martes, 21 de septiembre de 2010

Sor Juana Inés de la Cruz, Monja Díscola, Poeta Insigne.

Mi primer encuentro con Sor Juana Inés de la Cruz se produjo en los años noventa, al ver la película “Yo la peor de todas” de la fallecida directora de cine, María Luisa Bemberg. Cuando en nuestro taller literario nos entregaron el programa de lecturas de este año, allí estaba la monja. Rápidamente me adjudiqué el tema para nuestro incipiente blog. Yo quería escribir su biografía porque me atrae su personalidad, su espíritu libre, su amor por el conocimiento. Me entristece que le hayan cortado las alas sólo por el hecho de ser mujer. Me gusta que, a pesar de esto, haya continuado escribiendo a escondidas.

Nacida a mediados del siglo 17, esta monja mejicana aparece en la capital azteca, cuando ya terminada la Conquista española, la cultura empieza a florecer entre la clase dominante del período colonial.

Su nombre real era Juana Ramírez de Asbaje, hija natural de un militar español y de una criolla, hija de terratenientes. La niña Juana presentó ya a los tres años deseos de aprender a leer, lo que logró asistiendo a las clases que le daban a su hermana mayor. Luego se interesó por los libros de la biblioteca de su abuelo. A los 8 años ya escribía poemas. Y cuando se enteró de que existían las universidades y que en ellas no recibían mujeres, empezó a pedir que la enviaran allí, aunque tuviera que vestirse de hombre. Obviamente no se lo permitieron.

La sociedad mejicana de ese período estaba integrada por españoles e indios que se fueron mezclando y formando una raza propia. La Iglesia Católica ejercía una influencia predominante y se preocupó que la literatura – y también otras artes- cumplieran un objetivo: la evangelización. La poesía era la más aceptada de las formas escritas y el teatro se usó preferentamente para la divulgación de la fe.

Antes de cumplir 10 años, Juana fue enviada a la capital a vivir con parientes. Allí se las arregló para estudiar –aprendió a dominar el latín en 20 lecciones- leyó aún mas y empezó a preocuparse de temas científicos.

En ese momento, llega a Méjico el nuevo virrey, don Sebastián de Toledo, marqués de Mancera y su esposa, Leonor de Carreto. El matrimonio, amantes de la cultura y de las artes, muy pronto se entera de las gracias de la joven Juana y la invitan a vivir en la corte. El virrey, impresionado, llama a un grupo de notables para que la sometan a un examen de conocimientos, del que la jovencita sale con honores.

Se convierte en la niña mimada de la corte y es adulada y celebrada por todos. Es bonita, ingeniosa y se rodea de los intelectuales más destacados del país. Pero, antes de cumplir veinte años, decide entrar a un convento. ¿Por qué? Definitivamente no tenía vocación religiosa. Al parecer le atraía el silencio monacal, donde ella podría dedicarse a estudiar intensamente sin ser molestada. Por otra parte, se declaraba contraria al matrimonio, lo que hizo, incluso, que le achacaran desviaciones lésbicas.

A los cuatro meses de entrar al Carmelo, Juana tiene que retirarse porque su rigurosidad perjudica su salud. Vuelve por un año a la corte y luego ingresa al Convento de San Jerónimo, cuya orden contemplativa era menos estricta. Allí adopta el nombre de Juana Inés de la Cruz, logra formar una biblioteca de cuatro mil libros, probablemente la más completa de la época, adquiere instrumentos científicos y es atendida por varias sirvientas. La monja convoca allí una especie de tertulia con sus pares intelectuales, donde estudian, discuten y hablan de filosofía.

En el convento, Sor Juana Inés llevaba la administración. Aunque le ofrecieron ser abadesa, ella siempre se negó. Financiaba sus libros y otras adquisiciones, escribiendo por encargo: villancicos, poemas, piezas de teatro, autos sacramentales, y sonetos. Se los piden personajes de la corte, sacerdotes de otros conventos o familias importantes de la sociedad mejicana. En una ocasión declaró que lo único que había escrito por su propia voluntad era “aquel papelillo que llaman el sueño”. (Primero Sueño).

