aficiones, sienta los síntomas aún inconfesables del primer amor. Pero un cambio de escuela termina con la amistad.

Pasan los años, Hajime egresa de la universidad, vive algunas experiencias sentimentales y sexuales, tiene una existencia voluntariamente solitaria. Ha encontrado el trabajo que más lo realiza: administrar su propio bar, moderno y hermosamente decorado, donde se toca jazz. Paralelamente se casa, tiene dos hijas y forma una familia feliz. Todo esto hasta que aparece Shimamoto y pone en peligro su estabilidad. Ella ha organizado el reencuentro. Ya no es la escolar poco agraciada que conoció en la escuela y su cojera (después se enterará) ha desaparecido gracias a una cirugía. Se ha transformado en una preciosa mujer. Una mujer elegante, que sentada en un taburete del bar, fuma sensualmente mientras bebe su daiquiri. El misterio que envuelva a Shimamoto se mantendrá durante toda la novela y ni la única relacion intensamente erótica que Hajime sostendrá con ella conseguirá develar quién es ella.

En esta obra hay muchos elementos autobiográficos; al igual que Murabaki, Hajime tiene tendencia a la soledad, estudió literatura, trabajó en una editorial y creó su propio bar de jazz. Además su protagonista tiene sus mismos gustos en cuanto a música y cine.

Lo notable de este libro, aparte de la belleza del relato, son los episodios inconclusos, los cabos sueltos que quedan sin explicación. ¿Molesta esto al lector? Tal vez a algunos. A otros, cambio, entre los que me cuento, disfrutan con estas incógnitas. Al fin y al cabo, la vida está llena de situaciones que jamás se resolvieron.

Murakami describe el reencuentro de Hajime con Shimamoto en estos términos:

“¿Podré volver a verte?”. “Quizás”, dijo ella y esbozó una sonrisa. Una sonrisa que parecía una pequeña columna de humo alzándose en silencio un día sin viento. Quizás. Abrió la puerta y se marchó. Cinco minutos después subí las escaleras y salí a la calle. Me preocupaba que ella no hubiera podido encontrar un taxi. Seguía lloviendo. Shimamoto ya no estaba. En la calle no se veía un alma. Sólo las luces de los faros de los coches extendiéndose borrosas sobre el pavimento mojado. Tal vez haya sido una ilusión, pensé.

Haruki Murakami : uno de los japoneses más leídos

jueves, 23 de junio de 2011

III Mary Graham: Chile desde la Mirada de una Gringa




Ni doscientos años han transcurrido desde que esta empedernida viajera, cronista, pintora, dibujante e historiadora pisara nuestro país a principios del siglo XIX y dejara su testimonio en su «Diario de mi residencia en Chile en 1822». Para bien y para mal, los cambios experimentados en todos los ámbitos son impresionantes. Y eso que aún somos una región en vías de desarrollo.

por Beatriz Berger

Hoy, en los inicios del siglo XXI, cuando las ciudades se esconden tras los edificios cada vez más altos, los avisos publicitarios gigantescos, las basuras no degradables y el esmog del medio ambiente, el libro de Mary Graham, Diario de mi residencia en Chile en el año 1822 -(Editorial Norma, 2005. Nueva traducción de María Ester Martínez y Javiera Palma)- nos remonta a otros tiempos –no tan antiguos, por lo demás-, donde reinaba el adobe, los caminos de tierra, el transporte a caballo y se imponía la presencia del paisaje.

Resulta interesante leer el diario que esta inglesa inició en el mes de abril de 1822. Interesante porque describe con mucho detalle las costumbres del país, alimentación, juegos, folclore, flora, paisaje, arquitectura e incluso hasta habla de las vestimentas y letras musicales de la época. Pero también emite opiniones de política nacional, acerca de la gente y de la geografía de este territorio que da sus primeros pasos como república independiente. Nada parece escapar a su mirada profunda e inteligente. Y es que, aparte de su natural curiosidad, la autora ya contaba con la experiencia de haber publicado en Inglaterra su Diario de mi residencia en la India (1812), Cartas de la India (1814) y Tres meses en las montañas de Roma (1820).

