jueves, 7 de octubre de 2010

La mujer imaginada

Vivir, es ver mujeres


Claudio Bertoni



Leyendo el relato bíblico de Judit, aquella viuda increíble que acaba convertida en heroína de los hebreos tras degollar a su enemigo más temible, he querido saber cómo son representadas las mujeres en la ficción moderna. Extrañamente, pese a la antigüedad de este relato y a las innegables contribuciones del mujerío al mundo público, aún son escasos los retratos imaginados de mujeres independientes, resueltas y valientes, desentendidas de las luchas de poder con el mundo masculino y en cortar cabezas. Lo que sí abunda son las heroínas románticas que se lucen en el pequeño espacio social de flirteo concedido a la mujer, uno de los pocos que le permite tener el sartén por el mango y jugar un papel central. También nos damos cuenta de que muchas mujeres son puestas, por ejemplo, en el género de acción, sólo para destacar las cualidades del héroe masculino, quien las rescata o protege, inflamando así la ilusión de que el mejor remedio para una mujer en apuros es un hombre fuerte a su lado. Aunque existen innumerables historias de mujeres desafiantes y combativas, determinadas a salir por sí solas del encierro impuesto por los ideales femeninos tradicionales, sus desenlaces son para llorar a gritos y desanimar cualquier espíritu de soberanía femenina. Basta recordar el final de la heroína de Tostoi, Anna Kareninna, que sucumbe lanzándose a la línea del tren; a Thelma y Louise, quienes luego de desafiar las leyes masculinas, se lanzan con convertible y todo, precipicio abajo, como única forma de escape; a la joven boxeadora de Million Dollar Baby que acaba convertida en vegetal y así suma y sigue, el listado es eterno y tétrico. Por añadidura, existe una galería de victimas femeninas malqueridas, mal situadas, maltraídas, cuyas historias van de mal en peor, invenciones que sólo paralizan.

Abordar la marginación de modelos femeninos victoriosos no sólo del imaginario sino que de la historia real, es urgente. Grandes mujeres han sido borradas de un plumazo de la memoria colectiva y se han quedado sin historia e invisibles. Por ejemplo, ¿Quién sabe de Sofonisba Anguissola? Genial pintora del Renacimiento (1528-1624) cuya obra, “Juego de Ajedrez”, que representa a sus hermanas concentradas en ese juego intelectual, es considerada una de las mejores de su género del siglo XVI. De ahí que el pintor Van Eyck dijo de ella: “A pesar de haberse quedado ciega a los sesenta años, en materia de pintura he recibido más luz de una ciega, que de todos mis maestros. Como este caso, hay miles más. Acaso, ¿existe una especie de tabú o una prohibición colectiva tendiente a inhibir la realización intelectual femenina a través de su exclusión?

La destacada escritora de novelas de detective Carolyn Heilbrun, en su libro Writting a Woman’s Life, arbitrariamente, señala la publicación de Zelda de Nancy Milford en 1970, como la partida de un nuevo período en la biografía femenina. Ahí se expone como F.Scott Fitzgerald se adueñó de tal manera de la vida de su esposa que la llevó a la locura, terminando sus días en un asilo psiquiátrico, sin control sobre su historia. También, arbitrariamente, Heilbrun señala el año 1973 como el punto de quiebre de la auto-biografía femenina moderna. Cuando la poeta, novelista y memorista norteamericana May Sarton, publicó en 1968 su Plant Dreaming Deep (Planta que Sueña Profundo), en donde relata en forma extraordinaria y hermosa la odisea de comprar una casa y de vivir sola, se sorprendió al ver que sus páginas nada revelaban del sufrimiento y de la rabia que sintió durante esos años tan difíciles. Aunque no falseó intencionalmente su relato al pintar un cuadro idílico de vida, -explica Heilbrun- ella simplemente se ciñó a las antiguas pautas de lo que debía ser una auto-biografía femenina, las que alentaban la transmutación del dolor en belleza y de la rabia y negatividad en aceptación espiritual. Para corregir su error, Sarton publica en 1973, Journal of a Solitud” (Diario de una Soledad) en donde sí habla con franqueza de su vida y de paso, abre a la mujer la posibilidad, hasta entonces vedada, de habitar su dolor, su hostilidad y sentimientos de desarraigo, en lugar de reprimirlos para construir un mundo falso. No hay que olvidar que, históricamente, el destino del mujerío era sufrir en silencio y el auto-engaño. De ahí que Virginia Woolf haya advertido: “muy pocas mujeres han escrito aún auto-biografías honestas”, lo que al final ha impedido a muchas mujeres ensoñarse a sí mismas, mientras se apegan a la palabra, toman distancia de sus angustias sin nombre y las miran con calma, para luego encontrar alivio en compartirlas con alguien más.