Sor Juana Inés de la Cruz vivió en pleno Siglo de Oro de las letras españolas. Fue contemporánea de Quevedo, Góngora y Calderón de la Barca, todos ellos barrocos, un estilo literario que se caracteriza por el abuso de metáforas y la complejidad de la expresión, con el objetivo de asombrar o maravillar al lector. En el barroco era usual usar técnicas como la ironía, palabras con sentido doble e inversión de frases.

Nuestra monja mejicana tuvo una variada producción, incluyendo obras en prosa, entre ellas la “Carta Athenagorica” (1690), una profunda reflexión sobre las Sagradas Escrituras y la doctrina de la Iglesia, en la que critica un sermón del jesuita Antonio Vieyra. También escribió “Respuesta a Sor Filotea” (1691) dedicada al obispo de Puebla, que había criticado su afán de erudición, en un tiempo en que ésta era reservada a los hombres. Aquí, la religiosa hace un relato de su propia vida, de su amor por el conocimiento, del derecho de las mujeres a aprender y defiende su posición ante el cura Vieyra.

En cuanto a su producción teatral, incluyó muchas loas y villancicos, además de dos comedias de sainete: “Los empeños de una casa”, con gran influencia de Calderón de la Barca y “El amor es más laberinto”. Pero es en la poesía donde Sor Juana Inés llega a su máximo esplendor, entroncando con lo mejor de la lírica española. Sus poemas de amor, sus poemas de ingenio y, sus sonetos, la han hecho merecer el apelativo de la Décima Musa.

A pesar de todo su prestigio intelectual, la Carta Athenagorica y La respuesta a Sor Filotea, lograron derrumbar el maravilloso Parnaso que la religiosa había levantado en su celda. “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, sería la cita que aquí cabe. El poderoso obispo de Puebla la presionó para que dejara todo quehacer que no fuera religioso. La obligó a vender su biblioteca y su instrumental científico, pero no logró doblegar su espíritu.

Señala el Nóbel mejicano Octavio Paz, profundo estudioso de la vida y obra de la religiosa, “las autoridades son más rigurosas con esta mujer, que se ha hecho monja para poder pensar, que con sus contemporáneos varones: Góngora, Lope, por ejemplo, son malos sacerdotes, desordenados y lujuriosos, y son perdonados. Sor Juana no es una monja desordenada: es una monja díscola, y con ella son implacables”.

A partir de entonces, en 1964, deja de publicar, pero continúa escribiendo. Un inventario del siglo XIX encontrado en su celda, da cuenta de 15 manuscritos póstumos de poemas sagrados y profanos. Un libro, “La Casa del Placer”, recientemente publicado, reúne “Enigmas”, poemas que ponían a prueba el ingenio del lector. Sor Juana los escribió, por encargo de la condesa de Paredes, para un grupo de monjas portuguesas aficionadas a la lectura y grandes admiradoras de su obra, que intercambiaban cartas y formaban una sociedad a la que dieron el nombre de Casa del placer. Las copias manuscritas que hicieron estas monjas de la obra de Sor Juana fueron descubiertas en la biblioteca de Lisboa en 1968.

Las penurias de esta gran mujer continuaron. Sus amigos en la corte habían fallecido, las monjas más cercanas a ella, también. Revueltas y rebeliones surgían en distintas partes del virreinato. Méjico fue asolado por una epidemia de peste. La monja se dedicó a cuidar a las religiosas enfermas de su convento, siendo contagiada en poco tiempo. Murió en 1695, a los 44 años de edad.

María Teresa Gandarillas Vergara




martes, 14 de septiembre de 2010

Emily Dickinson, Poeta con Mayúscula…

Hizo una vida diferente a la de las mujeres de su época y lugar, e hizo una obra literaria sorprendente, en la que acostumbraba a destacar lo que ella consideraba importante utilizando mayúsculas en esas palabras.

Amherst, Massachussets, surge en un valle ubicado a 50 millas de Boston, y debe su nombre al barón Jeffrey Amherst, héroe que venció a indígenas y franceses. Se inicia su historia con registros del siglo XVII, pero se desarrolla un siglo después con la activa llegada de colonos protestantes que se repartieron sembrando la tierra y sus ideas puritanas.