Describe a San Martín como “odioso” y “ególatra”

En los momentos en que la fragata Doris, de la Armada de Su Majestad Británica, navegaba por el Cabo de Hornos, su comandante Thomas Graham, moría en los brazos de su esposa Mary. Pese al dolor por la pérdida, la viuda decide radicarse en Valparaíso en el barrio del Almendral, donde fue acogida con gran hospitalidad por vecinos, miembros de la comunidad inglesa, tanto del ámbito civil como de la marina, e incluso autoridades con muchas de las cuales logra establecer gran amistad. Es el caso de Lord Cochrane, quien la visitaba con frecuencia y la recibía en su casa en Quintero. Logró, además, que dejara el país cuando él emigró de Chile.

Si bien tuvo contacto amistoso con el Director Supremo, O Higgins, las hermanas de Carrera, José Ignacio Zenteno y otras personalidades de ese entonces, sus expresiones acerca de San Martín, a quien describe como “odioso” y “ególatra”, son tajantes: “Se ha dicho que San Martín es aficionado a la bebida, no creo que esto sea verdad, pero consume opio y sus exabruptos pasionales son tan frecuentes y violentos que nadie se siente a salvo.”

Poseedora de una gran sensibilidad artística, dejó asimismo testimonio gráfico de distintos lugares del país. Así, la antigua edición chilena de este mismo libro, traducida por José Valenzuela (Editorial del Pacífico, 1956) está ilustrada con sus dibujos. Llegó incluso a hacer clases de arte, pero no puede evitar la dureza y prepotencia de superioridad cultural en sus comentarios: “Mi alumno –escribe- es gentil y perseverante, aunque algo indolente; está dotado de buen sentido y un fuerte sentimiento poético. Si estuviésemos en Europa donde él pudiese ver buenos cuadros y sobre todo buenos dibujos, no tengo duda de que sería un excelente pintor.” Más adelante agrega: “Estimo que no existe en todo Chile un solo pintor nacional o extranjero; me temo que existen asuntos más importantes de que preocuparse que las bellas artes.” Y es que la autora consideraba esta nación como una de las más atrasadas del continente “en parte por causas políticas, en parte por causas morales y físicas que le son peculiares.”

Critica a Chilenos e Ingleses

Pero no sólo critica a los chilenos, también lo hace con los propios ingleses, señalando que entre sus compatriotas hay excelentes personas aunque algunos se dan aires de caballeros distinguidos y otros “se dedican a estafar al prójimo.”

Todo lo que la rodea es motivo de interés para esta mujer culta y siempre dispuesta a incursionar en otros ámbitos. No trepida en viajar de Valparaíso a Santiago en carreta, anotando los pormenores de esta travesía. “El ondulado valle, llamado Cajón de Zapata, que se abrió a nuestra vista cuando llegamos a la cumbre (…) formaban un bellísimo paisaje. (…) podría haber sido Italia, pero necesitaba la torre y el templo como señal de que el hombre lo habitaba; aquí todo es demasiado nuevo y uno espera encontrarse con un salvaje en el próximo matorral o escuchar el rugir de un puma en la colina.”

Diferentes sucesos van desfilando ante los ojos bien abiertos de esta viajera a quien nada le era indiferente. Incluso asiste a una sesión de deliberaciones de la Asamblea Nacional, lee la Constitución Política de Chile y se encuentra enterada de todos los acontecimientos locales.

En su estada en el país no podían estar ausentes los temblores, los que relaciona con los mareos de mar. “Hace cerca de noventa años –cuenta- hubo un temblor en Valparaíso, durante el cual el mar arrasó con todo El Almendral, y en la misma fecha un tercio de Santiago, la capital, fue destruida”. Sin embargo, le tocó vivir en carne propia un terremoto la noche del 20 de noviembre de 1822 cuando se encontraba en Quintero, próxima a partir de Chile. De allí en adelante entrega información de los continuos movimientos que siguieron al sismo.

Es curioso observar la falta de emoción e incluso frialdad con que relata algunas vivencias del país. Quizás debido a su sangre inglesa o tal vez con el afán de conseguir una mayor objetividad en sus relatos, deja casi totalmente fuera de la historia su experiencia personal. No refleja ni por asomo los estados de ánimo que debe haber sufrido por la pérdida de su marido, la soledad que seguramente sintió al vivir en un país extranjero o los padecimientos que le provocaba la tuberculosis.

