jueves, 23 de junio de 2016

                                

                                 BOLAÑO EN SUS PALABRAS   

    



Con la espontaneidad y el ingenio que le caracterizaba, el autor chileno en sus conversaciones periodísticas opinaba sin  restricciones sobre todos los temas en especial acerca  del humor, la literatura, la enfermedad y hasta de su propia muerte, anunciada.  


Por Beatriz Berger  

Resulta interesante rescatar el pensamiento de Roberto Bolaño (Santiago, abril de 1953-Barcelona, julio de 2003) a través de las entrevistas que respondió a lo largo de su intensa vida. Rescate que Andrés Braithwaite emprendió a través de “Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas” (Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2011. Prólogo de Juan Villoro).

A lo largo del libro se va develando  la profundidad con que este novelista, cuentista y poeta enfrentaba su profesión. “El único deber de los escritores –decía–  es escribir bien y, si puede ser, algo mejor que bien, intentar excelencia”. Y más adelante sentenciaría: “Todo escritor debe tratar de escribir una obra maestra”. 

“Por encima del humor, solo está el amor”


Pero el sentido del humor, negro a veces, fue una de sus vetas más características y el mismo consideraba que junto a la ironía siempre lo preservaron de muchas cosas.  Así recuerda los entretelones de su detención en el Sur de Chile después del Golpe de Estado:

-Estuve detenido ocho días, aunque hace poco, en Italia, me preguntaron: ¿Qué le pasó a usted? ¿Nos puede contar algo de su medio año de prisión?  Y eso se debe al malentendido de un libro en alemán donde me pusieron medio año de prisión. Al principio me ponían menos tiempo. Es el típico tango latinoamericano. En el primer libro que me editan en Alemania me ponen un mes de prisión; en el segundo, en vistas de que el primero no ha vendido tanto, me suben a tres meses; en el tercer libro, a cuatro meses; en el cuarto libro, a cinco meses y como siga, todavía voy a estar preso.

Incluso, cuando en algún momento de su vida llegó a pensar que se estaba volviendo loco, reconoce haberse salvado por el humor
-Me contaba historias que me volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que me tirara al suelo a reírme.
Y reflexiona:
-Para mí el humor es una de las cosas más importantes del mundo. Pienso que, en jerarquía, por encima del humor sólo está el amor. En ese sentido, coincido con los surrealistas. El humor negro nos hace permanecer sanos, es el arma para transformar la vida desde la cotidianeidad.


“La literatura me ha producido riqueza”


Acerca de la lectura, una de sus grandes pasiones comenta:
-En mi vida –dice-  que ha sido más bien nómada y de una pobreza extrema en ocasiones, leer ha contrapesado esa pobreza y ha sido mi soberanía y ha sido mi elegancia. Podía estar en cualquier situación, y si leía a Horacio, por ejemplo, el dandi, el que estaba viviendo por encima de sus posibilidades, era yo, siempre. La literatura a mi me ha producido riqueza. Es riqueza.

Sobre la trascendencia de los escritores mayores o menores asegura que dentro de cuatro millones de años o diez millones de años va a desaparecer el escritor más miserable del momento en Santiago de Chile “pero también va a desaparecer Shakespeare, va a desaparecer Cervantes. Todos estamos condenados al olvido, a la desaparición no sólo física, sino a la desaparición total: no hay inmortalidad.  (…) en el gran futuro, en la eternidad, Shakespeare y Menganito son lo mismo, nada”.   

-Pretender aspirar a la posteridad –concluye- es el mayor absurdo imaginable, es un trabajo de amor perdido, como diría Shakespeare.


Claridad de la estructura


Según Bolaño cada texto exige su forma. “Hay argumentos o situaciones que piden una forma traslúcida, clara, limpia, sencilla, y otros que sólo pueden ser contenidos en formas y estructuras retorcidas, fragmentarias, similares a la fiebre o al delirio o a la enfermedad”, comenta.

-La estructura –agrega-  jamás es un recurso superfluo. Si la historia que narras es inane o está muerta o es archisabida, una estructura adecuada puede salvarla (aunque no por mucho tiempo, eso también hay que reconocerlo), en tanto que una historia muy buena, si está contenida en una estructura, digamos, periciclitada, no la salva ni Dios.

-Antes de la estructura –afirma- aparece el argumento, una masa informe donde solo late la sangre, la experiencia, laten las imágenes; es como una pesadilla sincopada. Y la estructura es la manera de que se haga literariamente legible, claro, porque tampoco me interesa contar mis pesadillas.

