BOLAÑO EN SUS PALABRAS
Con la espontaneidad y el ingenio que le caracterizaba, el autor chileno en sus conversaciones periodísticas opinaba sin restricciones sobre todos los temas en especial acerca del humor, la literatura, la enfermedad y hasta de su propia muerte, anunciada.
Por Beatriz Berger
Resulta interesante
rescatar el pensamiento de Roberto Bolaño (Santiago, abril de 1953-Barcelona,
julio de 2003) a través de las entrevistas que respondió a lo largo de su intensa
vida. Rescate que Andrés Braithwaite emprendió a través de “Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas”
(Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2011. Prólogo de Juan Villoro).
A lo largo del
libro se va develando la profundidad con
que este novelista, cuentista y poeta enfrentaba su profesión. “El único deber
de los escritores –decía– es escribir
bien y, si puede ser, algo mejor que bien, intentar excelencia”. Y más adelante
sentenciaría: “Todo escritor debe tratar de escribir una obra maestra”.
“Por encima del humor, solo está el amor”
Pero el sentido del humor, negro a veces, fue una de sus vetas más características y el mismo consideraba que junto a la ironía siempre lo preservaron de muchas cosas. Así recuerda los entretelones de su detención en el Sur de Chile después del Golpe de Estado:
-Estuve detenido
ocho días, aunque hace poco, en Italia, me preguntaron: ¿Qué le pasó a usted? ¿Nos
puede contar algo de su medio año de prisión?
Y eso se debe al malentendido de un libro en alemán donde me pusieron
medio año de prisión. Al principio me ponían menos tiempo. Es el típico tango
latinoamericano. En el primer libro que me editan en Alemania me ponen un mes
de prisión; en el segundo, en vistas de que el primero no ha vendido tanto, me
suben a tres meses; en el tercer libro, a cuatro meses; en el cuarto libro, a
cinco meses y como siga, todavía voy a estar preso.
Incluso, cuando en
algún momento de su vida llegó a pensar que se estaba volviendo loco, reconoce
haberse salvado por el humor
-Me contaba
historias que me volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que
me tirara al suelo a reírme.
Y reflexiona:
-Para mí el humor
es una de las cosas más importantes del mundo. Pienso que, en jerarquía, por
encima del humor sólo está el amor. En ese sentido, coincido con los
surrealistas. El humor negro nos hace permanecer sanos, es el arma para
transformar la vida desde la cotidianeidad.
“La literatura me ha producido riqueza”
Acerca de la
lectura, una de sus grandes pasiones comenta:
-En mi vida –dice- que ha sido más bien nómada y de una pobreza
extrema en ocasiones, leer ha contrapesado esa pobreza y ha sido mi soberanía y
ha sido mi elegancia. Podía estar en cualquier situación, y si leía a Horacio,
por ejemplo, el dandi, el que estaba viviendo por encima de sus posibilidades,
era yo, siempre. La literatura a mi me ha producido riqueza. Es riqueza.
Sobre la
trascendencia de los escritores mayores o menores asegura que dentro de cuatro
millones de años o diez millones de años va a desaparecer el escritor más
miserable del momento en Santiago de Chile “pero también va a desaparecer
Shakespeare, va a desaparecer Cervantes. Todos estamos condenados al olvido, a
la desaparición no sólo física, sino a la desaparición total: no hay
inmortalidad. (…) en el gran futuro, en
la eternidad, Shakespeare y Menganito son lo mismo, nada”.
-Pretender aspirar
a la posteridad –concluye- es el mayor absurdo imaginable, es un trabajo de
amor perdido, como diría Shakespeare.
Claridad de la estructura
Según Bolaño cada texto
exige su forma. “Hay argumentos o situaciones que piden una forma traslúcida,
clara, limpia, sencilla, y otros que sólo pueden ser contenidos en formas y
estructuras retorcidas, fragmentarias, similares a la fiebre o al delirio o a
la enfermedad”, comenta.
-La estructura
–agrega- jamás es un recurso superfluo.
Si la historia que narras es inane o está muerta o es archisabida, una
estructura adecuada puede salvarla (aunque no por mucho tiempo, eso también hay
que reconocerlo), en tanto que una historia muy buena, si está contenida en una
estructura, digamos, periciclitada, no la salva ni Dios.
-Antes de la
estructura –afirma- aparece el argumento, una masa informe donde solo late la
sangre, la experiencia, laten las imágenes; es como una pesadilla sincopada. Y
la estructura es la manera de que se haga literariamente legible, claro, porque
tampoco me interesa contar mis pesadillas.
