domingo, 9 de septiembre de 2012

García  Márquez, Periodismo y Literatura:



             De lo Real a lo Maravilloso

 





El ejercicio periodístico –a su juicio, la profesión más hermosa del mundo- ha nutrido el desarrollo literario del escritor colombiano, cuya ficción se inspira en la realidad, pues considera que ninguna aventura de la imaginación, tiene más valor literario que el más insignificante episodio de la vida cotidiana.





por Beatriz Berger


Realidad y ficción conviven armónicamente en la obra del ganador del Premio Nobel de Literatura y también reconocido con galardones en el ámbito del periodismo. Y no es raro. Porque en él, casi desde siempre, estas dos visiones del mundo se han entrelazado para caminar por uno u otro rumbo. Pero rumbos, al fin,  que se potencian entre sí. Al punto que, en muchos casos, un suceso de la cotidianidad ha sido el punto de partida de alguna novela o cuento. Y no sólo en su caso, claro, sino en el de muchos otros autores que desarrollan ambas vertientes. (La mexicana Elena Poniatowska, es un baluarte, en este sentido, menos rimbombante que García Márquez, por supuesto). Él, sin embargo, es el que más sobresale por su excelencia en ambas labores.

 
Investigando en las criptas

 
Un día de octubre de 1949, el jefe de redacción del diario donde trabajaba como reportero le ordenó, sin ilusiones, visitar el antiguo convento de Santa Clara, donde estaban vaciando unas criptas. “Da una vuelta por allá a ver qué se te ocurre”,  le dijo al joven pálido, de bigote, pelo enmarañado, y de una delgadez extrema, que se vestía con colores chillones.

El edificio de las Clarisas, que desde hacía un siglo estaba convertido en hospital, sería vendido para construir un hotel de cinco estrellas. El primer paso era desocupar las criptas, entregar los restos a quienes los reclamaran, y tirar el saldo en la fosa común. A García Márquez le impresionó el primitivismo del método usado. “Los obreros destapaban las fosas a piocha y azadón, sacaban los ataúdes podridos que se desbarataban con sólo moverlos y separaban los huesos del mazacote de polvo con jirones de ropa y cabellos marchitos”, cuenta G.M. e el prólogo de su libro Del amor y otros demonios (Editorial Sudamericana, 1994). Cuánto más ilustre era el muerto más arduo era el trabajo porque había que escarbar en los escombros de los cuerpos y cernir muy fino sus residuos para rescatar las piedras preciosas y las prendas de orfebrería.
 
“Casi medio siglo después –decía el escritor- siento todavía el estupor que me causó aquél testimonio terrible del paso arrasador de los años”.


Cabellera de ¡veintidós metros!


Sin embargo, entre todo lo que observó con los ojos bien abiertos, lo que más le sorprendió fue cuando una lápida, cercana al altar mayor, saltó en pedazos al primer golpe de los obreros “y una cabellera viva de un color cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra quiso sacarla completa (…) era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de todos los Angeles. Extendida en el suelo la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros”.

Le explicaron a García Márquez que el cabello humano crecía un centímetro por mes, hasta después de la muerte. Veintidós metros era un buen promedio para ¡doscientos años!

Pero el escritor aludiendo a su buena memoria recordó que, de niño, su abuela le contaba la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto de rabia, por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros.

La idea de que esa tumba pudiera ser la suya, fue la noticia de García Márquez aquél día, pero al mismo tiempo fue incubándose en su interior la que llegaría a ser su novela Del amor y otros demonios.


Historia de un naufragio en catorce entregas


Pero también la epopeya real, vivida por el marinero Luis Alejandro Velasco, náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa en el mar Caribe, que se publicó en 14 entregas de «El Espectador» de Cartagena con el título “La verdad sobre mi aventura”, fue un acontecimiento periodístico, literario y político en la localidad.

A través de  catorce sesiones –leemos en Viaje a la semilla de Dasso Saldívar, Alfagura,1997- de cuatro horas cada una, García.Márquez. logró reconstruir entre café y café, la historia de Velasco, día a día, en una labor no sólo de reportero, sino también de psicoanalista. Al principio, el marinero profundizaba en los hechos más heroicos: su lucha con las olas, la pelea con los tiburones, el control de su mente. Hasta que el reportero le dijo: “¿No te das cuenta de que han pasado cuatro días y todavía no has hecho pipí?”. El escritor necesitaba saberlo todo: qué pensaba, qué recordaba de las horas vacías, cómo se relacionaba con el espacio doméstico de la balsa, cuándo vio la primera gaviota, el primer tiburón. Después de cada sesión, el reportero salía con sus notas bajo el brazo y se encerraba a escribir a razón de un capítulo por día.

Ante el gran éxito del reportaje su jefe, Gabriel Cano, le dijo un día: “Dígame tocayito, eso que escribió es novela o es verdad”. Y el periodista. respondió: “Es novela porque es verdad y todo, minuciosamente”.


Episodio periodístico origina libro


Quince años después, este episodio daría origen al libro Retrato de un náufrago, síntesis de periodismo y literatura, de investigación de la realidad y comunicación sobre la base de cánones estéticos perdurables.

En sus memorias, Vivir para contarla (Mondadori, Barcelona, 2002) Gabriel García Márquez  comenta: “No nos fue posible encontrar una historia como aquélla, porque no era de las que se inventan en el papel. Las inventa la vida y casi siempre a golpes”.