A propósito, recuerda que su única novela inédita tenía cuatrocientas páginas, pero al llegar a la última se dio cuenta que le  “había salido una mierda insalvable”. Se juró, entonces, “que nunca más iba a escribir una novela sin tener clarísima la estructura, la forma y el argumento, es decir, sin tener la historia escrita en la cabeza a mi gusto”.

Asegura, por otra parte, que los temas siempre son los mismos, “desde la Biblia y desde Homero. Según Borges, no son más de cinco.  En las estructuras, por el contrario, las variantes son infinitas”.

Pornografía de la enfermedad


En 1992 a Roberto Bolaño se le diagnosticó una grave enfermedad. “Supe que no era inmortal –declaró- lo cual, a los 38 años, ya iba siendo hora de que lo supiera”.

Cuando Rodrigo Pinto, en entrevista publicada en El Mercurio, abril de 2003, le preguntó cómo le afectaba  la enfermedad en su vida cotidiana señaló:
-Bueno, me suelo desmayar en las plazas públicas, lo que resulta muy poético y, además, me recuerda un poema de Parra. Eso es magnífico: vivir como un turista en el interior de un poema de Parra. Otra cosa es cuando me desmayo en los trenes. Allí el despertar es distinto, siempre te encuentras rodeado por una multitud que te echa aire, que te recomienda bajarte en la próxima estación, que invariablemente no es tu estación, etcétera. Por lo demás, no me afecta en nada.
-Mi salud mental –acota–  no está muy afectada, lo que no es poco para los tiempos que corren, y aunque ahora me canso mucho más que antes, en verdad muchísimo más que antes, mi salud física, por llamarla de algún modo, tampoco ha caído en picada. En realidad, cuando uno habla de la salud, sobre todo de su propia salud, debe ir con mucho cuidado, sobre todo si lo que uno intenta es no hacer pornografía.

Más adelante, en otra conversación, ahonda en este tema:
-Hay que tener mucho cuidado con la pornografía de la enfermedad, que no es, precisamente, la vergüenza del propio cuerpo o de las miserias del propio cuerpo, sino, por ejemplo, la avaricia de la salud. Hablo de aquellos que atesoran salud   o que cuidan su cuerpo como si fuera un tesoro, de aquellos que construyen su cuerpo como si fuera la Capilla Sixtina, algo que me parece vomitivo, porque el destino de todo cuerpo es envejecer y luego desaparecer. Uno debería vanagloriarse de un gusto exquisito, jamás de una salud exquisita.


“Preferiría no morirme”


“¿En qué momento crees que habría que morirse?” le consultaron en 2001 y respondió:
“Nunca. O lo más tarde posible. Eso pensaba antes. Ahora creo que antes de que se te                 muera un hijo”.
Sin embargo, aseguró que antes del fin, no deseaba hacer ninguna cosa en especial. “Preferiría no morirme, claro. Pero tarde o temprano la distinguida dama llega. El problema es que a veces no es una dama ni mucho menos es distinguida, sino más bien, como dice Nicanor Parra en un poema, es una puta caliente, que es algo que hace dar diente con diente al más pintado”. 
Y en otra de sus respuestas decía a Andrés Gómez -tal vez en una de sus últimas entrevistas en 2003 para el diario La Tercera-, que le gustaría morirse en plena lucidez y no “como Volodia Teitelboim, haciendo tonterías. Ya tengo 50 años, joven ya no soy. Cuando de verdad era joven, pensaba que los de 50 años eran unos viejos. Y si hay algo que no tengo es autocompasión. Las cosas son como son y ya está, lo cual no quiere decir que no me gustaría tener un poco más de tiempo, sobre todo por mis hijos. Pero sé que veinte años es mucho pedir. De cualquier forma, todo puede pasar: lo único que no haré es la siutiquería de Donoso, que pidió que le leyeran párrafos de Altazor en su lecho de muerte.


                                  

                            Apuntes sobre la Enfermedad          

                                       

Con relación a su problema de salud, Roberto Bolaño escribió un ensayo titulado “Enfermedad + Literatura” dedicado a su doctor, el hepatólogo Víctor Vargas. Allí reflexiona  en profundidad acerca del mal que le aquejaba. A continuación seleccionamos algunos párrafos de su texto.

