martes, 16 de noviembre de 2010

Mario Vargas Llosa

Realidad . . . Ficción: ¿un dilema?

Desde las primeras manifestaciones literarias, el hombre ha estado preocupado sobre la verdad o mentira de una obra.  En Hispanoamérica los inquisidores prohibieron las novelas por considerar que sus contenidos eran perjudiciales para la salud espiritual y no es hasta después de la Independencia de México que se publica la primera novela en Hispanoamérica en  1816 (El periquillo sarniento  de J. J.  Fernández de Lizardi).


Según Mikail Bajtin, la novela es un género que se alimenta de todo lo que existe, hasta de carroña como el buitre que se nutre de la carcasa que dejan las aves y animales cazadores.  Para este crítico, es un discurso de una voracidad infinita por cuanto incorpora todos los discursos anteriores y posteriores a ella.

En el caso de Vargas Llosa, la novela no versa sobre un tema sustraído a la vida, sino es un conglomerado de experiencias de distintas épocas y circunstancias que yacen empozadas en el fondo del subconsciente y paulatinamente confluyen en la imaginación del escritor, quien las descompone y recompone en algo nuevo.  Así, el escritor se sirve de  la realidad mostrando y representando todos los aspectos de la vida con igual pasión y verosimilitud y sin censura alguna.  Las novelas mienten para expresar una verdad.  Hombres y mujeres no contentos con su suerte, queremos algo diferente y lo encontramos en las novelas.

En literatura, mentira no significa irrealidad, tal como lo pensó la protagonista de La tía Julia y el escribidor, luego de leer esta novela e iniciar una serie de acciones para mostrar lo que Julia Urquidi llamó la verdad de los hechos, pero no tomó en cuenta que lo que hace el escritor es transformar la vida, añadiendo o eliminando ya sea para embellecer o empeorar la realidad, y es en esto que radica la originalidad de un novelista.  Realidad es los que los lectores reconocemos como posible gracias a nuestras vivencias.
        
El tratamiento del tiempo también contribuye a que la realidad se vea como si fuera una mentira.  En la vida real el tiempo fluye sin detenerse, es inconmensurable; en cambio en las novelas las vidas se entremezclan unas con otras y, por lo mismo, el tiempo pareciera no tener ni comienzo ni fin.  Es decir, el desorden se vuelve orden, hay una causa y efecto, un fin y un principio.  El tiempo novelesco es un artificio para lograr ciertos efectos psicológicos; así el pasado puede ser posterior al presente o el efecto preceder a la causa, como lo encontramos en “Viaje a la semilla” del escritor cubano Alejo Carpentier.
        
Ficción, reportaje periodístico, libro de historia son géneros construidos con palabras, pero con sistemas diferentes de aproximación a lo real.  La ficción transgrede la vida, en cambio el periodismo y la historia no pueden hacerlo porque la verdad depende del cotejo entre lo escrito y lo real: a mayor cercanía, más verdad, y a mayor distancia más mentira.
        
Según Vargas Llosa, “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente.”  De lo que podemos concluir, que decir la verdad en ficción significa tener persuasión, habilidad, magia y fantasía para hacernos  vivir esa ilusión. 
        
Cuando leemos una novela no somos lo que habitualmente somos, porque nos metamorfoseamos en un otro.  La ficción nos completa, nos entrega otra vida y otros deseos, porque la vida no está únicamente poblada de seres de carne y hueso sino de fantasmas.  De esta manera, no hay engaño en literatura, excepto para los ingenuos que creen que la obra es una copia fiel de la realidad: los Alonsos Quijanos que toman los hechos al pie de la letra, o las Emas Bovary que llegan a la ruina porque creen que cualquiera puede ser heroína.    En La tía Julia y el escribidor,  los textos de Camacho, son la creación de quien se dedica en cuerpo y alma a una misión similar a la de don Quijote.  La diferencia estriba en que Cervantes presenta un caballero andante entregado por entero a su ideal, en cambio, el escribidor es solo un seudo escritor.
        
En cuanto al tema, tanto Vargas Llosa como Cervantes desarrollan el dilema de lo real lo que podría hacernos preguntar: ¿es ficción  o un texto autobiográfico?  Y tendríamos que responder, en ambos casos es una novela sobre lo literario y su tema es “el escritor improductivo versus un escritor productivo”.
        
La realidad ha sido fuente de inspiración y preocupación desde siempre.  Los griegos consagraron la mimesis,  un concepto que mantiene su vigencia tanto para los escritores como lectores.  Recordemos a Cervantes cuando hace decir a don Quijote,

[Sancho] cuando algún pintor quiere ser famoso en su arte procura imitar los originales de los más únicos pintores que sabe: y esta mesma regla corre por todos los oficios o ejercicios. . . no pintándolos ni describiéndolos como ellos fueron, sino había de ser, para quedar ejemplo a los venidores hombres de sus virtudes.

Vargas Losa presenta a un Camacho con una devoción hacia la escritura con tonos místicos similares.  Tiene tal control de sí mismo que como “el caballero andante” olvida sus necesidades, su torneo es con la vida cotidiana, pero fuera de las coordenadas de las personas comunes.  Se convierte en un loco para quien la ficción es lo real y la realidad no tiene valor porque carece de fantasía, de palabras, de historia y requiere de alguien como él, que transforme esa realidad inasible en algo vivo. 
        
Don Quijote y Camacho se sienten elegidos para una misión específica y, en calidad de visionarios, viven en la soledad, sufriendo la incomprensión y el abandono del mundo.  Camacho cae en una profunda depresión y, en lugar de emerger triunfante, arrastra consigo un trabajo que pudo tener una cualidad maravilloso porque se ahogó en sus escritos, no los pudo trascender, se aisló y evitó ser parte del todo.  En cambio, don Quijote en su locura, nunca pierde contacto con el todo, de hecho varias veces le guiña el ojo a Sancho para indicarle que sabe lo que es real, por ejemplo, en el episodio de los galeotes.
        
Otra similitud entre Camacho y don Quijote se da en el uso de los nombres.  En ambas obras los protagonistas reciben distintos nombres, lo que insinúa diferentes aspectos de la personalidad,  a la vez que las diversas posibilidades indican que cada posibilidad existe en los otros.  Así, el protagonista de un programa radial asume la personalidad de otro y más de uno simultáneamente.  Esta yuxtaposición de personalidades adquiere enormes dimensiones en Crisanto Maravillas, quien como su nombre lo sugiere pasa a ser símbolo de la humanidad entera.  En Crisanto, Vargas Llosa realiza el milagro de la metamorfosis final: él como Cristo, contiene a todos los hombres.  El elemento maravilloso lo encontramos cuando las partes se atraen unas a otras y se transforman en lo próximo y en lo contrario.
        
El Quijote aborda el tema de la caballería, La tía Julia el papel del escritor y la verosimilitud cuando se trata de sus experiencias.  Según Ingarden, “en la obra literaria, los objetos se dan fragmentariamente, en perspectiva.  Es el lector quien le presta concreción a estas indicaciones a través de su acto de conciencia individual”.  Tanto los lectores de Cervantes como los de Vargas Llosa tienen que organizar los segmentos que conforman los mundos ficticios de cada narración conforme a sus propios niveles de conciencia y de visión de mundo.  El juego final entre los segmentos hace que estos se entrelacen unos con otros, entregando un panorama en conformidad con la conciencia y experiencia de cada lector.  Los personajes no ficcionalizados parecen no haber pasado por el filtro de la imaginación novelesca al presentarlos con sus verdaderos nombres históricos, lo que se convierte en un acto de ilusión realista parodiante.
        
Don Quijote y La tía Julia expresan el constante conflicto entre creatividad y rutina, espontaneidad e intelecto, la naturaleza fértil y la sociedad organizada, pero estancada.  Como señala la crítica Jean Franco, son conflictos que solo pueden ser resueltos por personas capaces de abstraerse del mundo fenoménico (empírico).El novelista al echar a volar su imaginación, impulsa al lector a romper la barrera de los prejuicios y percibir nuevas verdades.
        
José Miguel Oviedo, crítico y biógrafo oficial de Mario Vargas Llosa, catalogó La tía Julia como “un autorretrato en clave”, lo que corresponde a lo que Alfonso Reyes llamó la biografía oculta del autor.  La mitad de la obra es el recuerdo de un episodio de su juventud, las relaciones, conflictos, gozos y sombras de su propia experiencia sentimental; la otra mitad es la antípoda de lo autobiográfico: un fragmento de vidas en ficción, algo entretenido y hasta caricaturesco literariamente.