Allí nació y creció Emily Norcross Dickinson; allí esta enterrada y se conserva su casa familiar convertida en museo -conocida como La Granja o Mansión-, colindante a la de su hermano mayor Austin y su esposa Sue (Susan Gilbert), amiga y confidente de la poetisa, al punto de atribuírsele ser la segunda persona a la que le leyó sus escritos.

Pareciera que de Amherst hay poco que hablar, pero cuando se hace un link en Internet para averiguar al respecto, aflora inmediatamente el nombre de Emily Dickinson y, a continuación, el de tres instituciones que lo han confirmado como centro de educación importante; la Universidad de Massachussets, el Hampshire College y la Academia Amherst, formada entre otros por el juez Edward Dickinson, padre de Emily, abogado como su propio padre y como su hijo Austin, y figura local prestigiosa en educación y política; de él, dijo la poeta, “su corazón era puro y terrible”. Pero ella lo amaba y respetaba, aun cuando su criterio la llevaba a rechazar la ortodoxia en algunos temas.

Edgard Dickinson, dueño de un carácter autoritario y amplia cultura, junto a su padre (Samuel Dickinson) y otros pocos logró que la localidad de Amherst fuera desde entonces más que una aldea, pese a que entró en el siglo XXI con solo 34.840 habitantes.

De Emily Dickinson también hay pocos datos precisos, más allá de las fechas de su nacimiento y partida - 10 de diciembre de 1830, 15 de mayo de 1886- y de conocerse que provenía de una familia respetable de Nueva Inglaterra, en la que era la del medio de tres hermanos. Se conocen también sus sólidos estudios formales; primero en La Academia Amherst, que dirigió su padre, donde ingresó en 1840 (dos años después de que se aceptaron mujeres) y luego en el Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, donde estuvo un año de los dos que pretendía y no pudo cumplir por su salud delicada, que la llevó de vuelta a casa. En esa institución trataron de prepararla para misionar en el extranjero, pero quedó como una de las 70 “no convertidas”, de sobre 200 alumnas.

Esto la hace especialmente singular, ya que las mujeres en la sociedad de ese tiempo y lugar, se conformaban con compartir con las vecinas la hora del té y el coro de la iglesia. Por entonces, esa localidad no tenía teatro, ni impartía conciertos de música clásica o danza. Las novelas eran consideradas “literatura disipada”, los juegos de naipes estaban prohibidos…. Ni siquiera se acostumbraba a celebrar las fiestas navideñas. Las tareas hogareñas eran una carga femenina pesada, pero en la casa Dickinson contaban con una empleada irlandesa.

Abocados a preparar misioneros que partían equipados con su mensaje, sumergidos en la austeridad y el severo puritanismo calvinista, los habitantes de Amherst no supusieron que precisamente algunos viajeros regresarían trayendo novedades del mundo con que coexistían al cruzar el límite de su territorio.

Sin embargo, Emily antes de los 20 años sumaba conocimientos profundos y dotes variadas. Además de literatura e historia, sabía de biología y botánica, entre otros; incluso, de astronomía, que le entregó otra mirada para observar las estrellas. En esa época era una joven pálida, con el cabello recogido, de ojos grandes y rasgos armónicos. Su educación se ha considerado como precoz y estresante; también se preparó en horticultura, floricultura, canto, piano (con clases los domingos)…. y aprendió griego y latín, por lo que pudo leer a Virgilio en su idioma original.

Por entonces, ya era reconocida su independencia de criterio y la profundidad de sus ideas, como hoy su capacidad de crear poemas breves y cargados de ideas. A pesar de la fidelidad a convicciones propias y la inquietud por el tema religioso, tuvo una sensación de exclusión de la religión establecida, en la que no aceptaba la doctrina del pecado original.

De su humor hay recuerdos tempranos; a los 11 años, un compañero escribió en una tarea “hay que pensar dos veces antes de hablar”, y ella le recriminó que era aburrido y que debió “haber pensado dos veces antes de escribir”….

