martes, 3 de mayo de 2016



Roberto Bolaño (1953-2003):





Una Estrella Distante


Recuerdos de una entrevista con el autor chileno donde recalca la importancia de la estructura en cada uno de sus libros y el valor de la poesía en su creación literaria. Comentamos al mismo tiempo  los  correos electrónicos intercambiados con el autor de “Los detectives salvajes”, quien murió cuando solo tenía cincuenta años.



Por Beatriz Berger

Mi primer contacto con Roberto Bolaño fue en 1998, a través de Jorge Herralde de Anagrama, editorial donde publicaba sus libros. Herralde me consiguió su teléfono para concertar una entrevista con él, la que fue publicada el 28 de febrero de ese mismo año, en la “Revista de Libros” del diario El Mercurio, donde yo trabajaba. Conversamos de literatura y de algunos de sus libros publicados hasta ese momento. Fundamentalmente de “Llamadas Telefónicas”, “La literatura Nazi en América” y “Estrella distante”. En todo caso, ya tenía terminada su novela “Los detectives salvajes”, que se publicaría muy pronto y trabajaba en “Amuleto”. En ese entonces, diría que Bolaño era mucho más conocido y reconocido en España que en Chile. Pero él seguía considerándose “tan clandestino y sudaca como antes”, con la única diferencia que ahora ganaba más.


Estructura de Hierro


Si bien en la entrevista nos paseamos por diversos temas, lo que realmente me impresionó fue su preocupación por la estructura de cada libro. Al punto que me dijo, sin arrogancia, que él escribía bien y a la primera, pero que si lo escrito no calzaba con la estructura, corregía hasta hacerla calzar, pues de lo contrario, llegaría a escribir miles de páginas y la historia se le escaparía de las manos. (Corregía incluso para que pareciera que no había corregido). Creo que esta estructura “de hierro” –como él la llamaba– es la que sustenta sus escritos y le ha permitido que su creación se encuentre en el nivel que está, pudiendo así provocar todos los juegos literarios que hace, incluso de pasar personajes de un  libro a otro. Señaló también que, en última instancia, su mayor inquietud era que su hijo Lautaro, en ese momento de siete años, estuviera bien “y si lo consigo –decía– yo ando casi casi cantando de felicidad”.

Esta entrevista que fue, tal vez, una de las primeras publicadas en Chile, lo dejó contento. Al punto que me escribió  una nota en marzo de 1998 desde Blanes, donde residía, que en una de sus partes dice: “Querida Beatrix, Beatrice, Beatriz Berger: Gracias por la entrevista, me gustó mucho, sobre todo porque, gracias a ti, parezco menos tonto de lo que en realidad soy, o más inteligente, que no es lo mismo, pero casi”.

Varios meses después de esta conversación, en noviembre de 1998,  me encontré –en forma personal– con él cuando vino a Chile. Nuevamente se refirió a  “Los Detectives Salvajes”, novela que al año siguiente –en 1999– ganaría el Premio Rómulo Gallegos. Habló fundamentalmente de su estructura, que permitía separarla en tres partes. De este modo, se podía unir la primera con la tercera, constituyendo una novela por sí sola, al igual  que la segunda parte, es decir la del medio, que también se podía leer de manera independiente.

Asimismo, confidenció acerca de la preparación de un libro sobre el toreo que lo tenía leyendo obras de tauromaquia y de la increíble transformación que experimenta el torero cuando está en la arena.  En este caso, se refirió a la investigación del  lenguaje que implicaba este tema.

También recordó su encuentro con Nicanor Parra, a quien consideraba “el mejor poeta vivo de la lengua castellana”, señalando, además, que conocerlo había sido una experiencia fuertísima para él. “Nicanor –cuenta– abría una puerta corredera y la cerraba. Yo intenté hacerlo y ni se movía. Dios mío dije ¿será la emoción la que me ha aflojado los músculos?”

Después de esta conversación, mantuve contacto profesional por correo electrónico con Roberto, ya que ocasionalmente le pedía colaboraciones para la “Revista de Libros”. En este intercambio de mail solía deslizar, a veces, información sobre las circunstancias que lo rodeaban. “Desde 2001 –contaba con emoción en agosto de 2002– hay uno más en la familia. Una niña muy inteligente y guapa”. Y en otra misiva del mismo mes agregaría: “En lo que respecta a los hijos, qué puedo decirte, para mi es lo único importante que he hecho en mi vida”.


Exangües Fuerzas


Pero sus comentarios también se dirigían a sus múltiples actividades, así en octubre de 2002 se explayaba sobre ellas. “Tengo un mes de noviembre agitado: taller de cuentos en Madrid, una semana, luego unas clases en Barcelona, luego un seminario sobre mi obra en Poitiers, luego otro seminario de bolañólogos en Berna, de donde saldrá un libro, para finalmente ir de rodillas a la tumba de Joyce en Zurich y clamar al cielo warum? warum?”

Su trabajo literario, por cierto, era otra de las inquietudes que daba a conocer en pocas palabras. “Mi meganovela sigue creciendo. Pero la que crece de verdad, con  belleza en verdad, y sabiduría de verdad, es mi niña que ya ha cumplido un año y medio”, escribía en octubre de 2002 y se refería asimismo a sus intenciones de venir a Chile a tomar sol e ir a la playa.

Acerca de sus colaboraciones, era enfático en exigir que no le metieran tijeras a sus textos aunque estuvieran largos.  En tal caso, prefería que no los publicaran. En junio de 2003 le pregunté si le interesaría escribir un artículo acerca  de “La Tirana” de Diego Maquieira, pues se cumplían veinte años de su publicación. Me respondió que sí, pero me preguntó de qué extensión debería ser. Le respondí que podía escribir 1.400 palabras. “Cuando me dices 1400 palabras –respondió con humor– es como si me recitaras un cuarteto en chino clásico. ¿Cuántas páginas es eso?” Le aclaré que equivalían aproximadamente a tres páginas y media tamaño carta.

No obstante, el 10 de junio de 2003 precisamente, me llegó un correo donde explicaba su debilidad física. “Creo que son demasiadas páginas para mis exangües fuerzas. Lo estuve intentando este fin de semana, pero no me salió nada decente, sino más bien todo lo contrario. Recibe un  beso. Roberto”. Este fue su último correo. Aproximadamente un mes después, el 15 de julio de 2003, moría Roberto Bolaño, quien pese a ser un gran novelista, se consideraba un poeta, pues como me dijo en la entrevista, “de los únicos trabajos literarios de los que yo estoy absolutamente seguro, deben ser tres o cuatro poemas”.





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