María Ester Martínez S.






viernes, 22 de octubre de 2010

San Juan de la Cruz (1542-1591): Poeta de lo Indecible




Impacta leer la poesía de San Juan de la Cruz porque no sólo habla de su grandeza literaria, sino también espiritual y filosófica. Por esta razón, a más de cuatrocientos años de la muerte del carmelita descalzo, su obra continúa influyendo en las nuevas generaciones de escritores y en quienes desean perfeccionar su alma. Conjunción literaria y espiritual en que se fundamenta el mayor atractivo de su creación.




por Beatriz Berger



“El alma que trabaja en desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios, luego queda esclarecida y transformada en Dios; de tal manera que parece al mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios”. Escribe San Juan en el número 98 de Instrucción y Cautelas que dedica a quienes deseen llegar a ser un verdadero religioso y conseguir la perfección. (Obras Escogidas, San Juan de la Cruz, Espasa, Madrid).


Fundamentalmente, el desafío de este hombre austero -que llevaba el hábito remendado y buscaba la celda más pequeña para vivir- fue exteriorizar su vivencia mística para que, a través de sus poemas y escritos en prosa, el lector pudiera conocer o aproximarse al menos a lo que él vivió. En ese sentido, su poesía es revelación de un aspecto de su realidad y desde ese punto de vista, puede considerarse biográfica. En «Coplas del alma que pena por ver a Dios», dice:

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

(…)
Esta vida que yo vivo
es privación de vivir;
y así es continuo morir
hasta que viva contigo,
oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero;
que muero porque no muero.

Despojarse de Fragilidades Humanas

Asimismo, en su vivencia íntima con el creador, al poeta místico le quedó claro que “para hallar en Dios todo contento, se ha de poner el ánimo en contentarse solo con Él, porque aunque el alma esté en el cielo, si no acomoda la voluntad a quererlo, no estará contenta. Y así nos acaece con Dios si tenemos el corazón aficionado a otra cosa”. (Nº84 de Instrucción y Cautelas).

Pensaba que para llegar a las mayores alturas espirituales y abrir las ventanas a un mundo nuevo, era necesario despojarse de las fragilidades humanas y así, desnudo, alcanzar la máxima fusión con la divinidad: el éxtasis. Una vez alcanzada esta maravillosa relación con lo superior, percibe que su máximo atributo es la infinita capacidad de Amar. Capacidad que superaría el entendimiento humano, pero que por especial “gracia” sólo algunos logran. De esta manera, la elevación mística permitirá a Juan acceder a un conocimiento que no puede lograrse a través de los sentidos y que es difícil, casi imposible, expresar de alguna manera. Pero así y todo, él lo intenta a través de su creación literaria.

A propósito del misticismo, de esa relación directa con la divinidad, dice el Santo: “Ninguna cosa criada ni pensada puede servir al entendimiento de propio medio para unirse a Dios… Todo lo que el entendimiento puede alcanzar, antes le sirve de impedimento que de medio, si a ello se quisiere asir.” (Del prólogo de Luis Santullano. Obras Completas. Santa Teresa de Jesús. Aguilar, Madrid, 1974).


Con la fuerza de lo vivido, en el poema «La noche oscura» de Subida al Monte Carmelo el poeta describe las tribulaciones que sufre el alma que pasa de la angustiosa noche oscura hasta llegar a la unión con el Amado.

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
(…)
¡Oh noche que guiaste,
oh noche, amable más que el alborada,
oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

Por otro lado, acercarse a los versos de San Juan de la Cruz -“el más grande teólogo de los místicos católicos”, según el monje trapense y poeta norteamericano Thomas Merton- es también acercarse a la tradición literaria del «Cantar de los Cantares» bíblico y otros escritos religiosos, donde el amor divino se expone como una metáfora del amor profano. De esta manera, en sus «Canciones entre el alma y el esposo», el autor traslada el sentimiento entre los amantes y el matrimonio, al amor del Alma con Dios (el alma pasa a ser la Esposa y Cristo el Esposo). Y no sólo aborda los momentos alegres, sino también los sufrimientos de los enamorados y de los comprometidos con él, desde que el alma empieza a servir a Dios hasta llegar al último estado de perfección. La poesía fue entonces la mejor manera que encontró San Juan para expresar su conexión con el amor divino.

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y ya eras ido.

Incluso el autor escribe sobre la relación entre los cuerpos del Amado y su Esposa, donde llama la atención que un tema espiritual aparezca tan carnal y a veces hasta erótico en los poemas. No obstante, tanto en la Biblia como en San Juan, se trata de un amor natural, que nada tiene de pecaminoso y que tiende a la unidad con el otro.
Entrándose ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.

Entender sin Entender

Provista de gran intensidad expresiva, la obra del carmelita además de arrojar valores teológicos y literarios, agrega también consideraciones filosóficas como en sus «Coplas sobre un éxtasis de alta contemplación».

Entreme donde no supe
y quedeme no sabiendo,
toda ciencia transcendiendo.

Yo no supe donde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia transcendiendo.

Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado;
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
(…)
Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás lo pueden vencer;
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Acerca de este “entender no entendiendo”, santa Teresa de Jesús en sus Mercedes de Dios entrega un juicio categórico: “Mientras menos lo entiendo más lo creo.” Y en otro lugar declara: “El entendimiento, si se entiende, no se entiende cómo entiende; al menos, no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entienda, porque, como digo, no se entiende: yo no acabo de entender esto.”

Sin duda, entender sin entender requiere humildad y Santa Teresa recomienda en sus Conceptos: “Lo que no entendáis, no os canséis. No es para mujeres, ni para hombres muchas cosas.”

Por su parte, el destacado escritor gallego José Angel Valente, -experto en San Juan de la Cruz, a quien consideraba el poeta más grande de la lengua española-, traslapola este “entender no entendiendo” a la creación poética. Comentó en una entrevista al diario El Mercurio, en 1998 que el Cardenal Nicolás de Cusa, un gran filósofo del siglo XV, ya afirmaba que hay cierto tipo de palabras que exigen un inteligere incomprehensibiliter, un entender incomprensiblemente.

Palabras que Actúan en el Alma

La palabra poética de San Juan produce, sin lugar a dudas, una acción en el alma. Lo avala José Angel Valente:

-Él habla de las palabras sustanciales, las que hacen efecto y actúan sobre el espíritu fundamentalmente. Esas son las que me interesan a mí. Cuando María contesta al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”, la palabra es actuante, crea en el interior, es operativa en el espíritu. San Juan ha hablado muchas veces de la palabra seminal, que siembra, esa que embarazó a María.
-En el mundo en que vivimos –agrega Valente-, regido por el mercado y los medios de comunicación, la poesía nos da otro pan, otro alimento necesario: la palabra sustancial, seminal, que no la entregan ni los ordenadores ni las crisis económicas ni el dinero especulativo. La palabra poética se retrae y nos retrae a una absoluta interioridad, espacio que el hombre necesita para vivir y ser más perfecto. Es importante que la gente aprenda a entender la poesía no entendiéndola.
Concluye Valente:
-La palabra del político, de la propaganda, es unívoca, no tiene más que un sentido: en cambio la poética es polisémica, significa todo al mismo tiempo. Cada vez que la pronuncias estás utilizando algo que se ha repetido muchísimos siglos atrás, arrastras todas las significaciones, ¡fíjate lo preñada de sentido que está! Por eso, un poema puede ser leído de muy distintas maneras y en cada nueva lectura se recrea. La palabra poética está siempre abierta.
Siempre abierta a las diferentes connotaciones de todos los tiempos, como es el caso de la obra de San Juan de la Cruz, de la cual el poeta y crítico literario español Luis Cernuda, destaca también la belleza y pureza literaria que, a su juicio, “son resultado de la belleza y pureza de su espíritu. Es decir, consecuencia de una actitud ética y de una disciplina moral. No es quizá fácil apreciar esto hoy, cuando todavía circula por ahí como cosa válida ese mezquino argumento favoreciendo la pureza en los elementos retóricos del poema, como si la obra poética no fuera resultado de una experiencia espiritual, externamente estética, pero internamente ética” (Las Palabras de la Tribu, José Angel Valente, Tusquets Editores, Barcelona, 1994).

“¿Poeta natural? ¿Despreocupado técnico?” Se preguntaba Dámaso Alonso con respecto del autor de Cántico Espiritual y responde: “Aquí ya no es posible dudar: quien así escribía, quien podía desarrollar un largo tema con este ímpetu y este refreno, con seguridad clásica y con alta llamarada de espíritu, era un perfecto artífice literario”. (San Juan de la Cruz. Poesías Completas. Prólogo Hugo Montes. Editorial Nascimento, Santiago, 1976).