Por su parte, de su talento literario se estima que quedaron 1.700 obras, solo 5 poemas publicados en vida, tres sin autor y otro sin que ella supiera; el resto, los descubrió, editó y compiló su hermana menor Lavinia (Vinnie), adoradora y admiradora, quien respetando la voluntad de Emily se limitó a escucharlos en vida de la autora como una de sus confidentes personal y literaria.

La poeta solía leer sin problemas sus obras frente a algunos seleccionados; amigos, críticos, pensadores (como Ralph Waldo Emerson, el socio de su padre) y maestros (como T. Higginson, conocido como el “maestro de las cartas”). En el caso del reverendo Charles Wadsworth, además quedó claro a través de cartas el sentimiento que ella le tenía, a pesar de sus aparentes diferencias teológicas. Se sabe que una vez escribió “el amor no tiene para mí más que una fecha, 1· de abril, de ayer , hoy y siempre”, refiriéndose al día en que murió Wadsworth.

Figura romántica y especial, magnética y hermética, Emily debido a la vaga información de su historia privada ha despertado curiosidad y especulaciones que, incluso, han puesto en duda su sexualidad, por ejemplo, basándose en cartas a su hermosa e inteligente cuñada Sue, en la que sorprende la carga emotiva; aunque basta releer en general sus cartas para notar la emotividad apasionada que con frecuencia dejaba verter en ellas … Hoy, solamente la coherencia de sus obras puede hablar por su autora.

Se le atribuyen dos amores, de los que no hay pruebas de que concretara una relación erótica; ambos fueron influencias importantes en sus lecturas y pensamiento. Uno, cuando muy joven, prodigado a un hombre diez años mayor que ella y ayudante de su padre, Benjamín Newton, de quien escribió en 1848, “he encontrado a un nuevo y hermoso amigo” ; se estima que fue separado de Emily por Edward Dickinson, quien no lo consideraba apropiado para su hija, y que falleció de tuberculosis a los 33 años, lejos de Amherst. El otro, un amor más maduro y supuestamente platónico, es el reverendo Charles Wadsworth; hombre casado, mayor, con quien se cree que no debió de reunirse sino unas cinco veces sola, pero mantuvo una importante correspondencia. Del último encuentro entre ambos, durante una visita de él a Amherst veinte años después haber partido de del lugar (supuestamente para no caer en la tentación), se rescata un diálogo relacionado al traslado en tren; “¿Tardó mucho su viaje?”, preguntó Emily, a lo cual Wadsworth respondió …“Veinte años”.

Pero, aun más indescifrable que su vida afectiva ha resultado el misterio de su retiro, que se inició a los 31 años y se intensificó hasta la reclusión en el cobijo del hogar; al principio era posible divisarla en el jardín disfrutando de la naturaleza, pero concluyó con ella restringida a su dormitorio. Y más incomprensible resulta, aún, cuando acompañó esa decisión con la de vestir sólo de blanco.

Hay factores que podrían explicar el hecho, aunque muchos prefieren atribuirlo a extravagancia e irracionalidad. La precariedad de su salud concentrada al final en los riñones, los problemas de visión que la llevaron a la ceguera, las penas , las pérdidas… “Agosto me ha dado las cosas mas importantes y abril me ha robado la mayoría de ellas”, declaró una vez, refiriéndose a la fecha del fallecimiento de Wadsworth, muy cerca de Newton, que fue un 24 de marzo. Ambos, dolores que quizás sobrepasaron su cuerpo frágil y ánimo sensible.

Emily Dickinson era dueña de una inteligencia que le empujaba al pensar independiente, pero una personalidad suficientemente humilde que prefirió el amor al padre autoritario que la osadía de rebelársele. Responde además a una época y lugar en que la mujer construía mundos puertas adentro, y en que el puritanismo ordenaba las cosas del interior y del exterior, en la sociedad y en el hombre.

