jueves, 11 de abril de 2013

Altazor

Imaginar Altazor en términos de Huidobro.


Imaginemos que muy temprano en su vida, este hombre de presencia siempre impecable, cuyos ojos oscuros nos miran en sus fotografías,  tan abiertos y vigilantes como los de un adolescente, hubiera sido consciente de su esencia de estrella o de cometa de paso destinado a proyectar su luz a través del universo.
“Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata”.
Y, enseguida ¿Qué entendemos por esencia de estrella? Esencia de visionario.
“Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta”.
Como estrella portadora de un mensaje, ha viajado largo trecho a través del universo hasta la tierra. Pronto  entiende que debe hacerse lo más visible posible y estar en primer plano. Así podrá cumplir la tarea ineludible de difundir su visión. Ya sabe que debe mantenerse atento y disciplinado en su orientación; sabe que jugar y viajar, sin un sentido restringido, sin necesidad de apegarse a un punto de vista, son las vías de acceso a su esencia espiritual. Quiere explorarlo todo, como un niño vaga por las estrellas o en un jardín de rosas, esperando ser sorprendido por miles de descubrimientos.

 Altazor es un poderoso viaje de manifestación creativa, un viaje espiritual de hombre estrella, de hombre pájaro, de aeronauta, de aviador guiado por su inspiración y energizado por el poder de su individualidad. La preocupación del poeta es ser, en cuanto reconoce su esencia divina y el llamado a armar un escenario y un lenguaje nuevo. En general, se entiende por evolución espiritual un recorrido de elevación, sin embargo, Huidobro, lo concibe como un camino cuesta abajo. Desciende, entonces, para encontrarse a sí mismo.
 “Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del zenit al nadir porque ese es tu destino, tu miserable destino. Y mientras más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra”.
En principio, luego de la ruptura de las ilusiones, del “diamante de tus sueños en un mar de estupor,  expresa la sensación dolorosa de estar perdido y “solo en medio del universo”.
"¿Por qué un día sentiste el terror de ser?"
En seguida, reconoce su esencia de estrella e intuye su tarea ineludible:
“La cola de un cometa me azota el rostro y pasa relleno de eternidad” Buscando infatigable un lago quieto en donde refrescar su tarea ineludible”.
Comprende que nada saca con alzarse, que debe soltarse y confiar en el proceso creativo y emocional:
“Déjate  caer sin parar tu caída sin miedo al fondo de la sombra”.
El poeta acepta soltar todo, quemar todo: “Todo se acabó”. Desde aquí, se deja llevar por un movimiento de duelo, de agonía, de caída:
“Cae la noche buscando su corazón en el océano”.
En la oscuridad es necesario sumergirse en los movimientos emocionales del alma o del océano, entregarse a la caída, en cuanto caer es soltar. Asimismo Altazor se presenta: soy …“el doble de mí mismo”, el otro que observa, el otro que es consciencia,  esencia “que cayó de las alturas de su estrella”, "ansias que empuja”. Igualmente, emergen profundos sentimientos de soledad. Aunque muy vulnerable, la fe le anima en su caída. Caen sus ilusiones, su confianza en las verdades de la mente:

 “Sigamos cultivando las tierras veraces en el pecho": para él, lo creado por la mente no es más que mitos entre alucinaciones, trampas del espíritu, pues sólo lo que se siente es real y verdadero. Y acepta lo inevitable: vivir en las tinieblas, el rodar entre mares alados y auroras estancadas.

Continua el poeta en su caída: suelta oscuros sentimientos y emociones, cae a través de “los espacios y tiempos” , caen los barrotes de la evasión posible, caen las trampas, caen los conceptos internos, cae la memoria, caen las ganas de desafiar al destino, cae todo concepto de yo soy, caen las últimas creencias, caen las palabras: Mientras tanto, toda esta caída moviliza en él profundas angustias de separación, la sensación de caos y desintegración, de despedazarse por dentro. Palpa lo efímero que es todo. No obstante, comprende que debe llegar al fondo, a lo más profundo de sí mismo.

Al tiempo que acepta el mandato de ser poeta, de sacar para afuera las semillas, aquello que lleva adentro y que debe hacer florecer con paciencia, también descubre el modo de combatir la muerte o la nada:
“la palabra electrizada  de sangre y corazón/ “”Es el gran paracaídas y el pararrayos de Dios”.
Altazor transcurre en medio de una atmósfera doliente, como si hubiera en el poeta una herida que no para de sangrar y que debe sanar a través de la creación. Para ello, es necesario soltar lo conocido, movilizar la capacidad de hacer duelos, de morir o de soltar; pasar por el proceso de liberación de ataduras.

En el Canto II, expresión de gran belleza de amor a la esposa o a la amante, y, en último término, a la madre, el poeta ha llegado al punto donde más ama, “a la profundidad de toda cosa”, al regazo materno. Ahí se siente contenido e integrado. Sereno. Alimentado. Ha recuperado la capacidad de soñar, no obstante se encuentra en un estado sumamente abierto y, por lo tanto, vulnerable dentro del proceso, el que debe acompañarse de la presencia de la madre interna amorosa. Ella alivia las tribulaciones, y su amor hace que no importen tanto.