Por último, la lectura de la obra de San Juan de la Cruz, recuerda una vez más la profunda relación que existe entre los poetas que, haciendo uso de la intertextualidad que los une a través de siglos y siglos, actualizan la creación de unos y otros. San Juan no obstante, tiene tal vez el privilegio de ser uno de los más considerados a lo largo del tiempo por figuras relevantes de la poesía, lo que habla de su vigencia, a pesar de los cientos de años transcurridos, porque después de todo, las inquietudes del hombre son las mismas:

Hace tal obra el amor
después que le conocí,
que, si hay bien o mal en mí,
todo lo hace de un sabor,
y al alma transforma en sí;
(…)

En 1726 la aureola de la santidad coronaría la cabeza de Fray Juan, al ser canonizado –su festividad se celebra el 14 de diciembre- por Benedicto XIII. Más adelante, en 1952, este hombre pequeño de estatura, pero grande a los ojos de Dios –según lo caracterizaba Santa Teresa de Jesús- sería declarado patrono de los poetas en lengua española, reconocimientos a su grandeza espiritual y literaria.

domingo, 10 de octubre de 2010

Un imperdible: la buena novela histórica

Domingo 10 de octubre de 2010

Un imperdible:
La buena novela histórica.

Cuando la conductora del taller nos puso como norte la novela histórica y nos adelantó que era una corriente importante dentro de la literatura actual, yo recordé algunas experiencias al respecto. Por ejemplo, haberme entretenido a morir con el inolvidable “Adiós al Séptimo de Línea”, de Jorge Inostroza, hoy llevado a la televisión. Lo mismo con “Martín Rivas” de Alberto Blest Gana, también transformado en teleserie. Libros que, si han sido bien investigados, son capaces de llevarnos, a través de la ficción, a un pasado apasionante, tan diferente del que suelen entregarnos esos tediosos manuales de la historia, supuestamente oficial. Textos que, por lo menos a mí, me dejaron en la memoria bastante menos de lo que hubiera deseado.
Nos adentramos en la tormentosa vida de Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala con la novela, titulada -“Maldita yo entre las Mujeres”- escrita en 1991 por la destacada Mercedes Valdivieso considerada la primera escritora feminista chilena e hispanoamericana.
Integrante de la Generación del 50, Valdivieso (1924-1993) rescata en su libro a la que para ella es, sin duda, la mujer más destacada del siglo XVII en Chile. Nos presenta a una Catalina que va más allá de la mujer monstruo que todos suponemos que fue, de acuerdo a lo que siempre nos hicieron creer. El relato nos permite profundizar en la época y en este personaje real y de leyenda, para construirnos, entre el humo de los braseros, conjuros, amores y crímenes, a una Quintrala contestaria, que no cumple con ninguno de los roles asignados a su género durante la Colonia. Una Quintrala que, por desgracia, para imponerse, comete las mismas atrocidades que muchos hombres… sólo que a ellos nunca se les critica ni condena. Esta Quintrala feminista, mezcla de sangre española, alemana y mapuche, forma parte de esa estirpe de mujeres fuertes, soberbias, valientes y muchas veces crueles.
- “Ay Mama Inés”- fue otra de las excelentes novelas leídas en el taller. Escrita por Jorge Guzmán y editada en 1993, se centra, fundamentalmente, en la vida de Inés Suárez y Pedro de Valdivia durante la Conquista; un tema también abordado por Isabel Allende en su -“Inés del Alma mía”- escrito 2006. En su libro Guzmán nos muestra cómo se llevó a cabo este sangriento episodio, guiado por la ambición de los españoles por obtener riquezas minerales y el afán de extender su reino y el catolicismo en este territorio. Un proceso que, en los conquistadores, se mezclan crueldad, valentía y grandeza. Y, en nuestro primeros habitantes, con Lautaro a la cabeza, inteligencia, astucia, fiereza y heroísmo. Las personalidades de Pedro de Valdivia y su amante Inés, su relación amorosa y su quiebre hacen de este libro un imperdible.
¿Y cómo olvidar otras novelas del género también compartidas en nuestro grupo? Entre ellas, -“Hasta no verte Jesús mío”- de la mexicana Elena Poniatowska, quien nos presenta a Jesusa Palancares, un personaje de la vida real en el México de la revolución y etapas posteriores. Escrita en 1954, la historia está muy enfocada a la condición de la mujer de estratos socioeconómicos bajos durante esos tiempos violentos y corruptos, en la que está sujeta al abuso y constante maltrato masculino. Jesusa es el retrato de una solitaria, rebelde, que lucha como el hombre para mantener su independencia, mientras, bajo capas y capas de fuerza y rudeza, oculta un corazón tierno y amoroso.
Y, para cerrar este maravilloso capítulo, dos títulos inolvidables y que merecen ser comentados en forma indipendiente: -“Camisa Limpia”- de Guillermo Blanco y -“El Reino de este Mundo”- de Alejo Carpentier.

Por Ana María Egert

jueves, 7 de octubre de 2010

La mujer imaginada

Vivir, es ver mujeres


Claudio Bertoni



Leyendo el relato bíblico de Judit, aquella viuda increíble que acaba convertida en heroína de los hebreos tras degollar a su enemigo más temible, he querido saber cómo son representadas las mujeres en la ficción moderna. Extrañamente, pese a la antigüedad de este relato y a las innegables contribuciones del mujerío al mundo público, aún son escasos los retratos imaginados de mujeres independientes, resueltas y valientes, desentendidas de las luchas de poder con el mundo masculino y en cortar cabezas. Lo que sí abunda son las heroínas románticas que se lucen en el pequeño espacio social de flirteo concedido a la mujer, uno de los pocos que le permite tener el sartén por el mango y jugar un papel central. También nos damos cuenta de que muchas mujeres son puestas, por ejemplo, en el género de acción, sólo para destacar las cualidades del héroe masculino, quien las rescata o protege, inflamando así la ilusión de que el mejor remedio para una mujer en apuros es un hombre fuerte a su lado. Aunque existen innumerables historias de mujeres desafiantes y combativas, determinadas a salir por sí solas del encierro impuesto por los ideales femeninos tradicionales, sus desenlaces son para llorar a gritos y desanimar cualquier espíritu de soberanía femenina. Basta recordar el final de la heroína de Tostoi, Anna Kareninna, que sucumbe lanzándose a la línea del tren; a Thelma y Louise, quienes luego de desafiar las leyes masculinas, se lanzan con convertible y todo, precipicio abajo, como única forma de escape; a la joven boxeadora de Million Dollar Baby que acaba convertida en vegetal y así suma y sigue, el listado es eterno y tétrico. Por añadidura, existe una galería de victimas femeninas malqueridas, mal situadas, maltraídas, cuyas historias van de mal en peor, invenciones que sólo paralizan.

Abordar la marginación de modelos femeninos victoriosos no sólo del imaginario sino que de la historia real, es urgente. Grandes mujeres han sido borradas de un plumazo de la memoria colectiva y se han quedado sin historia e invisibles. Por ejemplo, ¿Quién sabe de Sofonisba Anguissola? Genial pintora del Renacimiento (1528-1624) cuya obra, “Juego de Ajedrez”, que representa a sus hermanas concentradas en ese juego intelectual, es considerada una de las mejores de su género del siglo XVI. De ahí que el pintor Van Eyck dijo de ella: “A pesar de haberse quedado ciega a los sesenta años, en materia de pintura he recibido más luz de una ciega, que de todos mis maestros. Como este caso, hay miles más. Acaso, ¿existe una especie de tabú o una prohibición colectiva tendiente a inhibir la realización intelectual femenina a través de su exclusión?