No obstante, esta apertura de puertas al dragón de las culpas y de las rabias enjauladas, felizmente ha sido para las mujeres la liberación de su auto-expresión sincera junto a la posibilidad de realmente vivir sus duelos y desamparos, las crueldades sufridas y las devueltas. En efecto, la rabia, además de traer consigo el regalo de verdades muy simples, ha desencadenado un chorro de fantasías al servicio de re-imaginar una nueva narrativa e imagen femenina y la construcción de un mundo propio de saber. Así encontramos en las películas protagonizadas por Jodie Foster, el retrato de la mujer sola, vulnerable y sensible, que al verse forzada a luchar contra un medio hostil, descubre una fuerza que antes desconocía. En tanto, las heroínas de Isabel Allende, empujadas por el amor, se hacen inmensamente valientes mientras se adentran en territorios inexplorados. ¡Ah! Casi había olvidado la película El diablo se viste de Prada, protagonizada por Meryll Streep, que da cuenta de un tipo de mujer que, llevada por ideales masculinos de poder y control, sobresale en el mundo de la moda, aunque eso le cuesta el sacrificio de su sensibilidad y ternura.


En cuanto al género de acción, últimamente se ha dado una corriente de seriales televisivas y de novelas -en general entretenidas, aunque muy malas- cuyas bellas protagonistas se lucen dando patadas en el trasero y torturando a todo tipo de malhechores o demonios con pinta de vampiros, sobre un trasfondo sexual un tanto masoquista y sádico. Afortunadamente, también han aparecido lúcidas espías al estilo James Bond, que retratan la vida en las centrales de inteligencia. Por ejemplo he leído que hay novelas muy notables, entre ellas Loose Lips, la primera obra de Claire Berlinski, y While I Sleep, calificada como la novela más compleja de Linda Howard.

Aunque se acusa a la literatura feminista de ser estridente o gritona, como me advierte una amiga: no hay que olvidar que el grito es la forma que tenemos de sobrevivir. Sin embargo, como mujeres debemos ir más allá del grito y poner cabeza a las emociones, siendo muy importante mover todas nuestras herramientas en la lucha por salir de nuestros encierros. De hecho, no hay victoria, sin lucha. De ahí que, sorprendentemente, el intelecto femenino brilla en el género policial y de detectives, de interés masivo para ambos sexos. Digo sorprendentemente, porque en general no se piensa que una mujer pueda sentirse en su casa en medio de asuntos violentos. Sin embargo, para Julia Kristeva, "las reinas de lo policial son deprimidas reconciliadas con el homicidio"; recuerdan que debieron matar aspectos de sí mismas, perder en el amor y sumergirse en la catástrofe del duelo para poder "conquistar una mínima libertad para pensar". Según Mary Loeffelholz, quien hace una excelente revisión de la literatura inglesa femenina, todo comienza en 1772, con la novela de confesiones criminales, muy de moda en ese entonces, Moll Flanders del inglés Daniel Defoe, que cuenta la historia de una prostituta y ladrona que al final se convierte en una mujer respetable. Más tarde, en 1841, Edgar Allen Poe introduce un nuevo elemento: la figura del detective, C.Auguste Dupin que atrapa criminales recurriendo al razonamiento más que a la fuerza bruta, y que es seguido por el famoso personaje de Arthur Conan Doyle, Sherlock Homes. Siguiendo esta dirección, Agatha Christie (1891-1976), en 1930, introduce a Miss Maple. Como muchas mujeres de este género, ella es una detective amateur que resuelve complicados crímenes gracias a su capacidad para observar la naturaleza humana y las cosas simplemente así como son mientras teje o trabaja en su jardín. Asimismo, Dorothy Sayers(1893-1957) al crear a la también detective amateur Harriet Vane, dándole la vida de una mujer actual: soltera, pero con experiencia sexual; independiente y resuelta a no dejarse atrapar en la vida de un hombre o de los hijos, se gana la vida escribiendo novelas de misterio, jamás pensó que su mujer imaginada saldría de las páginas de sus novelas para hacerse real.


Finalmente, novelistas como Mario Puzzo y el director de cine Francis Ford Coppolla o Martin Scorcesse, por ejemplo en Out of Africa, han devuelto el alma del mujerío al cuerpo. En este imaginario suelen aparecer mujeres frágiles y sensibles pero muy valientes, que son forzadas a asumir un guión de fracaso en medio de un ambiente masculino obsesionado en un sentido de vida que va de mal en peor. En El Padrino, imposible no conmoverse al rememorar la escena donde Michael Corleone, convertido en padrino de la mafia, cierra la puerta de su oficina y de su vida a la impotente y vulnerable Jane, su tierna esposa, para planear sus crímenes.

Espero que la mujer imaginada no se resigne a esa cerrada de puertas y siga dando qué hablar, siendo su discurso parte importante del desarrollo femenino. En la medida que una mujer pueda hablar de mujer a mujer con otra, aun cuando ella no exista en realidad o esté muerta, irá haciendo parte de sí misma una serie de vidas experimentales que le servirán de referentes para jugar con la suya y con su identidad. De esta complicidad podrá sacar lecciones muy simples, por ejemplo, las que enseñan Judit y Sofonisba, en su pintura: la hermosura de la mujer está en su valentía para luchar y resistir, creando sus propias jugadas ingeniosas no obstante la adversidad. Ahí, siempre hay luz en su rostro y alegría.

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