Esta traducción –de 2005- del Diario de mi Residencia en Chile en el Año 1822, es más completa que la anterior de José Valenzuela (Editorial del Pacífico, 1902) porque no omite ningún pasaje del original y agrega la procedencia de muchas citas de la escritora que alude constantemente a obras y autores de literatura. Asimismo, como es habitual en la serie «Cara y Cruz» se acompañan algunos ensayos que dan más luces sobre el texto de esta viuda inglesa que se definía como aficionada a ver todas las cosas.

Cabe celebrar el trabajo de María Ester Martínez y Javiera Palma que actualiza la obra de esta multifacética aventurera de principios del siglo XIX, que se atrevió a romper los esquemas establecidos para la mujer de su época.

En uno de los ensayos que acompaña al libro, María Ester Martínez reflexiona acerca del rol de quien traduce:
“Una traducción –escribe- es un fenómeno que conlleva dificultades que van más allá de lo lingüístico, y el traductor, al intentar entregar un texto en otro idioma lo más fiel posible al original, debe analizar y evaluar con prolijidad que lo que es decoroso en una cultura puede no serlo en otra. Es una operación que además de requerir competencia en otra lengua, exige un excelente conocimiento y respeto hacia las marcas y formas culturales, ideológicas e históricas del texto en cuestión y de la cultura a que se va a traducir.”

martes, 21 de junio de 2011

II Mary Graham: Polémica Vagabunda del Siglo XIX




Autodidacta, políglota y observadora inteligente, provista de un turbante sobre su cabeza para ocultar cicatrices de la infancia, esta mujer se atrevió a romper los cánones de su tiempo y lanzarse a la aventura de conocer a fondo nuevos mundos con sus armas más eficaces: la palabra y el pincel.



por Beatriz Berger


Varios son los nombres a través de los cuales se ha denominado a María Graham, apelativo con el cual se ha conocido en Chile. Nacida en Escocia en 1785, como hija del capitán de la Royal Navy George Dundas, recibió el nombre de Mary Dundas. Posteriormente, durante una travesía hacia Bombay conoció al oficial de marina Thomas Graham con quien se casaría cuando ella tenía 24 años. Así adquirió el apellido de su esposo. Pero más adelante, al enviudar, volvería a contraer matrimonio con el pintor Sir August Wall Callcott, razón por la cual pasaría a convertirse en Lady Mary Callcott.

Así se explican los diversos apodos que cruzan la vida de esta escritora e ilustradora británica, autora de numerosos libros de viaje y literatura infantil, dejando através de ellos testimonio de sus estadas en India, Italia, Chile y Brasil. Pero esta multifacética mujer destaca también como pintora, dibujante, grabadora, crítica de arte, historiadora y gran conocedora de la botánica y geografía. No obstante, a pesar de su amplia cultura no dudó en desempeñarse como institutriz de María Gloria de Braganza, la futura reina de Portugal, María II y de la emperatriz María Leopoldina de Austria.

Su Pluma no Descansó

Marcada por el sino de los viajes, la aventura y el interés por conocer e investigar otras culturas, la pluma de María Graham no descansó durante su vida. De este modo, en 1812 publica su Diario de residencia en la India, seguido de Cartas de la India (1814). Luego en 1820 aparece Tres meses en las montañas de Roma y el Ensayo sobre Poussin, títulos bien acogidos por lectores ingleses y críticos franceses. Hacia 1824 da a conocer en Londres Journal of a residence in Chile, during the year 1822 y Journal of voyage to Brazil and residence there during part of the years 1821, 1822, 1823. En 1828 publicó Una breve historia de España y más adelante, en 1835, Little Arthur s history of England, considerada su obra más importante dentro de la literatura infantil de su país y que ha tenido numerosas ediciones.

Pero no sólo se desarrolló en el ámbito de la escrituras personal, sus conocimientos de muchos idiomas, incluso el sánscrito, le permitieron también trabajar por algún tiempo como traductora y editora en Londres.

Mujer inquieta, audaz e independiente, pese a cargar sobre su cuerpo con una tuberculosis que la acompañaba desde su juventud y de enfrentar la insólita muerte de su esposo en alta mar, antes de arribar Valparaíso, decide radicarse en ese puerto aunque era un lugar desconocido para ella y en esa época no se acostumbraba que las mujeres tomaran este tipo de medidas. No obstante, esta viuda de 36 años llegó a ser respetada y frecuentemente visitada por las autoridades. Así, sus relatos, además de entregar pormenores acerca de los lugares que describe, cuentan sus experiencias con diversas personalidades de la época como Bernardo O Higgins, Lord Thomas Cochrane, José de San Martín, Juan VI de Portugal y el emperador Pedro I de Brasil.