La destacada escritora de novelas de detective Carolyn Heilbrun, en su libro Writting a Woman’s Life, arbitrariamente, señala la publicación de Zelda de Nancy Milford en 1970, como la partida de un nuevo período en la biografía femenina. Ahí se expone como F.Scott Fitzgerald se adueñó de tal manera de la vida de su esposa que la llevó a la locura, terminando sus días en un asilo psiquiátrico, sin control sobre su historia. También, arbitrariamente, Heilbrun señala el año 1973 como el punto de quiebre de la auto-biografía femenina moderna. Cuando la poeta, novelista y memorista norteamericana May Sarton, publicó en 1968 su Plant Dreaming Deep (Planta que Sueña Profundo), en donde relata en forma extraordinaria y hermosa la odisea de comprar una casa y de vivir sola, se sorprendió al ver que sus páginas nada revelaban del sufrimiento y de la rabia que sintió durante esos años tan difíciles. Aunque no falseó intencionalmente su relato al pintar un cuadro idílico de vida, -explica Heilbrun- ella simplemente se ciñó a las antiguas pautas de lo que debía ser una auto-biografía femenina, las que alentaban la transmutación del dolor en belleza y de la rabia y negatividad en aceptación espiritual. Para corregir su error, Sarton publica en 1973, Journal of a Solitud” (Diario de una Soledad) en donde sí habla con franqueza de su vida y de paso, abre a la mujer la posibilidad, hasta entonces vedada, de habitar su dolor, su hostilidad y sentimientos de desarraigo, en lugar de reprimirlos para construir un mundo falso. No hay que olvidar que, históricamente, el destino del mujerío era sufrir en silencio y el auto-engaño. De ahí que Virginia Woolf haya advertido: “muy pocas mujeres han escrito aún auto-biografías honestas”, lo que al final ha impedido a muchas mujeres ensoñarse a sí mismas, mientras se apegan a la palabra, toman distancia de sus angustias sin nombre y las miran con calma, para luego encontrar alivio en compartirlas con alguien más.


No obstante, esta apertura de puertas al dragón de las culpas y de las rabias enjauladas, felizmente ha sido para las mujeres la liberación de su auto-expresión sincera junto a la posibilidad de realmente vivir sus duelos y desamparos, las crueldades sufridas y las devueltas. En efecto, la rabia, además de traer consigo el regalo de verdades muy simples, ha desencadenado un chorro de fantasías al servicio de re-imaginar una nueva narrativa e imagen femenina y la construcción de un mundo propio de saber. Así encontramos en las películas protagonizadas por Jodie Foster, el retrato de la mujer sola, vulnerable y sensible, que al verse forzada a luchar contra un medio hostil, descubre una fuerza que antes desconocía. En tanto, las heroínas de Isabel Allende, empujadas por el amor, se hacen inmensamente valientes mientras se adentran en territorios inexplorados. ¡Ah! Casi había olvidado la película El diablo se viste de Prada, protagonizada por Meryll Streep, que da cuenta de un tipo de mujer que, llevada por ideales masculinos de poder y control, sobresale en el mundo de la moda, aunque eso le cuesta el sacrificio de su sensibilidad y ternura.


En cuanto al género de acción, últimamente se ha dado una corriente de seriales televisivas y de novelas -en general entretenidas, aunque muy malas- cuyas bellas protagonistas se lucen dando patadas en el trasero y torturando a todo tipo de malhechores o demonios con pinta de vampiros, sobre un trasfondo sexual un tanto masoquista y sádico. Afortunadamente, también han aparecido lúcidas espías al estilo James Bond, que retratan la vida en las centrales de inteligencia. Por ejemplo he leído que hay novelas muy notables, entre ellas Loose Lips, la primera obra de Claire Berlinski, y While I Sleep, calificada como la novela más compleja de Linda Howard.

Aunque se acusa a la literatura feminista de ser estridente o gritona, como me advierte una amiga: no hay que olvidar que el grito es la forma que tenemos de sobrevivir. Sin embargo, como mujeres debemos ir más allá del grito y poner cabeza a las emociones, siendo muy importante mover todas nuestras herramientas en la lucha por salir de nuestros encierros. De hecho, no hay victoria, sin lucha. De ahí que, sorprendentemente, el intelecto femenino brilla en el género policial y de detectives, de interés masivo para ambos sexos. Digo sorprendentemente, porque en general no se piensa que una mujer pueda sentirse en su casa en medio de asuntos violentos. Sin embargo, para Julia Kristeva, "las reinas de lo policial son deprimidas reconciliadas con el homicidio"; recuerdan que debieron matar aspectos de sí mismas, perder en el amor y sumergirse en la catástrofe del duelo para poder "conquistar una mínima libertad para pensar". Según Mary Loeffelholz, quien hace una excelente revisión de la literatura inglesa femenina, todo comienza en 1772, con la novela de confesiones criminales, muy de moda en ese entonces, Moll Flanders del inglés Daniel Defoe, que cuenta la historia de una prostituta y ladrona que al final se convierte en una mujer respetable. Más tarde, en 1841, Edgar Allen Poe introduce un nuevo elemento: la figura del detective, C.Auguste Dupin que atrapa criminales recurriendo al razonamiento más que a la fuerza bruta, y que es seguido por el famoso personaje de Arthur Conan Doyle, Sherlock Homes. Siguiendo esta dirección, Agatha Christie (1891-1976), en 1930, introduce a Miss Maple. Como muchas mujeres de este género, ella es una detective amateur que resuelve complicados crímenes gracias a su capacidad para observar la naturaleza humana y las cosas simplemente así como son mientras teje o trabaja en su jardín. Asimismo, Dorothy Sayers(1893-1957) al crear a la también detective amateur Harriet Vane, dándole la vida de una mujer actual: soltera, pero con experiencia sexual; independiente y resuelta a no dejarse atrapar en la vida de un hombre o de los hijos, se gana la vida escribiendo novelas de misterio, jamás pensó que su mujer imaginada saldría de las páginas de sus novelas para hacerse real.


Finalmente, novelistas como Mario Puzzo y el director de cine Francis Ford Coppolla o Martin Scorcesse, por ejemplo en Out of Africa, han devuelto el alma del mujerío al cuerpo. En este imaginario suelen aparecer mujeres frágiles y sensibles pero muy valientes, que son forzadas a asumir un guión de fracaso en medio de un ambiente masculino obsesionado en un sentido de vida que va de mal en peor. En El Padrino, imposible no conmoverse al rememorar la escena donde Michael Corleone, convertido en padrino de la mafia, cierra la puerta de su oficina y de su vida a la impotente y vulnerable Jane, su tierna esposa, para planear sus crímenes.

Espero que la mujer imaginada no se resigne a esa cerrada de puertas y siga dando qué hablar, siendo su discurso parte importante del desarrollo femenino. En la medida que una mujer pueda hablar de mujer a mujer con otra, aun cuando ella no exista en realidad o esté muerta, irá haciendo parte de sí misma una serie de vidas experimentales que le servirán de referentes para jugar con la suya y con su identidad. De esta complicidad podrá sacar lecciones muy simples, por ejemplo, las que enseñan Judit y Sofonisba, en su pintura: la hermosura de la mujer está en su valentía para luchar y resistir, creando sus propias jugadas ingeniosas no obstante la adversidad. Ahí, siempre hay luz en su rostro y alegría.

martes, 21 de septiembre de 2010

Sor Juana Inés de la Cruz, Monja Díscola, Poeta Insigne.

Mi primer encuentro con Sor Juana Inés de la Cruz se produjo en los años noventa, al ver la película “Yo la peor de todas” de la fallecida directora de cine, María Luisa Bemberg. Cuando en nuestro taller literario nos entregaron el programa de lecturas de este año, allí estaba la monja. Rápidamente me adjudiqué el tema para nuestro incipiente blog. Yo quería escribir su biografía porque me atrae su personalidad, su espíritu libre, su amor por el conocimiento. Me entristece que le hayan cortado las alas sólo por el hecho de ser mujer. Me gusta que, a pesar de esto, haya continuado escribiendo a escondidas.

Nacida a mediados del siglo 17, esta monja mejicana aparece en la capital azteca, cuando ya terminada la Conquista española, la cultura empieza a florecer entre la clase dominante del período colonial.

Su nombre real era Juana Ramírez de Asbaje, hija natural de un militar español y de una criolla, hija de terratenientes. La niña Juana presentó ya a los tres años deseos de aprender a leer, lo que logró asistiendo a las clases que le daban a su hermana mayor. Luego se interesó por los libros de la biblioteca de su abuelo. A los 8 años ya escribía poemas. Y cuando se enteró de que existían las universidades y que en ellas no recibían mujeres, empezó a pedir que la enviaran allí, aunque tuviera que vestirse de hombre. Obviamente no se lo permitieron.

La sociedad mejicana de ese período estaba integrada por españoles e indios que se fueron mezclando y formando una raza propia. La Iglesia Católica ejercía una influencia predominante y se preocupó que la literatura – y también otras artes- cumplieran un objetivo: la evangelización. La poesía era la más aceptada de las formas escritas y el teatro se usó preferentamente para la divulgación de la fe.

Antes de cumplir 10 años, Juana fue enviada a la capital a vivir con parientes. Allí se las arregló para estudiar –aprendió a dominar el latín en 20 lecciones- leyó aún mas y empezó a preocuparse de temas científicos.