Por Beatriz Berger

“No hace mucho tiempo –escribe– al salir de la consulta de Víctor Vargas, mi médico, una mujer me esperaba junto a la puerta confundida entre los demás pacientes que formaban la cola. Esta mujer era una mujer bajita, quiero decir de corta estatura, cuya cabeza apenas me llegaba a la altura del pecho (…) la visita, demás está decirlo había ido mal, muy mal; mi médico sólo tenía malas noticias (…) Yo me sentía, no sé, no precisamente mareado, que es lo usual en estos casos, sino más bien como si los demás se hubieran mareado y yo fuera el único que mantenía una especie de calma o una cierta verticalidad.

(…) la mujer bajita (…) se me acercó y dijo su nombre, la doctora X, y luego pronunció el nombre de mi médico, mi querido doctor Vargas (…) estaba al tanto de mi enfermedad o del progreso de mi enfermedad y deseaba incluirme en un trabajo que ella estaba haciendo. (…) Me explicó (…) que se trataba de que yo hiciera algunos tests que tenía preparados. (…)

Por supuesto, me esmeré mucho en hacerlas bien, como si quisiera demostrarle a ella que mi médico estaba equivocado, vano esfuerzo, pues aunque realizaba las pruebas de forma impecable la pequeña japonesa permanecía impasible, sin dedicarme ni la más mínima sonrisa de aliento. De vez en cuando, mientras ella preparaba una nueva prueba, hablábamos.  Le pregunté por las posibilidades de éxito de un trasplante de hígado. Muchas posibilidades, dijo. ¿Qué tanto por ciento?, dije yo. Sesenta pol ciento dijo ella. Joder, dije yo, muy poco. En política es mayolía absoluta, dijo ella.

Una de las pruebas, tal vez la más sencilla, me impresionó mucho. Consistía en mantener durante unos segundos las manos extendidas de forma vertical, vale decir con los dedos hacia arriba, enseñándole a ella las palmas y contemplando yo el dorso. Le pregunté qué demonios significaba ese test. Su respuesta fue que, en un punto más avanzado de mi enfermedad, sería incapaz de mantener los dedos en esa posición.   Éstos, inevitablemente, se doblarían hacia ella. Creo que dije: Vaya por Dios. Tal vez me reí. Lo cierto es que a partir de entonces ese test me lo hago cada día, esté donde esté. Pongo las manos delante de mis ojos, con el dorso hacia mí, y observo durante unos segundos mis nudillos, mis uñas, las arrugas que se forman sobre cada falange. El día que los dedos no puedan mantenerse firmes no sé muy bien qué haré, aunque sí sé qué no haré. Mallarmé escribió que un golpe de dados jamás abolirá el azar. Sin embargo, es necesario tirar los dados cada día, así como es necesario realizar el test de los dedos enhiestos cada día”.   (…)  
                     


 Enfermedad y Viajes


 “Realmente, es más sano no viajar, es más sano no moverse, no salir nunca de casa, estar bien abrigado en invierno y sólo quitarse la bufanda en verano, es más ano no abrir la boca ni pestañear, es más sano no respirar. Pero lo cierto es que uno respira y viaja. Yo, sin ir más lejos, comencé a viajar desde muy joven, desde los siete u ocho años, aproximadamente. Primero en el camión de mi padre, por carreteras chilenas solitarias que parecían carreteras posnucleares y que me ponían los pelos de punta, luego en trenes y en autobuses, hasta que a los quince años tomé mi primer avión y me fui a vivir a México. A partir de ese momento los viajes fueron constantes. Resultado: enfermedades múltiples.

De niño, grandes dolores de cabeza que hacían que mis padres se preguntaran si no tendría una enfermedad nerviosa y si no sería conveniente que emprendiera, lo más pronto posible, un largo viaje reparador. De adolescente, insomnio y problemas de índole sexual. De joven, pérdida de dientes que fui dejando, como las miguitas de pan de Hansel y Gretel, en diferentes países; mala alimentación que me provocaba acidez estomacal y luego una gastritis; abuso de la lectura que me obligó a llevar lentes; callos en los pies producto de largas caminatas sin ton ni son; infinidad de gripes y catarros mal curados. Era pobre, vivía a la intemperie y me consideraba un tipo con suerte porque, a fin de cuentas, no había enfermado de nada grave. Abusé del sexo pero nunca contraje una enfermedad venérea. Abusé de la lectura pero nunca quise ser un autor de éxito. Incluso la pérdida de dientes para mí era una especie de homenaje a Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura. Pero todo llega. Los hijos llegan. Los libros llegan. La enfermedad llega. El fin del viaje llega”.