Acalorado Debate por Descripción de Terremoto

Su descripción del terremoto de Chile en 1822, que anota en su diario, motivó un acalorado debate en la Sociedad Geológica londinense. Allí rivalizaron dos escuelas de pensamiento con respecto a estos fenómenos telúricos y su papel en la formación de las montañas. La escritora, asimismo, había entregado más detalles al respecto a uno de los geólogos fundadores de esa Sociedad, siendo considerado uno de los primeros testimonios de "una persona culta". De tal manera que fue publicado en las «Transacciones de la Sociedad Geológica de Londres» en 1823, lo cual encendió la polémica entre especialistas y uno de ellos terminó ridiculizando las observaciones de Maria Callcott. La reacción de su marido y su hermano no se hicieron esperar y retaron a duelo al provocador. Sin embargo, ella se pronunció de inmediato: “Yo soy capaz de dar mis propias batallas”, dijo. Y a continuación publicó una respuesta aplastante, la cual –tiempo después- sería apoyada nada menos que por Charles Darwin, quien había hecho las mismas observaciones de un terremoto en 1835 cuando navegaba a bordo del «Beagle».

Curiosamente María Graham tuvo una relación especial con Vicente Pérez Rosales. Cuando éste viajaba en una nave inglesa con destino a Europa para terminar su educación, el capitán lo abandonó en el puerto de Río de Janeiro y ella lo auxilió para que pudiera retornar a Chile.

Después de su regreso a Londres y de su matrimonio en 1827 con Sir August Wall Callcott, en un viaje a la península itálica sufrió un accidente vascular que la dejó prácticamente inválida. Sin embargo, pese a sus limitaciones continuó escribiendo hasta el final, y su último libro Una escritura a base de plantas, colección ilustrada de curiosidades y anécdotas sobre vegetales y árboles mencionados en la Biblia, fue publicado el mismo año de su muerte ocurrida el 28 de noviembre de 1842, cuando tenía 57 años.

lunes, 20 de junio de 2011

I Próxima a Salir: Nueva Biografía de María Graham

Atraída por la personalidad de esta gringa que vivió en Chile y publicó un diario sobre nuestro país en el siglo XIX, Regina Akel escribió una biografía en inglés que próximamente aparecerá en nuestro país traducida al castellano por Marlene Hyslop y María Elena Donoso.


por Beatriz Berger

La figura de María Graham irrumpió en el horizonte de la profesora de literatura inglesa, Regina Akel, cuando buscaba un tema para desarrollar en su doctorado en la Universidad de Warwick,  Inglaterra, que fuera de interés tanto para chilenos como británicos. Sin duda, la polémica escritora, pintora y autora de numerosos libros, cumplía ampliamente con este requisito, pues ni en su país de origen ni en el nuestro era conocida en toda su magnitud.

             “Hasta en el examen de grado –dice Regina Akel- las profesoras que me examinaron, todas ellas investigadoras y especialistas en literatura de viajes, se preguntaban ¿cómo esta mujer tan interesante pudo colarse bajo nuestro radar?”

Así, la investigación de esta docente y traductora se convertiría en María Graham: A Literary  Biography, (Nueva York, Cambria Press, 2009) donde no sólo narra la inquieta vida de esta aventurera, su trabajo y los principales temas de su tiempo, sino que intenta adentrarse en su interior para reconstruir paso a paso la formación de su identidad. Para lograrlo, revisó todo tipo de documentos: artículos publicados e inéditos, cartas, manuscritos de diarios, memorias y, desde luego, sus obras.

Próxima a aparecer en Chile, publicada por Editorial Universitaria, la traducción al castellano de este libro, que recibió el auspicio del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes, Regina Akel comenta algunos aspectos de la azarosa existencia de María Graham:

-Los chilenos creemos que su vida comienza y termina aquí, pero ella tuvo una historia fascinante antes y después de llegar a nuestro país. Poseía una cultura universal, porque los viajes le dieron un conocimiento importante. Además, se preparó en idiomas –estudiaba sánscrito- sabía de religión hindú, reconocía todo tipo de plantas, dominaba el arte, la ciencia, historia, geografía,  y  muchos otros temas.