En ese momento, llega a Méjico el nuevo virrey, don Sebastián de Toledo, marqués de Mancera y su esposa, Leonor de Carreto. El matrimonio, amantes de la cultura y de las artes, muy pronto se entera de las gracias de la joven Juana y la invitan a vivir en la corte. El virrey, impresionado, llama a un grupo de notables para que la sometan a un examen de conocimientos, del que la jovencita sale con honores.

Se convierte en la niña mimada de la corte y es adulada y celebrada por todos. Es bonita, ingeniosa y se rodea de los intelectuales más destacados del país. Pero, antes de cumplir veinte años, decide entrar a un convento. ¿Por qué? Definitivamente no tenía vocación religiosa. Al parecer le atraía el silencio monacal, donde ella podría dedicarse a estudiar intensamente sin ser molestada. Por otra parte, se declaraba contraria al matrimonio, lo que hizo, incluso, que le achacaran desviaciones lésbicas.

A los cuatro meses de entrar al Carmelo, Juana tiene que retirarse porque su rigurosidad perjudica su salud. Vuelve por un año a la corte y luego ingresa al Convento de San Jerónimo, cuya orden contemplativa era menos estricta. Allí adopta el nombre de Juana Inés de la Cruz, logra formar una biblioteca de cuatro mil libros, probablemente la más completa de la época, adquiere instrumentos científicos y es atendida por varias sirvientas. La monja convoca allí una especie de tertulia con sus pares intelectuales, donde estudian, discuten y hablan de filosofía.

En el convento, Sor Juana Inés llevaba la administración. Aunque le ofrecieron ser abadesa, ella siempre se negó. Financiaba sus libros y otras adquisiciones, escribiendo por encargo: villancicos, poemas, piezas de teatro, autos sacramentales, y sonetos. Se los piden personajes de la corte, sacerdotes de otros conventos o familias importantes de la sociedad mejicana. En una ocasión declaró que lo único que había escrito por su propia voluntad era “aquel papelillo que llaman el sueño”. (Primero Sueño).

Sor Juana Inés de la Cruz vivió en pleno Siglo de Oro de las letras españolas. Fue contemporánea de Quevedo, Góngora y Calderón de la Barca, todos ellos barrocos, un estilo literario que se caracteriza por el abuso de metáforas y la complejidad de la expresión, con el objetivo de asombrar o maravillar al lector. En el barroco era usual usar técnicas como la ironía, palabras con sentido doble e inversión de frases.

Nuestra monja mejicana tuvo una variada producción, incluyendo obras en prosa, entre ellas la “Carta Athenagorica” (1690), una profunda reflexión sobre las Sagradas Escrituras y la doctrina de la Iglesia, en la que critica un sermón del jesuita Antonio Vieyra. También escribió “Respuesta a Sor Filotea” (1691) dedicada al obispo de Puebla, que había criticado su afán de erudición, en un tiempo en que ésta era reservada a los hombres. Aquí, la religiosa hace un relato de su propia vida, de su amor por el conocimiento, del derecho de las mujeres a aprender y defiende su posición ante el cura Vieyra.

En cuanto a su producción teatral, incluyó muchas loas y villancicos, además de dos comedias de sainete: “Los empeños de una casa”, con gran influencia de Calderón de la Barca y “El amor es más laberinto”. Pero es en la poesía donde Sor Juana Inés llega a su máximo esplendor, entroncando con lo mejor de la lírica española. Sus poemas de amor, sus poemas de ingenio y, sus sonetos, la han hecho merecer el apelativo de la Décima Musa.

A pesar de todo su prestigio intelectual, la Carta Athenagorica y La respuesta a Sor Filotea, lograron derrumbar el maravilloso Parnaso que la religiosa había levantado en su celda. “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, sería la cita que aquí cabe. El poderoso obispo de Puebla la presionó para que dejara todo quehacer que no fuera religioso. La obligó a vender su biblioteca y su instrumental científico, pero no logró doblegar su espíritu.

Señala el Nóbel mejicano Octavio Paz, profundo estudioso de la vida y obra de la religiosa, “las autoridades son más rigurosas con esta mujer, que se ha hecho monja para poder pensar, que con sus contemporáneos varones: Góngora, Lope, por ejemplo, son malos sacerdotes, desordenados y lujuriosos, y son perdonados. Sor Juana no es una monja desordenada: es una monja díscola, y con ella son implacables”.

A partir de entonces, en 1964, deja de publicar, pero continúa escribiendo. Un inventario del siglo XIX encontrado en su celda, da cuenta de 15 manuscritos póstumos de poemas sagrados y profanos. Un libro, “La Casa del Placer”, recientemente publicado, reúne “Enigmas”, poemas que ponían a prueba el ingenio del lector. Sor Juana los escribió, por encargo de la condesa de Paredes, para un grupo de monjas portuguesas aficionadas a la lectura y grandes admiradoras de su obra, que intercambiaban cartas y formaban una sociedad a la que dieron el nombre de Casa del placer. Las copias manuscritas que hicieron estas monjas de la obra de Sor Juana fueron descubiertas en la biblioteca de Lisboa en 1968.

Las penurias de esta gran mujer continuaron. Sus amigos en la corte habían fallecido, las monjas más cercanas a ella, también. Revueltas y rebeliones surgían en distintas partes del virreinato. Méjico fue asolado por una epidemia de peste. La monja se dedicó a cuidar a las religiosas enfermas de su convento, siendo contagiada en poco tiempo. Murió en 1695, a los 44 años de edad.

María Teresa Gandarillas Vergara




martes, 14 de septiembre de 2010

Emily Dickinson, Poeta con Mayúscula…

Hizo una vida diferente a la de las mujeres de su época y lugar, e hizo una obra literaria sorprendente, en la que acostumbraba a destacar lo que ella consideraba importante utilizando mayúsculas en esas palabras.

Amherst, Massachussets, surge en un valle ubicado a 50 millas de Boston, y debe su nombre al barón Jeffrey Amherst, héroe que venció a indígenas y franceses. Se inicia su historia con registros del siglo XVII, pero se desarrolla un siglo después con la activa llegada de colonos protestantes que se repartieron sembrando la tierra y sus ideas puritanas.

Allí nació y creció Emily Norcross Dickinson; allí esta enterrada y se conserva su casa familiar convertida en museo -conocida como La Granja o Mansión-, colindante a la de su hermano mayor Austin y su esposa Sue (Susan Gilbert), amiga y confidente de la poetisa, al punto de atribuírsele ser la segunda persona a la que le leyó sus escritos.

Pareciera que de Amherst hay poco que hablar, pero cuando se hace un link en Internet para averiguar al respecto, aflora inmediatamente el nombre de Emily Dickinson y, a continuación, el de tres instituciones que lo han confirmado como centro de educación importante; la Universidad de Massachussets, el Hampshire College y la Academia Amherst, formada entre otros por el juez Edward Dickinson, padre de Emily, abogado como su propio padre y como su hijo Austin, y figura local prestigiosa en educación y política; de él, dijo la poeta, “su corazón era puro y terrible”. Pero ella lo amaba y respetaba, aun cuando su criterio la llevaba a rechazar la ortodoxia en algunos temas.

Edgard Dickinson, dueño de un carácter autoritario y amplia cultura, junto a su padre (Samuel Dickinson) y otros pocos logró que la localidad de Amherst fuera desde entonces más que una aldea, pese a que entró en el siglo XXI con solo 34.840 habitantes.

De Emily Dickinson también hay pocos datos precisos, más allá de las fechas de su nacimiento y partida - 10 de diciembre de 1830, 15 de mayo de 1886- y de conocerse que provenía de una familia respetable de Nueva Inglaterra, en la que era la del medio de tres hermanos. Se conocen también sus sólidos estudios formales; primero en La Academia Amherst, que dirigió su padre, donde ingresó en 1840 (dos años después de que se aceptaron mujeres) y luego en el Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, donde estuvo un año de los dos que pretendía y no pudo cumplir por su salud delicada, que la llevó de vuelta a casa. En esa institución trataron de prepararla para misionar en el extranjero, pero quedó como una de las 70 “no convertidas”, de sobre 200 alumnas.

Esto la hace especialmente singular, ya que las mujeres en la sociedad de ese tiempo y lugar, se conformaban con compartir con las vecinas la hora del té y el coro de la iglesia. Por entonces, esa localidad no tenía teatro, ni impartía conciertos de música clásica o danza. Las novelas eran consideradas “literatura disipada”, los juegos de naipes estaban prohibidos…. Ni siquiera se acostumbraba a celebrar las fiestas navideñas. Las tareas hogareñas eran una carga femenina pesada, pero en la casa Dickinson contaban con una empleada irlandesa.