Y para qué ponerse ropas de colores sobre su cuerpo, si ya no podía verlos… y si el blanco frente a todos ellos es, lejos, el tono más limpio, más puro.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Emily Dickinson, Poeta con Mayúscula…

     Emily Dickinson (Amherst, Nueva Inglaterra, 1830-1886) es una poeta que no calza en una tradición, escuela o movimiento; de hecho podría afirmarse que sus poemas constituyen algo único en estilo y que desarrollan  temas siempre  vigentes por ser asuntos universales.  Utiliza la estrofa de 4 versos que riman abcb, la misma de los himnos y salmos protestantes, pero que modifica con guiones que interrumpen el ritmo y obligan al lector a hacer pausas que producen un efecto muy especial porque recalcan o enfatizan lo central.  Por ejemplo, la ironía de ser una rana,  una voz que se oye, pero a la que nadie presta atención.  Este como otros de sus poemas nos hacen recordar o convertir en  aforismo su  mensaje.   "I'm Nobody!  Are You Nobody, Too?"  es una expresión que se hizo mía desde que lo leí por primera vez hace muchos años  y que estalla en mi mente cada vez que alguien o algo en mí  la activa.  Expresa con un mínimo de palabras una situación de gran significado y  por medio de afirmaciones y negaciones, penetra en la conciencia y pone en primer plano a alguien croando ante un interlocutor tan poco atractivo como  un pantano.

I'm Nobody! Who are you?                      ¡Soy Nadie!  ¿Quién eres tú?
Are you  --Nobody-- Too?                       ¿Eres --nadie-- ¿también?
Then there is a pair of us!                         ¡Entonces, somos un par!
Don't tell! They'd advertise --you know!    ¡no lo digas, lo harían público --tú sabes.
How dreary --to be.  Somebody!               ¡Que horrible --ser-- Alguien!
How public --like a frog--                          ¡Qué procaz --como una rana--
To tell one's name --the livelong June--      Afirmar su nombre --todo el santo diciembre
To an admiring Bog!                                 a un pantano admirativo!

La voz poética -el yo inquisitivo-- de Dickinson entabla un diálogo con el lector sobre una experiencia, emoción o pensamiento que va más allá de lo objetivo y consagrado, para destacar el valor de la modestia e individualidad.
     Los temas en la poesía de Dickinson son propios de una psiquis que explora el sentir con honestidad y universalidad, sin transformarse en una obra de filosofía como la de los románticos ingleses, del irlandés W. B. Yeats y tantos otros autores a lo largo del tiempo y del mundo.  Por el contrario, la suya es una reflexión sobre experiencias y sentimientos que todos hemos experimentado y cuestionado a lo largo de nuestras vidas.
     Hablar y escribir son formas que autoafirman la voluntad y nos llaman a explorar nuestra identidad.  La gran parte de la obra de Dickinson enfatiza la supremacía del yo y la necesidad de afirmarlo para que cada Yo se constituya en soberano del sí mismo.   Para ella, la palabra es la provincia del poeta cuya misión es recrear el mundo como un lugar donde los objetos tienen entre sí una relación casi mítica.  Lo vemos en un poema que describe a la esperanza como algo concreto, una pluma y su acción similar a la de un ave cuando se posa con toda la fuerza de sus garras.  Es una metáfora muy concreta de lo que significa para la conciencia: aunque la esperanza sea fugaz como una pluma, cuando se implanta en lo más hondo del ser nunca deja de entregar un mensaje:

Hope is the thing with feathers                         Esperanza es algo con plumas
That perches in the soul,                                 que se posa en el alma
And sings the tune --without words--               y canta una melodía --sin palabras--
And never stops at all--                                   y nunca se detiene totalmente--

     LA NATURALEZA COMO UN REFUGIO DONDE RONDAN VISIONES

     En una de sus cartas, Dickinson define la naturaleza como la guarida de lo fantasmagórico y al arte como un refugio.  La primera es un conjunto de signos pocos claros que esconden el propósito de las cosas y el arte la expresión privilegiada que permite decodificar el misterio.