-Sin duda, se sentía superior intelectualmente y a veces llegaba a ser pesadita. En el libro que escribió sobre Brasil por ejemplo, habla que los ingleses que viven allí son de clase social inferior. Y después ella se pregunta: “¿Por qué será que la gente me mira feo?”

Llama la atención que en su Diario de mi residencia en Chile en el año 1822 la autora no expresara sentimientos ni comunicara aspectos emocionales, en cambio cuando escribe sobre su romance con el joven oficial Thomas Graham,  en su Diario de mi residencia en India es efusiva: “Senti temblar sus fríos labios al tocar mis labios”, escribe. Expresión que incluso motivó críticas del «Quaterly Review» de Londres que comentó: “Probablemente fue a la India, como muchas jóvenes de sociedad, a buscar un marido más que a buscar información.”

Según Regina Akel la madurez hizo que María Graham cambiara su actitud  emotiva y espontánea por una más seria y reflexiva en el libro que escribió sobre Chile:

-Cuando estaba en el barco en viaje hacia la India –agrega  la autora- ella era jovencita, aunque ya despertaba antagonismo. Después fue haciéndose más profesional y escribía para un público más amplio. Por otra parte, el texto acerca de Chile estaba destinado a inversionistas ingleses para interesarlos en nuestro país. Ahí no cabían los sentimientos.

            A fin de cuentas María Graham: A Literary Biography aborda a la autora inglesa desde su infancia feliz en el norte de Inglaterra, pasando por el tratamiento cruel que debió soportar  en casa de parientes, su escuela y los exóticos viajes en torno a los cuales giraron los escritos de esta intelectual revolucionaria que a pesar de los inconvenientes y tabúes de su época, logró –simplemente- ser ella misma.

viernes, 29 de abril de 2011

Sobre San Juan de la Cruz y La nieta del señor Lihn: ¿Puede uno hacerse el loco sin serlo y así y todo estar en un asilo?








La jungla es oscura pero está llena de diamantes

Arthur Miller

Por increíble que sea, la respuesta de Phillipe Claudel en su novela La nieta del señor Lihn es sí. En sus páginas, su autor, sobre el trasfondo del hormigueo indiferente y sin olor a nada de una gran ciudad, se las ingenia para que hagamos una parada a fin de mirar la desesperada situación del frágil y anciano, señor Lihn, un refugiado que llegó arrancando, junto a su pequeña nieta de meses, de una guerra que ha desvastado su aldea y su familia. Como le sucede a tantas almas tristes, nadie le quiere en verdad mirar, ni escuchar o dejarle hablar y mucho menos acercarse a la naturaleza de su tragedia. Tal silencio y desamparo podría haber sido mortífero para él, al encerrarlo en un mundo sin deseos ni palabras, si no se hubiese arrimado por casualidad al espíritu afectuoso y robusto del señor Bark, otra alma, asida a nada, tras la muerte de su amada esposa. Todo esto, entendiendo sin entender a San Juan de la Cruz: “Mas escoge para ti un espíritu robusto, no asido a nada, y hallarás dulzura y paz en abundancia, porque la sabrosa, dulce, y durable fruta en la tierra fría y seca se coge."