Abocados a preparar misioneros que partían equipados con su mensaje, sumergidos en la austeridad y el severo puritanismo calvinista, los habitantes de Amherst no supusieron que precisamente algunos viajeros regresarían trayendo novedades del mundo con que coexistían al cruzar el límite de su territorio.

Sin embargo, Emily antes de los 20 años sumaba conocimientos profundos y dotes variadas. Además de literatura e historia, sabía de biología y botánica, entre otros; incluso, de astronomía, que le entregó otra mirada para observar las estrellas. En esa época era una joven pálida, con el cabello recogido, de ojos grandes y rasgos armónicos. Su educación se ha considerado como precoz y estresante; también se preparó en horticultura, floricultura, canto, piano (con clases los domingos)…. y aprendió griego y latín, por lo que pudo leer a Virgilio en su idioma original.

Por entonces, ya era reconocida su independencia de criterio y la profundidad de sus ideas, como hoy su capacidad de crear poemas breves y cargados de ideas. A pesar de la fidelidad a convicciones propias y la inquietud por el tema religioso, tuvo una sensación de exclusión de la religión establecida, en la que no aceptaba la doctrina del pecado original.

De su humor hay recuerdos tempranos; a los 11 años, un compañero escribió en una tarea “hay que pensar dos veces antes de hablar”, y ella le recriminó que era aburrido y que debió “haber pensado dos veces antes de escribir”….

Por su parte, de su talento literario se estima que quedaron 1.700 obras, solo 5 poemas publicados en vida, tres sin autor y otro sin que ella supiera; el resto, los descubrió, editó y compiló su hermana menor Lavinia (Vinnie), adoradora y admiradora, quien respetando la voluntad de Emily se limitó a escucharlos en vida de la autora como una de sus confidentes personal y literaria.

La poeta solía leer sin problemas sus obras frente a algunos seleccionados; amigos, críticos, pensadores (como Ralph Waldo Emerson, el socio de su padre) y maestros (como T. Higginson, conocido como el “maestro de las cartas”). En el caso del reverendo Charles Wadsworth, además quedó claro a través de cartas el sentimiento que ella le tenía, a pesar de sus aparentes diferencias teológicas. Se sabe que una vez escribió “el amor no tiene para mí más que una fecha, 1· de abril, de ayer , hoy y siempre”, refiriéndose al día en que murió Wadsworth.

Figura romántica y especial, magnética y hermética, Emily debido a la vaga información de su historia privada ha despertado curiosidad y especulaciones que, incluso, han puesto en duda su sexualidad, por ejemplo, basándose en cartas a su hermosa e inteligente cuñada Sue, en la que sorprende la carga emotiva; aunque basta releer en general sus cartas para notar la emotividad apasionada que con frecuencia dejaba verter en ellas … Hoy, solamente la coherencia de sus obras puede hablar por su autora.

Se le atribuyen dos amores, de los que no hay pruebas de que concretara una relación erótica; ambos fueron influencias importantes en sus lecturas y pensamiento. Uno, cuando muy joven, prodigado a un hombre diez años mayor que ella y ayudante de su padre, Benjamín Newton, de quien escribió en 1848, “he encontrado a un nuevo y hermoso amigo” ; se estima que fue separado de Emily por Edward Dickinson, quien no lo consideraba apropiado para su hija, y que falleció de tuberculosis a los 33 años, lejos de Amherst. El otro, un amor más maduro y supuestamente platónico, es el reverendo Charles Wadsworth; hombre casado, mayor, con quien se cree que no debió de reunirse sino unas cinco veces sola, pero mantuvo una importante correspondencia. Del último encuentro entre ambos, durante una visita de él a Amherst veinte años después haber partido de del lugar (supuestamente para no caer en la tentación), se rescata un diálogo relacionado al traslado en tren; “¿Tardó mucho su viaje?”, preguntó Emily, a lo cual Wadsworth respondió …“Veinte años”.

Pero, aun más indescifrable que su vida afectiva ha resultado el misterio de su retiro, que se inició a los 31 años y se intensificó hasta la reclusión en el cobijo del hogar; al principio era posible divisarla en el jardín disfrutando de la naturaleza, pero concluyó con ella restringida a su dormitorio. Y más incomprensible resulta, aún, cuando acompañó esa decisión con la de vestir sólo de blanco.

Hay factores que podrían explicar el hecho, aunque muchos prefieren atribuirlo a extravagancia e irracionalidad. La precariedad de su salud concentrada al final en los riñones, los problemas de visión que la llevaron a la ceguera, las penas , las pérdidas… “Agosto me ha dado las cosas mas importantes y abril me ha robado la mayoría de ellas”, declaró una vez, refiriéndose a la fecha del fallecimiento de Wadsworth, muy cerca de Newton, que fue un 24 de marzo. Ambos, dolores que quizás sobrepasaron su cuerpo frágil y ánimo sensible.

Emily Dickinson era dueña de una inteligencia que le empujaba al pensar independiente, pero una personalidad suficientemente humilde que prefirió el amor al padre autoritario que la osadía de rebelársele. Responde además a una época y lugar en que la mujer construía mundos puertas adentro, y en que el puritanismo ordenaba las cosas del interior y del exterior, en la sociedad y en el hombre.

Y para qué ponerse ropas de colores sobre su cuerpo, si ya no podía verlos… y si el blanco frente a todos ellos es, lejos, el tono más limpio, más puro.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Emily Dickinson, Poeta con Mayúscula…

     Emily Dickinson (Amherst, Nueva Inglaterra, 1830-1886) es una poeta que no calza en una tradición, escuela o movimiento; de hecho podría afirmarse que sus poemas constituyen algo único en estilo y que desarrollan  temas siempre  vigentes por ser asuntos universales.  Utiliza la estrofa de 4 versos que riman abcb, la misma de los himnos y salmos protestantes, pero que modifica con guiones que interrumpen el ritmo y obligan al lector a hacer pausas que producen un efecto muy especial porque recalcan o enfatizan lo central.  Por ejemplo, la ironía de ser una rana,  una voz que se oye, pero a la que nadie presta atención.  Este como otros de sus poemas nos hacen recordar o convertir en  aforismo su  mensaje.   "I'm Nobody!  Are You Nobody, Too?"  es una expresión que se hizo mía desde que lo leí por primera vez hace muchos años  y que estalla en mi mente cada vez que alguien o algo en mí  la activa.  Expresa con un mínimo de palabras una situación de gran significado y  por medio de afirmaciones y negaciones, penetra en la conciencia y pone en primer plano a alguien croando ante un interlocutor tan poco atractivo como  un pantano.

I'm Nobody! Who are you?                      ¡Soy Nadie!  ¿Quién eres tú?
Are you  --Nobody-- Too?                       ¿Eres --nadie-- ¿también?
Then there is a pair of us!                         ¡Entonces, somos un par!
Don't tell! They'd advertise --you know!    ¡no lo digas, lo harían público --tú sabes.
How dreary --to be.  Somebody!               ¡Que horrible --ser-- Alguien!
How public --like a frog--                          ¡Qué procaz --como una rana--
To tell one's name --the livelong June--      Afirmar su nombre --todo el santo diciembre
To an admiring Bog!                                 a un pantano admirativo!

La voz poética -el yo inquisitivo-- de Dickinson entabla un diálogo con el lector sobre una experiencia, emoción o pensamiento que va más allá de lo objetivo y consagrado, para destacar el valor de la modestia e individualidad.
     Los temas en la poesía de Dickinson son propios de una psiquis que explora el sentir con honestidad y universalidad, sin transformarse en una obra de filosofía como la de los románticos ingleses, del irlandés W. B. Yeats y tantos otros autores a lo largo del tiempo y del mundo.  Por el contrario, la suya es una reflexión sobre experiencias y sentimientos que todos hemos experimentado y cuestionado a lo largo de nuestras vidas.
     Hablar y escribir son formas que autoafirman la voluntad y nos llaman a explorar nuestra identidad.  La gran parte de la obra de Dickinson enfatiza la supremacía del yo y la necesidad de afirmarlo para que cada Yo se constituya en soberano del sí mismo.   Para ella, la palabra es la provincia del poeta cuya misión es recrear el mundo como un lugar donde los objetos tienen entre sí una relación casi mítica.  Lo vemos en un poema que describe a la esperanza como algo concreto, una pluma y su acción similar a la de un ave cuando se posa con toda la fuerza de sus garras.  Es una metáfora muy concreta de lo que significa para la conciencia: aunque la esperanza sea fugaz como una pluma, cuando se implanta en lo más hondo del ser nunca deja de entregar un mensaje:

Hope is the thing with feathers                         Esperanza es algo con plumas
That perches in the soul,                                 que se posa en el alma
And sings the tune --without words--               y canta una melodía --sin palabras--
And never stops at all--                                   y nunca se detiene totalmente--

     LA NATURALEZA COMO UN REFUGIO DONDE RONDAN VISIONES

     En una de sus cartas, Dickinson define la naturaleza como la guarida de lo fantasmagórico y al arte como un refugio.  La primera es un conjunto de signos pocos claros que esconden el propósito de las cosas y el arte la expresión privilegiada que permite decodificar el misterio.