Es más, el propio autor ha dicho que quienes lean sus memorias, se van a acordar de sus novelas. Claro, porque en esa selección de recuerdos que pasan por el cedazo de la memoria, en su caso muy creativa, deben aparecer una cantidad de situaciones que fueron noveladas. “He ganado fama de ser gran inventor de fábulas, cuando en verdad no he inventado nada”, afirma.


Avatares de una novela


Otro hecho acontecido en la tierra natal del escritor inspira su libro Crónica de una muerte anunciada. Cuando empieza la novela, ya se sabe que los hermanos Vicario van a matar a Santiago Nasar para vengar el honor ultrajado de su hermana Ángela. El tiempo cíclico, tan utilizado por el narrador en sus obras, va dando cuenta de lo que sucedió mucho tiempo atrás, avanzando y retrocediendo en su relato y hasta llega al futuro para contar el destino de los supervivientes. La acción es colectiva y personal a la vez, clara y ambigua, y atrapa al lector desde un principio, a pesar de que conoce el desenlace.

La investigación periodística que G.M. realiza es detallada y dramática, al extremo que uno llega a pensar que está leyendo una obra de teatro espelugnante. Los detalles acerca de la autopsia que hizo el párroco al muerto, con la ayuda de un estudiante de medicina de primer año,  son macabros y a la vez con humor también, como el encuentro de la medalla de oro de la Virgen del Carmen que Santiago Nazar se había tragado a los cuatro años.

Sin duda, el libro se basa en la realidad, pero exagerándola como es la descripción de la casa de Angela Vicario. “Mi hermana Margot, (…) me contó que habían comprado una casa de material con un patio muy grande de vientos cruzados, cuyo único problema eran las noches de mareas altas, porque los retretes se desbordaban y los pescados amanecían dando saltos en los dormitorios”.

Treinta años de espera 

La gestación de Crónica de una muerte anunciada se remonta al momento en su hermana Mercedes le dejó un escueto mensaje: “Mataron a Cayetano”. “Para nosotros –cuenta García Márquez- sólo podía ser uno: Cayetano Gentile, nuestro amigo de Sucre, médico inminente, animador de bailes y enamorado de oficio. La versión inmediata fue que lo habían matado a cuchillo dos hermanos de la maestrita de la escuela de Chaparra (…) En el curso del día, de telegrama en telegrama, tuve la historia completa”.

Sin embargo, debido a las relaciones familiares con la madre de Cayetano, la madre de García Márquez se oponía tenazmente a que su hijo publicara la historia. Al cabo de treinta años del drama,  finalmente lo autorizó diciéndole: “Trátalo como si Cayetano fuera hijo mío”. Pero ella no leyó el relato porque, “una cosa que salió mal en la vida no puede salir bien en un libro”.


Realidad real


El autor fue acumulando –con talento, creatividad, sabiendo mirar el zoológico humano y el mundo mágico y pintoresco que lo ha rodeado-  en su vida y en el ejercicio del periodismo, el material que originaría su literatura. Y que es, a fin de cuentas, la estructura donde descansa su lenguaje poético, lo real maravilloso, el realismo mágico.

No obstante, como sabemos, la realidad real, también ha detonado en él textos totalmente periodísticos como puede ser Noticia de un secuestro (Editorial Sudamericana, 1996). Allí escribe acerca del rapto, durante seis meses, de Maruja Pachón, el cual estuvo ligado al de otras nueve personas, pero el testimonio de ella fue el eje central y el hilo conductor del volumen. Volumen  realizado sobre la base de entrevistas a los protagonistas de los hechos. Experiencia que García Márquez calificaba, en 1996, como “desgarradora e inolvidable” y quiso dar a luz para que no se olvide “este drama bestial, que por desgracia es sólo un episodio del holocausto bíblico en que Colombia se consume desde hace más de veinte años”.

Este libro puede ser considerado como un gran reportaje, es decir también gran literatura, pues sabemos que este autor considera el periodismo como un género literario.

Mirar más allá de lo que se ve


Aunque hoy nos parecen claramente diferenciados los temas periodísticos de los literarios, para el Nóbel no fue tarea fácil lograrlo, él cree, incluso, que en algunos casos ha pasado gato por liebre. “Yo fui el último (se refiere al grupo Barranquilla) en diferenciar con claridad el periodismo de la literatura, porque cuando llegué a Barranquilla sólo llevaba mi literatura (…) Una de las más serias y válidas críticas que me hacían era que yo no marcaba la diferencia. Que mi periodismo era muy literario. “¿Y cuándo vas a separar las dos cosas me decían?”. El, sin embargo, piensa que lo hizo a su manera: “si hasta produje literatura como si fuera periodismo”.

En todo caso, los límites entre literatura y periodismo cada vez se amplían más, gracias a García Márquez. –y también a otros autores como Ryszard Kapuscinski- que no se ha quedado inmóvil con su “descubrimiento” y ha creado, entonces, los talleres de Nuevo Periodismo, que imparte anualmente a un grupo de jóvenes seleccionados, para entregar sus puntos de vista a las nuevas generaciones. Allí, en su escuela, intenta que los alumnos aprendan a mirar la realidad con otros ojos, que vean más allá de las palabras o las noticias sensacionalistas, que saquen a luz las verdades encubiertas, que sean capaces de descubrir la noticia incluso en la gente y hechos que pueden parecer mínimos o irrelevantes a simple vista, que saquen a luz los lenguajes propios de cada cual a veces tan ricos o tengan la suficiente perspicacia para percatarse de los gestos que, a veces, dicen lo contrario de las palabras, como también de las emociones.

No en vano don “Gabo” ha reconocido que ninguna aventura de la imaginación, tiene más valor literario que el más insignificante episodio de la vida cotidiana.