Nature is what we see--                               La naturaleza es lo que vemos--
The Hill --the Afternoon--                            La montaña --la tarde
Squirrel--Eclips--the Bumble bee--               La Ardilla--el Eclipse--el Abejorro
Nay --Nature is Heaven--                             No --la Naturaleza es el Cielo--
Nature is what we hear--                              La Naturaleza es lo que oímos--
The Bobolink --the Sea--                             El Bololink --el Grillo--
Nay --Nature is Harmony--                          No --la Naturaleza es Armonía--
Nature is what we know--                            La Naturaleza es lo que conocemos--
Yet have no art to say--                               Pero no tenemos el arte para decirlo--
So impotent Our Wisdon is                         Tan impotente es nuestra Sabiduría
To her Simplicity                                         Para tanta Sencillez

     La obra de Emily Dickinson es muy interesante y motivadora.  Es un juego de  palabras, especialmente de homófonos, por ejemplo "the eye y the I", para explorar la conexión que existe entre la acción de ver y el ser.  En "The Soul Selects her Own Society", ver es poder, autoridad y posibilidad de establecer contacto con el mundo circundante.  El yo declara que conoce el alma y le ordena "close the lids" para alejarse de todo lo sensorial, pero este será tema para un próximo comentario.



María Ester Martínez
9 de septiembre 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

La Elegancia del Erizo: Más Allá de las Apariencias

Un verdadero boom ha sido esta novela de Muriel Barbery
traducida a 27 lenguas, que ha superado todas las expectativas de ventas y que también fue llevada al cine con éxito.
Beatriz Berger

El libro se desarrolla en París, en el Nº7 de la calle Grenelle, un antiguo edificio burgués donde habitan una serie de personajes muy especiales.
Por una parte, Renée la portera ha pasado su vida fingiendo ser una mujer corriente. Debido a sus experiencias, prefiere mantener una estricta distancia con los “ricos” y no traspasar los límites que considera debe respetar una portera. Por otro lado, Paloma, una niña de 12 años, desencantada del mundo y de las expectativas que le ofrece la vida, provista de una agudeza e inteligencia que no corresponde para nada a su edad cronológica, descubre los valores escondidos tras la dura imagen que proyecta la portera.
El tercer personaje aparece de pronto, cuando el señor Ozu se muda al edificio, surgiendo una hermosa relación entre estos protagonistas. Relación que recorre las páginas de esta obra que apunta a destacar –metafóricamente- las virtudes y rico mundo interior que pueden llegar a esconderse tras las púas del erizo.
Al leer el texto –plagado de guiños literarios- y ver la película, aparece un tanto forzada la aparición del “encantador” japonés quien, como un hombre bueno, busca el trasfondo de los seres humanos, más allá de las apariencias para que cada uno encuentre su felicidad.
Aunque suena a “slogan” y a telenovela, las páginas del libro se recorren con agilidad desde este controvertido siglo XXI, donde es posible disfrutar con el antiguo ambiente afrancesado-burgués que se retrata y con una historia que destaca la sensibilidad y los fuertes latidos del corazón.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La elegancia del erizo: novela del absurdo