Nature is what we see--                               La naturaleza es lo que vemos--
The Hill --the Afternoon--                            La montaña --la tarde
Squirrel--Eclips--the Bumble bee--               La Ardilla--el Eclipse--el Abejorro
Nay --Nature is Heaven--                             No --la Naturaleza es el Cielo--
Nature is what we hear--                              La Naturaleza es lo que oímos--
The Bobolink --the Sea--                             El Bololink --el Grillo--
Nay --Nature is Harmony--                          No --la Naturaleza es Armonía--
Nature is what we know--                            La Naturaleza es lo que conocemos--
Yet have no art to say--                               Pero no tenemos el arte para decirlo--
So impotent Our Wisdon is                         Tan impotente es nuestra Sabiduría
To her Simplicity                                         Para tanta Sencillez

     La obra de Emily Dickinson es muy interesante y motivadora.  Es un juego de  palabras, especialmente de homófonos, por ejemplo "the eye y the I", para explorar la conexión que existe entre la acción de ver y el ser.  En "The Soul Selects her Own Society", ver es poder, autoridad y posibilidad de establecer contacto con el mundo circundante.  El yo declara que conoce el alma y le ordena "close the lids" para alejarse de todo lo sensorial, pero este será tema para un próximo comentario.



María Ester Martínez
9 de septiembre 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

La Elegancia del Erizo: Más Allá de las Apariencias

Un verdadero boom ha sido esta novela de Muriel Barbery
traducida a 27 lenguas, que ha superado todas las expectativas de ventas y que también fue llevada al cine con éxito.
Beatriz Berger

El libro se desarrolla en París, en el Nº7 de la calle Grenelle, un antiguo edificio burgués donde habitan una serie de personajes muy especiales.
Por una parte, Renée la portera ha pasado su vida fingiendo ser una mujer corriente. Debido a sus experiencias, prefiere mantener una estricta distancia con los “ricos” y no traspasar los límites que considera debe respetar una portera. Por otro lado, Paloma, una niña de 12 años, desencantada del mundo y de las expectativas que le ofrece la vida, provista de una agudeza e inteligencia que no corresponde para nada a su edad cronológica, descubre los valores escondidos tras la dura imagen que proyecta la portera.
El tercer personaje aparece de pronto, cuando el señor Ozu se muda al edificio, surgiendo una hermosa relación entre estos protagonistas. Relación que recorre las páginas de esta obra que apunta a destacar –metafóricamente- las virtudes y rico mundo interior que pueden llegar a esconderse tras las púas del erizo.
Al leer el texto –plagado de guiños literarios- y ver la película, aparece un tanto forzada la aparición del “encantador” japonés quien, como un hombre bueno, busca el trasfondo de los seres humanos, más allá de las apariencias para que cada uno encuentre su felicidad.
Aunque suena a “slogan” y a telenovela, las páginas del libro se recorren con agilidad desde este controvertido siglo XXI, donde es posible disfrutar con el antiguo ambiente afrancesado-burgués que se retrata y con una historia que destaca la sensibilidad y los fuertes latidos del corazón.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La elegancia del erizo: novela del absurdo

Celebrada por la crítica, mantenida en los primeros lugares de las más vendidas e incluso llevada al cine, son datos más que suficientes que motivan a leer La elegancia del erizo, la novela de la francesa Muriel Barbey. Sin embargo, aunque reconozco que el argumento es atractivo y original, a veces tierno y emotivo, no terminó de convencerme. Y, para ser exacta, hasta me aburrió, a tal extremo que comencé a saltarme página, una conducta por lo general ajena a mí. ¿Dónde está la falla? Siento que el libro contiene excesivos análisis filosóficos, sicológicos, históricos, artísticos y sociológicos, todo a la luz de una visión crítica que no deja a nada ni a nadie bien parado. Lo mismo se aplica a la relaciones familiares, la política, el sicoanálisis, las tesis universitarias, los ricos que explotan a los pobres. Que pongan en tela de juicio a todo un sistema me parece bien. Pero ¿por qué hacer todo tan difícil y tedioso? Lo más inverosímil es que quienes hacen estas reflexiones, en una suerte de monólogo interno, motivado principalmente por hechos anodinos, sean Paloma, la inmadura preadolescente de apenas 12 años, hija de una familia adinerada, y la portera del edificio donde ambas viven, Renée, una mujer madura de origen humilde, gran lectora pero de escolaridad mínima. Con estos antecedentes ¿cómo aceptar que ambas posean tanto conocimiento y sentido crítico que les permita elaborar conclusiones tan profundas? Barbery las presenta como superdotadas y autodidactas, pero tan celosas de su privacidad que viven usando subterfugios para ocultar su verdadero ser. Según yo, son un par de autistas, inadaptadas y pedantes que desprecian a la humanidad.
La autora, en el último tercio de su novela muestra la faceta emotiva de la historia, el clímax, el se produce cuando Paloma y Renée se encuentran, abren sus caparazones y se muestran la una a la otra como nunca lo han hecho ante nadie. De la comprensión pasan al cariño y de ahí a momentos felices donde pueden compartir su experiencia y conocimientos. Esto gracias a la intervención de un nuevo inquilino, un maduro, culto y muy rico señor japonés. Y aquí, surge una nueva contradicción: ¿por qué ambas caen en trance frente a este millonario sesentón, siendo que hasta entonces sólo han tenido críticas al estrato socio económico alto? ¿Será porque este personaje viene de Japón, por cuya cultura las dos sienten una verdadera idolatría? Raro, por decir lo menos, puesto que en el país asiático sin duda deben existir los mismos problemas que en Occidente. Pero lo más desconcertante se presenta en el desenlace, cuando la huraña portera, que ha sufrido una metamorfosis física, con peluquería y vestido nuevo inclusive, se enamora de este caballero de ojos rasgados. Y cuando pensamos que se iniciará un romance, pasa algo abrupto que no quiero contar para no matarle el interés a los posibles lectores. Quizás Barbery utiliza este recurso a fin de evitar el final feliz de las cenicientas que encuentran a su príncipe. Y así, lo que comenzó como una novela de profundo contenido sicológico, termina siendo un frustrado cuento de hadas… pero de hadas finalmente.
Por Ana María Egert
02/09/2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Muriel Barbery: la mujer detrás del erizo