A propósito, recuerda
que su única novela inédita tenía cuatrocientas páginas, pero al llegar a la
última se dio cuenta que le “había
salido una mierda insalvable”. Se juró, entonces, “que nunca más iba a escribir
una novela sin tener clarísima la estructura, la forma y el argumento, es
decir, sin tener la historia escrita en la cabeza a mi gusto”.
Asegura, por otra
parte, que los temas siempre son los mismos, “desde la Biblia y desde Homero.
Según Borges, no son más de cinco. En
las estructuras, por el contrario, las variantes son infinitas”.
Pornografía de la enfermedad
En 1992 a Roberto Bolaño se le
diagnosticó una grave enfermedad. “Supe que no era inmortal –declaró- lo cual,
a los 38 años, ya iba siendo hora de que lo supiera”.
Cuando Rodrigo
Pinto, en entrevista publicada en El Mercurio, abril de 2003, le preguntó cómo
le afectaba la enfermedad en su vida
cotidiana señaló:
-Bueno, me suelo
desmayar en las plazas públicas, lo que resulta muy poético y, además, me
recuerda un poema de Parra. Eso es magnífico: vivir como un turista en el
interior de un poema de Parra. Otra cosa es cuando me desmayo en los trenes.
Allí el despertar es distinto, siempre te encuentras rodeado por una multitud
que te echa aire, que te recomienda bajarte en la próxima estación, que
invariablemente no es tu estación, etcétera. Por lo demás, no me afecta en
nada.
-Mi salud mental –acota– no está muy afectada, lo que no es poco para
los tiempos que corren, y aunque ahora me canso mucho más que antes, en verdad
muchísimo más que antes, mi salud física, por llamarla de algún modo, tampoco
ha caído en picada. En realidad, cuando uno habla de la salud, sobre todo de su
propia salud, debe ir con mucho cuidado, sobre todo si lo que uno intenta es no
hacer pornografía.
Más adelante, en
otra conversación, ahonda en este tema:
-Hay que tener
mucho cuidado con la pornografía de la enfermedad, que no es, precisamente, la
vergüenza del propio cuerpo o de las miserias del propio cuerpo, sino, por
ejemplo, la avaricia de la salud. Hablo de aquellos que atesoran salud o que cuidan su cuerpo como si fuera un
tesoro, de aquellos que construyen su cuerpo como si fuera la Capilla Sixtina , algo que me
parece vomitivo, porque el destino de todo cuerpo es envejecer y luego
desaparecer. Uno debería vanagloriarse de un gusto exquisito, jamás de una
salud exquisita.
“Preferiría no morirme”
“¿En qué momento
crees que habría que morirse?” le consultaron en 2001 y respondió:
“Nunca. O lo más
tarde posible. Eso pensaba antes. Ahora creo que antes de que se te muera un hijo”.
Sin embargo, aseguró
que antes del fin, no deseaba hacer ninguna cosa en especial. “Preferiría no
morirme, claro. Pero tarde o temprano la distinguida dama llega. El problema es
que a veces no es una dama ni mucho menos es distinguida, sino más bien, como
dice Nicanor Parra en un poema, es una puta caliente, que es algo que hace dar
diente con diente al más pintado”.
Y en otra de sus
respuestas decía a Andrés Gómez -tal vez en una de sus últimas entrevistas en
2003 para el diario La Tercera-, que le gustaría morirse en plena lucidez y no
“como Volodia Teitelboim, haciendo tonterías. Ya tengo 50 años, joven ya no
soy. Cuando de verdad era joven, pensaba que los de 50 años eran unos viejos. Y
si hay algo que no tengo es autocompasión. Las cosas son como son y ya está, lo
cual no quiere decir que no me gustaría tener un poco más de tiempo, sobre todo
por mis hijos. Pero sé que veinte años es mucho pedir. De cualquier forma, todo
puede pasar: lo único que no haré es la siutiquería de Donoso, que pidió que le
leyeran párrafos de Altazor en su lecho de muerte.
Apuntes sobre la Enfermedad
Con relación a su problema de salud, Roberto Bolaño
escribió un ensayo titulado “Enfermedad + Literatura” dedicado a su doctor, el
hepatólogo Víctor Vargas. Allí reflexiona en profundidad acerca del mal que le aquejaba.
A continuación seleccionamos algunos párrafos de su texto.