Celebrada por la crítica, mantenida en los primeros lugares de las más vendidas e incluso llevada al cine, son datos más que suficientes que motivan a leer La elegancia del erizo, la novela de la francesa Muriel Barbey. Sin embargo, aunque reconozco que el argumento es atractivo y original, a veces tierno y emotivo, no terminó de convencerme. Y, para ser exacta, hasta me aburrió, a tal extremo que comencé a saltarme página, una conducta por lo general ajena a mí. ¿Dónde está la falla? Siento que el libro contiene excesivos análisis filosóficos, sicológicos, históricos, artísticos y sociológicos, todo a la luz de una visión crítica que no deja a nada ni a nadie bien parado. Lo mismo se aplica a la relaciones familiares, la política, el sicoanálisis, las tesis universitarias, los ricos que explotan a los pobres. Que pongan en tela de juicio a todo un sistema me parece bien. Pero ¿por qué hacer todo tan difícil y tedioso? Lo más inverosímil es que quienes hacen estas reflexiones, en una suerte de monólogo interno, motivado principalmente por hechos anodinos, sean Paloma, la inmadura preadolescente de apenas 12 años, hija de una familia adinerada, y la portera del edificio donde ambas viven, Renée, una mujer madura de origen humilde, gran lectora pero de escolaridad mínima. Con estos antecedentes ¿cómo aceptar que ambas posean tanto conocimiento y sentido crítico que les permita elaborar conclusiones tan profundas? Barbery las presenta como superdotadas y autodidactas, pero tan celosas de su privacidad que viven usando subterfugios para ocultar su verdadero ser. Según yo, son un par de autistas, inadaptadas y pedantes que desprecian a la humanidad.
La autora, en el último tercio de su novela muestra la faceta emotiva de la historia, el clímax, el se produce cuando Paloma y Renée se encuentran, abren sus caparazones y se muestran la una a la otra como nunca lo han hecho ante nadie. De la comprensión pasan al cariño y de ahí a momentos felices donde pueden compartir su experiencia y conocimientos. Esto gracias a la intervención de un nuevo inquilino, un maduro, culto y muy rico señor japonés. Y aquí, surge una nueva contradicción: ¿por qué ambas caen en trance frente a este millonario sesentón, siendo que hasta entonces sólo han tenido críticas al estrato socio económico alto? ¿Será porque este personaje viene de Japón, por cuya cultura las dos sienten una verdadera idolatría? Raro, por decir lo menos, puesto que en el país asiático sin duda deben existir los mismos problemas que en Occidente. Pero lo más desconcertante se presenta en el desenlace, cuando la huraña portera, que ha sufrido una metamorfosis física, con peluquería y vestido nuevo inclusive, se enamora de este caballero de ojos rasgados. Y cuando pensamos que se iniciará un romance, pasa algo abrupto que no quiero contar para no matarle el interés a los posibles lectores. Quizás Barbery utiliza este recurso a fin de evitar el final feliz de las cenicientas que encuentran a su príncipe. Y así, lo que comenzó como una novela de profundo contenido sicológico, termina siendo un frustrado cuento de hadas… pero de hadas finalmente.
Por Ana María Egert
02/09/2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Muriel Barbery: la mujer detrás del erizo