Así las cosas; la luz de este diamante-novela hace brillar el fruto más preciado de la vida: la amistad verdadera, recordando que pese a las calamidades y otros quebrantos, gracias a ella la vida merece ser vivida. Así somos testigos del conmovedor encuentro de estos dos espíritus solitarios, que en realidad son tres, si incluimos a la nieta de Lihn. Es un encuentro intimo, de alma a alma, de gran fuerza y que en verdad une; ambos se adivinan o intuyen entre sí, se palpan profundamente más allá de las palabras; como si cada uno quisiese entrar en el pellejo del otro, hallando mediante pequeños gestos de ternura comunicar lo esencial. Aunque eso no es todo. El relato enseña que la fantasía juega un papel central para sobrellevar las durezas del día a día y nos salva de perecer ante las crueles verdades, aun cuando a los ojos de los demás,"sólo peinemos la muñeca”. En tanto las horas más bellas y elevadas de este relato transcurren al momento en que el viejo abraza la ciencia de la cruz de San Juan:"El camino de la fe es sano y seguro, y por este han de caminar las almas para ir adelante en la virtud, cerrando los ojos a todo lo que es del sentido e inteligencia clara y particular”. Cuando Lihn comprende que quien no puede morir debe continuar andando, se lanza a la "enloquecida fuerza del desaliento" (como dice tan bellamente el poeta español Ángel González); en un andar ciego y desorientado, abrazado a la ternura de su pequeña nieta que debe cuidar solo y de la cual jamás se separa, va tras la vida de su alma. ¡Vaya novela! Muy breve, se lee de un tirón, y, bella y triste a la vez, engancha con simpleza al corazón. Su final inesperado y de no creerlo, hace ver que la verdadera liberación arranca de los sentimientos. Vale entonces amar nuestros delirios de amor tanto como a nosotros mismos, pues el amor es lo único capaz de sobrevivir a la tragedia.

El texto recién leído por ustedes, nace de un comentario al pasar:"Para qué incluir a San Juan de la Cruz en el blog: ¡Ufff! si tiene olor a naftalina". Para juzgar según su experiencia, si las verdades esenciales que salvan son eternas y siempre nuevas, lean esta nueva novela.










domingo, 17 de abril de 2011

HUELLAS DE CULPA


Bernhard Schlick nos lleva con “El lector” a una Alemania donde la culpa y el castigo dan forma a una apasionante trama.


Michael Berg es un adolescente quinceañero al que una hepatitis lo ha marginado momentáneamente de la escuela y sólo le permiten hacer lánguidos paseos por su ciudad. Un día, se siente enfermo y una atrayente mujer se acerca para ayudarlo, acompañándolo luego a su casa. Días después, su madre lo convence que le lleve un ramo de flores. En este momento, comienza el apasionado romance entre la cobradora de tranvías y el estudiante, quienes muy pronto caen en una rutina erótica donde el joven lee textos clásicos a su amada, se bañan y hacen el amor.

Pasan los meses y Michael comienza a añorar la piscina, sus amigos y amigas y realiza algunas arrancadas con ellos. En ese momento, la mujer desaparece y el joven queda con una sensación de culpa que arruinará sus futuros amores.


Siete años después, el protagonista, convertido en estudiante de leyes, es enviado a observar un juicio a un grupo de guardianas de las SS. Allí encuentra nuevamente a Hanna. Durante el desarrollo del proceso, se da cuenta que es analfabeta y que por no revelar este secreto, carga sobre sí misma todas las culpas. Más adelante, comenzará a grabarle libros y a enviárselos a la cárcel, sin que se cruce correspondencia entre ambos. Ella aprende a leer con la ayuda de las cintas y a los textos sobre los campos de exterminio y el Holocausto que obtiene en la biblioteca. Así, en el libro, se cruzan distintos enfoques y tragedias: primeramente, aparece la culpa, por la que han tenido que pagar los alemanes que nacieron después del Holocausto por una guerra en la que no tomaron parte; además, interviene el personaje femenino, contemporáneo al conflicto, que asiste sin reproches de conciencia a éste. Por otra parte, parece preferir el castigo, antes de confesar que no sabe leer. El autor, que también nació después de la guerra, analiza la posición de sus pares respecto de sus padres y como abogado, reflexiona sobre el derecho y la justicia. En una conversación de Michael con su padre -académico y filósofo-, hablan de la dignidad y la libertad del hombre para decidir su destino.


Bernhard Schlinck nació en 1944, el año en que terminó la Segunda Guerra Mundial. De profesión abogado, ejerce como juez en Alemania. Sus tres primeras obras fueron novelas policiales, que alcanzaron gran popularidad, pero fue con “El lector” donde ha obtenido el mayor reconocimiento, ganando gran número de premios literarios y batiendo todos los récords de ventas. Ha sido la novela alemana de pos guerra más vendida en Estados Unidos.


“El Lector” fue trasladado al cine con gran éxito por el director Stephen Daldry. En la película, Kate Winslet realiza una gran interpretación de Hanna, por la que ganó un Oscar. El papel de Michael lo desempeñaron dos actores: David Cross, hace un Michael de 15 años, y Ralph Fiennes, lo representa como adulto. Un libro interesante, magnificamente escrito, sobre un tema imborrable en la conciencia alemana.