Después de terminar La elegancia del erizo, quise saber quién era realmente esa escritora francesa tan repentinamente encumbrada a la fama. Investigando por aquí y por allá, descubrí que sobre ella se conoce poco. Se sabe que es casada, pero no si tiene hijos. También se ignora a qué se dedicaban sus padres cuando ella llegó al mundo, en 1969. Menos aún cuántos años vivió en Casablanca, la mítica ciudad marroquí de la muy premiada película del mismo nombre y que protagonizaron Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Ahora, si pasó un tiempo largo en esa ciudad, la más grande del Reino de Marruecos, debe haber sabido lo que era vivir en un país árabe e islamita; un país que hacía tiempo se había independizado del protectorado de Francia y España, un país que, enclavado en Africa del norte mira a Europa por el estrecho de Gibraltar. Y si ella estaba todavía allí cuando tenía un año de edad, su familia habría sido testigo del conflicto que se armó cuando Marruecos se anexó, en contra de la voluntad de las Naciones Unidas, el Sahara Occidental.
Sin duda la vida Muriel Barbery habría seguido en el más completo anonimato si nunca hubiese escrito La elegancia del erizo, la novela que publicó en 2006 y que la catapultó a la fama, con millares de ejemplares vendidos, traducción a 39 idiomas y el Premio de los Libreros franceses, en 2007.
Y, sólo por este hecho, aparecieron unos pocos datos relacionados con su persona. Por ejemplo, que es profesora de Filosofía de la Escuela de Letras y Ciencias Humanas de Francia y que ejerció la docencia en Lyon y en otros centros como la Universidad de Borgoña.
Un currículo del que se conoce poco, lo que se debe, sin duda, a que rehuye a las entrevistas. Y en las pocas que ha dado, casi siempre se refiere sólo a sus libros. Sin embargo, son justamente éstos los que dan luces acerca de su personalidad. Es tímida y solitaria, como las protagonistas de su libro estrella, y su vida siempre estuvo restringida a un pequeño círculo de amigos. Un hecho que le juega malas pasadas, confesó en una entrevista, porque sin bien escribir es su fascinación y le permite ganarse la vida sin tener otro trabajo, también constituye un problema: por allí se filtra su intimidad, algo que le asusta y desagrada. Gajes del oficio, dirán muchos.
Pero hay otra cosa que la liga a Renée y Paloma, sus dos personajes de la novela. Tal como ellas, Muriel Barbery es una gran lectora. Siempre lo ha sido, desde la niñez. Entre sus escritores favoritos figuran Tolstoi, Flaubert, Balzac, Proust, Margareth Mitchell y Orson Scott Card.
La elegancia del erizo, no es, sin embargo, el único libro de esta autora. Antes de él hay otros dos que en realidad son uno. La primera versión, titulada Una golondrina, se publicó en Francia en 2000 y poco después en España, por la editorial Seix Barral con el nombre de Rapsodia Gourmet o Une gourmandise. Y aunque cosechó algunos aplausos y recibió el Premio Meilleur Livre de Littérature Gourmande, lo cierto es que la crítica, en su gran mayoría, no lo trató bien. En todo caso, yo también la leeré para formarme mi propia opinión.
La segunda experiencia de Muriel Barbery fue diametralmente opuesta: La elegancia del erizo, apenas publicada, saltó al estrellato. ¿De qué trata? Su argumento transcurre en el interior de un elegante y antiguo edificio ubicado en el corazón del París actual. Las protagonistas son Paloma, de 12 años, hija de una de las ricas familias propietarias, y Renée, la portera, de 56 años, viuda, sin hijos. Las dos son solitarias, encerradas en ellas mismas y de carácter hosco. Y las dos comparten, sin saberlo porque apenas se saludan, un mismo secreto: poseen una inteligencia superior y una visión crítica del mundo que las rodea. En el último tercio del libro, se descubrirán mutuamente y como almas gemelas, se revelarán una a la otra y empezarán a compartir conocimientos, vivencias y sentimientos, a gozar con las cosas pequeñas que les dan sentido a la existencia. Todo esto gracias a la relación que las dos establecen con un nuevo inquilino, un maduro, culto y refinado millonario japonés que ha llegado a vivir al edificio. La niña, que había planeado suicidarse cuando cumpliera los 13 años, cambia su decisión, mientras su alma gemela, paradójicamente, encuentra un trágico final.
Sobre el enigmático título del libro, la escritora ha dicho que éste tiene su origen en una observación que hace Paloma sobre la portera Renée: “Ella tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes".
Escrito en primera persona y a dos voces que se van alternando, la de la niña y la portera, el libro fue llevado, con el mismo título, al cine por Mona Achache, una joven actriz y cortometrajista francesa. Para la cineasta la historia tiene todos los ingredientes de un cuento de hadas: Renée es Cenicienta, Paloma, el hada, y Kakuro, el príncipe. Una apreciación que coincide con la de algunos críticos y el público en general, incluyéndome a mí misma.
Al leer las dos novelas de Muriel Barbery, uno puede fácilmente descubrir que tienen una particularidad: hay lazos que las unen. En ambas, el escenario es el mismo, el viejo edificio de la calle Grenelle. Y, en ambas se repiten algunos de sus personajes. El famoso chef de Rapsodia Gourmet, por ejemplo, también aparece en La elegancia del erizo, pero en papel muy secundario. Lo mismo pasa con Renée, pero al revés: mientras en el primer libro apenas se esboza, en el segundo se transforma en figura central. Lo otro sorprendente es lo ocurrido con Paloma. Cuando la escritora tenía la narración muy avanzada, sintió que la niña emergía en forma potente y de ser alguien muy poco importante la convirtió en protagonista principal.
Hoy Muriel Barbery vive en París, preparando su tercera novela. ¿Tendrá el mismo éxito?. Habrá que esperar. Lo que se sabe es que recientemente estuvo en Kyoto, Japón, país por cuya cultura siente una gran admiración. Un hecho que se desliza a través de sus libros, sobre todo en el último, cuando aparece su tercer personaje, el refinado señor Ozu.

Publicada por Ana María Egert
01/09/2010

martes, 31 de agosto de 2010

Primero, leí la novela La Elegancia del Erizo de Muriel Barbery, luego, me encantó ver la película. Pero ¿Por qué cautiva tanto esta novela?


Además de ser entretenida y estar bien hecha es una estupenda sátira de nuestros tiempos, escrita con ternura y bellos, pero antiguos pensamientos, como si su autora quisiera hacernos recordar aquello que siempre olvidamos. Incluso, según revela la fotografía de Muriel, ella da la impresión de ser alguien amorosa y sensible. Como sea, por sus páginas circulan numerosos seres humanos infantiles y auto-absortos, en el fondo solitarios y ciegos a la vida, protegidos y, al mismo tiempo, limitados en sus propias esferas. Igual que los peces que dan vueltas y vueltas en su pecera, y aunque viven con la ilusión de ir hacia algún lugar y que avanzan, en realidad no marchan a ningún lado. En cierta forma, los personajes del libro evocan a los de Woody Allen, gente adinerada que deambula inquieta por grandes ciudades, confundiendo lo poco importante y lo absurdo con lo importante. Aunque aspiran a una vida mejor, más vital o valiosa, no es menos cierto que se han perdido en sus propias obsesiones y, como se han acomodado en un estupendo decorado, confunden la felicidad con comodidades, haciéndoseles difícil concebir una vida mejor. Asimismo su autora enseña que cuando nos aferramos a la filosofía y nos preguntamos por el sentido de nuestras vidas, es porque estamos medios vivos y medios muertos. De hecho, alguien que simplemente vive con mayúsculas, fluye confiado con la vida, lleno de emociones propias, y no anda cabeceándose con cuestiones filosóficas prestadas y no nacidas de una experiencia emocional auténtica. Ya desgastada la magia de las religiones e ideologías occidentales por tantas racionalizaciones, la autora apunta al lejano oriente. Quizá allí se encuentre la sabiduría capaz de dar vitalidad a los desabridos días occidentales y, es así como, imaginativamente, se las arregla para hacer del japonés, un hombre amable y culto, refinado y sin egoísmos, un ser ideal, experto en lo más importante: el alma. Como un faro en el firmamento hace su aparición en el oscuro universo del edificio, inaugurando la auténtica experiencia de amor ideal y de lo creativo. Su perturbadora influencia transforma la vida de las protagonistas, Reneé y Paloma, quienes al vivir en su amistad una experiencia amorosa de verdad, donde son reconocidas y aceptadas con su propia individualidad, despiertan por arte de magia a su sensibilidad, saliendo del nihilismo más absoluto y de sus ganas de morir. Esa es la humorada más risible de todas, la que convierte a esta novela en comedia humana que desmitifica todo. El caso es que aquel romance es un “castillo de fuegos artificiales”, un último intento de Reneé por resucitar su alma desolada, sin contar que ella misma intuye que nada es lo que parece. Al caer en cuenta que pese a saber mucho, sabe muy poco de la vida, siéndole tremendamente difícil hacerse presente en ella, va tras la parte loca, caótica y confundida, atentando contra un final sentimental de película por su propio descuido. Afortunadamente, Paloma de doce años es sólo una niña ignorante y eso la salva, pues aunque el amor siempre es bienvenido, no se debe olvidar que a veces una vida y hasta los cuentos de amor suelen ser invenciones para proteger un corazón roto. De manera que una mujer mayor, para poder aprender a vivir de nuevo, debe antes comprender sola sus problemas y ver qué ha sido de su vida, cómo es que llegó a ser quien es, comenzando por rescatar recuerdos hasta llegar al desagrado de encontrarse con lo que ella jura no ser. Todo ello significa trabajar arduamente en sí misma, mientras construye una consciencia adaptada a lo incierto de la vida emocional. En fin, nada parecido a la fábula romántica del novelesco japonés que despierta con un beso de amor a la bella durmiente, bastando que la heroína ponga su cabeza en su pecho masculino y ¡Santo Remedio! ¡Todo se ordena y la felicidad regresa para siempre. Es así como, Muriel Barbery, se ríe y nos hace reír, forzándonos a mirar con simpatía la propia ceguera e inclinación al facilismo, nuestros sueños superficiales y la escasa presencia que tenemos en la vida. No obstante ese destino insignificante y desesperado, en cada uno de nosotros hay más belleza y ternura de la que creemos, de hecho, permite escribir un buen libro como éste.