Después de terminar La elegancia del erizo, quise saber quién era realmente esa escritora francesa tan repentinamente encumbrada a la fama. Investigando por aquí y por allá, descubrí que sobre ella se conoce poco. Se sabe que es casada, pero no si tiene hijos. También se ignora a qué se dedicaban sus padres cuando ella llegó al mundo, en 1969. Menos aún cuántos años vivió en Casablanca, la mítica ciudad marroquí de la muy premiada película del mismo nombre y que protagonizaron Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Ahora, si pasó un tiempo largo en esa ciudad, la más grande del Reino de Marruecos, debe haber sabido lo que era vivir en un país árabe e islamita; un país que hacía tiempo se había independizado del protectorado de Francia y España, un país que, enclavado en Africa del norte mira a Europa por el estrecho de Gibraltar. Y si ella estaba todavía allí cuando tenía un año de edad, su familia habría sido testigo del conflicto que se armó cuando Marruecos se anexó, en contra de la voluntad de las Naciones Unidas, el Sahara Occidental.
Sin duda la vida Muriel Barbery habría seguido en el más completo anonimato si nunca hubiese escrito La elegancia del erizo, la novela que publicó en 2006 y que la catapultó a la fama, con millares de ejemplares vendidos, traducción a 39 idiomas y el Premio de los Libreros franceses, en 2007.
Y, sólo por este hecho, aparecieron unos pocos datos relacionados con su persona. Por ejemplo, que es profesora de Filosofía de la Escuela de Letras y Ciencias Humanas de Francia y que ejerció la docencia en Lyon y en otros centros como la Universidad de Borgoña.
Un currículo del que se conoce poco, lo que se debe, sin duda, a que rehuye a las entrevistas. Y en las pocas que ha dado, casi siempre se refiere sólo a sus libros. Sin embargo, son justamente éstos los que dan luces acerca de su personalidad. Es tímida y solitaria, como las protagonistas de su libro estrella, y su vida siempre estuvo restringida a un pequeño círculo de amigos. Un hecho que le juega malas pasadas, confesó en una entrevista, porque sin bien escribir es su fascinación y le permite ganarse la vida sin tener otro trabajo, también constituye un problema: por allí se filtra su intimidad, algo que le asusta y desagrada. Gajes del oficio, dirán muchos.
Pero hay otra cosa que la liga a Renée y Paloma, sus dos personajes de la novela. Tal como ellas, Muriel Barbery es una gran lectora. Siempre lo ha sido, desde la niñez. Entre sus escritores favoritos figuran Tolstoi, Flaubert, Balzac, Proust, Margareth Mitchell y Orson Scott Card.
La elegancia del erizo, no es, sin embargo, el único libro de esta autora. Antes de él hay otros dos que en realidad son uno. La primera versión, titulada Una golondrina, se publicó en Francia en 2000 y poco después en España, por la editorial Seix Barral con el nombre de Rapsodia Gourmet o Une gourmandise. Y aunque cosechó algunos aplausos y recibió el Premio Meilleur Livre de Littérature Gourmande, lo cierto es que la crítica, en su gran mayoría, no lo trató bien. En todo caso, yo también la leeré para formarme mi propia opinión.
La segunda experiencia de Muriel Barbery fue diametralmente opuesta: La elegancia del erizo, apenas publicada, saltó al estrellato. ¿De qué trata? Su argumento transcurre en el interior de un elegante y antiguo edificio ubicado en el corazón del París actual. Las protagonistas son Paloma, de 12 años, hija de una de las ricas familias propietarias, y Renée, la portera, de 56 años, viuda, sin hijos. Las dos son solitarias, encerradas en ellas mismas y de carácter hosco. Y las dos comparten, sin saberlo porque apenas se saludan, un mismo secreto: poseen una inteligencia superior y una visión crítica del mundo que las rodea. En el último tercio del libro, se descubrirán mutuamente y como almas gemelas, se revelarán una a la otra y empezarán a compartir conocimientos, vivencias y sentimientos, a gozar con las cosas pequeñas que les dan sentido a la existencia. Todo esto gracias a la relación que las dos establecen con un nuevo inquilino, un maduro, culto y refinado millonario japonés que ha llegado a vivir al edificio. La niña, que había planeado suicidarse cuando cumpliera los 13 años, cambia su decisión, mientras su alma gemela, paradójicamente, encuentra un trágico final.
Sobre el enigmático título del libro, la escritora ha dicho que éste tiene su origen en una observación que hace Paloma sobre la portera Renée: “Ella tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes".
Escrito en primera persona y a dos voces que se van alternando, la de la niña y la portera, el libro fue llevado, con el mismo título, al cine por Mona Achache, una joven actriz y cortometrajista francesa. Para la cineasta la historia tiene todos los ingredientes de un cuento de hadas: Renée es Cenicienta, Paloma, el hada, y Kakuro, el príncipe. Una apreciación que coincide con la de algunos críticos y el público en general, incluyéndome a mí misma.
Al leer las dos novelas de Muriel Barbery, uno puede fácilmente descubrir que tienen una particularidad: hay lazos que las unen. En ambas, el escenario es el mismo, el viejo edificio de la calle Grenelle. Y, en ambas se repiten algunos de sus personajes. El famoso chef de Rapsodia Gourmet, por ejemplo, también aparece en La elegancia del erizo, pero en papel muy secundario. Lo mismo pasa con Renée, pero al revés: mientras en el primer libro apenas se esboza, en el segundo se transforma en figura central. Lo otro sorprendente es lo ocurrido con Paloma. Cuando la escritora tenía la narración muy avanzada, sintió que la niña emergía en forma potente y de ser alguien muy poco importante la convirtió en protagonista principal.
Hoy Muriel Barbery vive en París, preparando su tercera novela. ¿Tendrá el mismo éxito?. Habrá que esperar. Lo que se sabe es que recientemente estuvo en Kyoto, Japón, país por cuya cultura siente una gran admiración. Un hecho que se desliza a través de sus libros, sobre todo en el último, cuando aparece su tercer personaje, el refinado señor Ozu.

Publicada por Ana María Egert
01/09/2010