(Puedes acceder al trailer de la película haciendo click aquí)

Maria Teresa Gandarillas

lunes, 4 de abril de 2011

María Ester Martínez Sanz: Maestra hasta el Fin


Hace ya tres meses que murió María Ester, nuestra profesora del taller literario “Brújula de libros”, formado hace cinco años. Aunque provenía de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, donde fue docente por mucho tiempo, supo adaptarse a un grupo de mujeres interesadas por la literatura, pero alejadas de la academia, lo que resultó ser una experiencia inédita. Inédita, tanto para ella como para nosotras. Sin embargo, lo pasamos maravillosamente bien en las clases preparadas con acuciosidad por la MEM, así la llamábamos. Disfrutamos con las lecturas, los comentarios y también con las conversaciones de todo tipo que allí surgían, porque no sólo se desempeñó como una gran maestra, sino también como una gran amiga.


Y no es raro que ocurriera esto, porque luchó para desarrollar y disfrutar sus talentos, ejerciendo su vocación con rigor y entusiasmo. Completó sus estudios en Estados Unidos: Master of Arts, 1971, Universidad de Wisconsin- Madison y PH.D, 1988, Universidad de Indiana. Además, publicó numerosos artículos, libros y traducciones. En el ámbito personal, se entregó a sus afectos familiares, cultivó la amistad en forma generosa y ayudó a muchos.


No fue obstáculo su enfermedad para que continuara asistiendo al taller. Una semana antes de su partida tuvimos la que sería la sesión final. Ella había perdido mucho peso, estaba débil, pero así y todo quiso dar su última clase, a sus últimas alumnas, probablemente con un esfuerzo enorme, pero siempre con alegría, pues su vocación de maestra no la abandonó nunca.


Su fortaleza y valentía, la llevaron a no demostrar los malestares, enfrentando el sufrimiento con dignidad y la cercana presencia de la muerte como algo natural, para la cual pudo prepararse. Y, justamente en una fecha clave, Epifanía, el 6 de enero, cuando Jesús se manifiesta como luz del mundo, María Ester partía de este lado de la vida, dejando su memoria, pero también su ausencia.


En este blog pueden leerse dos artículos suyos: el último, acerca de Vargas Llosa que trata de la verdad de las mentiras y anteriormente, sobre Emily Dickinson y su poema “ I'm Nobody! Who are you?/ Are you -Nobody- too?” (¡Soy Nadie! ¿Quién eres tú?/ ¿Eres –nadie- ¿también?)


Sus últimas alumnas

María Ester en mi recuerdo

Cuando me uní al grupo, éste ya funcionaba como taller hacía un tiempo. Yo había terminado mi trabajo de muchos años en El Mercurio y estaba bastante perdida sobre qué hacer con mi vida de jubilada. Mis amigas, también ex Mercurio, me invitaron a participar y así llegué al departamento de la Mem. Desde que la vi, me encantó. Siempre impecable, se multiplicaba. Elegía los temas, preparaba las clases, fotocopiaba para cada una textos elegidos. Además nos atiborraba de galletitas, pasteles y deliciosas tazas de té. Nuestro taller tuvo siempre un tono de humor y de amistad. Antes de partir con la clase, hablábamos de nuestras familias, de nuestra penas y mucho de nuestras alegrías. Después entrábamos en materia.

Me encantaba la inteligencia y la pasión de María Ester. Todo le interesaba. Cuando descubrió las posibilidades de tener un blog, nos obligó a crearlo con ella. Puso a Teresita, la hija de Beatriz, a diseñarlo, a uno de sus sobrinos a ayudarla y, finalmente, María Ignacia, mi nieta de 14 años, vino de Talca a darnos clases para manejarlo. Fue así como nació La Brújula de Libros, que ahora queremos continuar, como un recuerdo palpable de nuestra querida amiga.
Hay tantos otros aspectos de María Ester que comentar, me da tanta pena hablar de ella en pasado, aunque siento su presencia diariamente. Yo la tenía encomendada a la Virgen de los Rayos. En una de las últimas conversaciones telefónicas que tuvimos, me dijo " pídele que yo me lo tome mejor".
Y así ocurrió. Un día antes de su partida, volvimos a encontrar a la misma Mem de siempre.