Por Beatriz Berger
“No hace mucho
tiempo –escribe– al salir de la consulta de Víctor Vargas, mi médico, una mujer
me esperaba junto a la puerta confundida entre los demás pacientes que formaban
la cola. Esta mujer era una mujer bajita, quiero decir de corta estatura, cuya
cabeza apenas me llegaba a la altura del pecho (…) la visita, demás está
decirlo había ido mal, muy mal; mi médico sólo tenía malas noticias (…) Yo me
sentía, no sé, no precisamente mareado, que es lo usual en estos casos, sino
más bien como si los demás se hubieran mareado y yo fuera el único que mantenía
una especie de calma o una cierta verticalidad.
(…) la mujer bajita
(…) se me acercó y dijo su nombre, la doctora X, y luego pronunció el nombre de
mi médico, mi querido doctor Vargas (…) estaba al tanto de mi enfermedad o del
progreso de mi enfermedad y deseaba incluirme en un trabajo que ella estaba
haciendo. (…) Me explicó (…) que se trataba de que yo hiciera algunos tests que
tenía preparados. (…)
Por supuesto, me
esmeré mucho en hacerlas bien, como si quisiera demostrarle a ella que mi
médico estaba equivocado, vano esfuerzo, pues aunque realizaba las pruebas de
forma impecable la pequeña japonesa permanecía impasible, sin dedicarme ni la
más mínima sonrisa de aliento. De vez en cuando, mientras ella preparaba una
nueva prueba, hablábamos. Le pregunté
por las posibilidades de éxito de un trasplante de hígado. Muchas
posibilidades, dijo. ¿Qué tanto por ciento?, dije yo. Sesenta pol ciento dijo
ella. Joder, dije yo, muy poco. En política es mayolía absoluta, dijo ella.
Una de las pruebas,
tal vez la más sencilla, me impresionó mucho. Consistía en mantener durante
unos segundos las manos extendidas de forma vertical, vale decir con los dedos
hacia arriba, enseñándole a ella las palmas y contemplando yo el dorso. Le
pregunté qué demonios significaba ese test. Su respuesta fue que, en un punto
más avanzado de mi enfermedad, sería incapaz de mantener los dedos en esa
posición. Éstos, inevitablemente, se
doblarían hacia ella. Creo que dije: Vaya por Dios. Tal vez me reí. Lo cierto
es que a partir de entonces ese test me lo hago cada día, esté donde esté.
Pongo las manos delante de mis ojos, con el dorso hacia mí, y observo durante
unos segundos mis nudillos, mis uñas, las arrugas que se forman sobre cada
falange. El día que los dedos no puedan mantenerse firmes no sé muy bien qué
haré, aunque sí sé qué no haré. Mallarmé escribió que un golpe de dados jamás
abolirá el azar. Sin embargo, es necesario tirar los dados cada día, así como
es necesario realizar el test de los dedos enhiestos cada día”. (…)
Enfermedad y Viajes
“Realmente, es más
sano no viajar, es más sano no moverse, no salir nunca de casa, estar bien
abrigado en invierno y sólo quitarse la bufanda en verano, es más ano no abrir
la boca ni pestañear, es más sano no respirar. Pero lo cierto es que uno
respira y viaja. Yo, sin ir más lejos, comencé a viajar desde muy joven, desde
los siete u ocho años, aproximadamente. Primero en el camión de mi padre, por
carreteras chilenas solitarias que parecían carreteras posnucleares y que me
ponían los pelos de punta, luego en trenes y en autobuses, hasta que a los
quince años tomé mi primer avión y me fui a vivir a México. A partir de ese
momento los viajes fueron constantes. Resultado: enfermedades múltiples.
De niño, grandes
dolores de cabeza que hacían que mis padres se preguntaran si no tendría una
enfermedad nerviosa y si no sería conveniente que emprendiera, lo más pronto
posible, un largo viaje reparador. De adolescente, insomnio y problemas de
índole sexual. De joven, pérdida de dientes que fui dejando, como las miguitas
de pan de Hansel y Gretel, en diferentes países; mala alimentación que me
provocaba acidez estomacal y luego una gastritis; abuso de la lectura que me
obligó a llevar lentes; callos en los pies producto de largas caminatas sin ton
ni son; infinidad de gripes y catarros mal curados. Era pobre, vivía a la
intemperie y me consideraba un tipo con suerte porque, a fin de cuentas, no
había enfermado de nada grave. Abusé del sexo pero nunca contraje una
enfermedad venérea. Abusé de la lectura pero nunca quise ser un autor de éxito.
Incluso la pérdida de dientes para mí era una especie de homenaje a Gary
Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura. Pero
todo llega. Los hijos llegan. Los libros llegan. La enfermedad llega. El fin
del viaje llega”.
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