domingo, 3 de abril de 2011

Nuestro taller: el legado de María Ester

Nuestro taller:

El legado de María Ester

A María Ester la recuerdo esa tarde de verano en nuestra habitual reunión del taller literario. Al iniciar la sesión se veía cansada, físicamente débil. Sin embargo, al poco rato, todo fue alegría. Como tantas otras veces, después de conversarlo todo, nos centramos en lo que acabábamos de leer: “El lirio del valle”, de Balzac. Fue el último libro que compartimos con quien sería, por tantos años, nuestra guía y amiga en el maravilloso viaje por la literatura. Pocos días después, el 6 de enero de este año, ella dejó este mundo para siempre.

Para María Ester, fuimos sus “talleristas”, como nos bautizó, un grupo de mujeres donde el respeto mutuo fue la tónica, más allá del color político y las creencias religiosas de cada una. Desinteresadamente, ella, una mujer de lucida trayectoria en el campo de las letras, puso a nuestra disposición sus conocimientos literarios, vastísimos. Nos llevó a deleitarnos con la belleza de la poesía y a profundizar en los rincones más ocultos del cuento y la novela; el revés de la trama, como decía. Recorrimos la poesía erótica de Gonzalo Rojas y la mística de San Juan de la Cruz. Nos adentramos en la literatura del horror con Henry James. Miramos el pasado bajo la óptica de la novela histórica de Alejo Carpentier, Mercedes Valdivieso, Guillermo Blanco. Gozamos, sufrimos y nos emocionamos con el “Macbeth” de Shakespeare, “Mientras agonizo” de Faulkner, “El guardián entre el centeno” de Salinger, “La tía Julia y el escribidos” de Vargas Llosa. Y tantos otros libros, los de Chejov, Hemingway, Rivera Letelier, Violeta Parra, Goethe.

Lo que caracterizó a este taller fue la libertad para escoger nuestro material de lectura. En verdaderas reuniones de pauta, se proponían y discutían ideas, bajo la conducción de María Ester. Muchas veces una cosa llevó a la otra. Por ejemplo, después de “Leer Lolita en Teherán”, de Azar Nafisi, la historia de un grupo de jóvenes mujeres iraníes que se reúnen en un taller con su profesora de literatura bajo la represión política de su país, decidimos leer las novelas que allí figuran, como “Lolita” de Vladimir Nabokov, “El gran Gatsby” de Scott Fitzgerald y “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen.

Lo mismo nos pasó cuando llegamos al final de “Balzac y la joven costurera china”, de Dai Sijie, un verdadero homenaje a la literatura y la libertad en tiempos atroces, como los de la revolución cultural en China. Esta bella y hermosa novela nos condujo a descubrir (o redescubrir) a Honoré de Balzac y otros escritores franceses de la llamada novela realista del siglo XIX.

Y todo este maravilloso trabajo se llevó a cabo bajo la conducción de alguien tan preparado como María Ester. Pero ella hizo mucho más. Con nosotras, todas ignorantes en el tema, logró echar a andar este blog, enseñándonos que para escribir publicaciones y comentarios sobre literatura hay que respetar ciertas reglas de estilo. Un parto para cada una, acostumbradas a redactar reportajes periodísticos o informes de sicología. De todas estas reglas, confieso, no llegamos a aprender ninguna.

En la última reunión que tuvimos con ella nos hicimos nuestros regalos de Pascua. Por mi parte, le llevé una agenda que, por desgracia, ni siquiera alcanzó a iniciar. La elegí porque, según decía en la tapa, era “sólo para mujeres” y a ella el tema de la mujer en la literatura, como autora o protagonista, siempre la apasionó. De ahí que leyéramos la novela de Elena Poniatowska “Hasta no verte Jesús mío”, los libros de “Rut”, “Ester” y “Judit” del Antiguo Testamento, el poema de Gabriela Mistral “Todas íbamos a ser reinas”, el drama de Ibsen “Casa de Muñecas” y tantas otras obras.

De María Ester recibimos un invaluable legado, un taller consolidado y un blog que, tal vez, signifique un pequeño aporte para quienes están en este mismo viaje por la literatura. Un taller y un blog que seguirán funcionando, tal como ella lo hubiera deseado, aunque ya no esté entre nosotras.