Roberto Bolaño (1953-2003):
Una Estrella Distante
Recuerdos de
una entrevista con el autor chileno donde recalca la importancia de la
estructura en cada uno de sus libros y el valor de la poesía en su creación
literaria. Comentamos al mismo tiempo los correos electrónicos intercambiados con el
autor de “Los detectives salvajes”, quien murió cuando solo tenía cincuenta
años.
Por Beatriz Berger
Mi primer contacto con Roberto Bolaño fue en 1998, a través de Jorge
Herralde de Anagrama, editorial donde publicaba sus libros. Herralde me
consiguió su teléfono para concertar una entrevista con él, la que fue
publicada el 28 de febrero de ese mismo año, en la “Revista de Libros” del
diario El Mercurio, donde yo trabajaba. Conversamos de literatura y de algunos
de sus libros publicados hasta ese momento. Fundamentalmente de “Llamadas
Telefónicas”, “La literatura Nazi en América” y “Estrella distante”. En todo
caso, ya tenía terminada su novela “Los detectives salvajes”, que se publicaría
muy pronto y trabajaba en “Amuleto”. En ese entonces, diría que Bolaño era
mucho más conocido y reconocido en España que en Chile. Pero él seguía
considerándose “tan clandestino y sudaca como antes”, con la única diferencia
que ahora ganaba más.
Estructura
de Hierro
Si bien en la entrevista nos paseamos por diversos
temas, lo que realmente me impresionó fue su preocupación por la estructura de
cada libro. Al punto que me dijo, sin arrogancia, que él escribía bien y a la
primera, pero que si lo escrito no calzaba con la estructura, corregía hasta
hacerla calzar, pues de lo contrario, llegaría a escribir miles de páginas y la
historia se le escaparía de las manos. (Corregía incluso para que pareciera que
no había corregido). Creo que esta estructura “de hierro” –como él la llamaba–
es la que sustenta sus escritos y le ha permitido que su creación se encuentre
en el nivel que está, pudiendo así provocar todos los juegos literarios que
hace, incluso de pasar personajes de un
libro a otro. Señaló también que, en última instancia, su mayor
inquietud era que su hijo Lautaro, en ese momento de siete años, estuviera bien
“y si lo consigo –decía– yo ando casi casi cantando de felicidad”.
Esta entrevista que fue, tal vez, una de las primeras
publicadas en Chile, lo dejó contento. Al punto que me escribió una nota en marzo de 1998 desde Blanes, donde
residía, que en una de sus partes dice: “Querida Beatrix, Beatrice, Beatriz
Berger: Gracias por la entrevista, me gustó mucho, sobre todo porque, gracias a
ti, parezco menos tonto de lo que en realidad soy, o más inteligente, que no es
lo mismo, pero casi”.
Varios meses después de esta conversación, en
noviembre de 1998, me encontré –en forma
personal– con él cuando vino a Chile. Nuevamente se refirió a “Los Detectives Salvajes”, novela que al año
siguiente –en 1999– ganaría el Premio Rómulo Gallegos. Habló fundamentalmente
de su estructura, que permitía separarla en tres partes. De este modo, se podía
unir la primera con la tercera, constituyendo una novela por sí sola, al
igual que la segunda parte, es decir la
del medio, que también se podía leer de manera independiente.
Asimismo, confidenció acerca de la preparación de un
libro sobre el toreo que lo tenía leyendo obras de tauromaquia y de la
increíble transformación que experimenta el torero cuando está en la
arena. En este caso, se refirió a la
investigación del lenguaje que implicaba
este tema.
También recordó su encuentro con Nicanor Parra, a
quien consideraba “el mejor poeta vivo de la lengua castellana”, señalando,
además, que conocerlo había sido una experiencia fuertísima para él. “Nicanor
–cuenta– abría una puerta corredera y la cerraba. Yo intenté hacerlo y ni se
movía. Dios mío dije ¿será la emoción la que me ha aflojado los músculos?”
Después de esta conversación, mantuve contacto
profesional por correo electrónico con Roberto, ya que ocasionalmente le pedía
colaboraciones para la “Revista de Libros”. En este intercambio de mail solía
deslizar, a veces, información sobre las circunstancias que lo rodeaban. “Desde
2001 –contaba con emoción en agosto de 2002– hay uno más en la familia. Una
niña muy inteligente y guapa”. Y en otra misiva del mismo mes agregaría: “En lo
que respecta a los hijos, qué puedo decirte, para mi es lo único importante que
he hecho en mi vida”.
Exangües
Fuerzas
Pero sus comentarios también se dirigían a sus
múltiples actividades, así en octubre de 2002 se explayaba sobre ellas. “Tengo
un mes de noviembre agitado: taller de cuentos en Madrid, una semana, luego
unas clases en Barcelona, luego un seminario sobre mi obra en Poitiers, luego
otro seminario de bolañólogos en Berna, de donde saldrá un libro, para
finalmente ir de rodillas a la tumba de Joyce en Zurich y clamar al cielo
warum? warum?”
Su trabajo literario, por cierto, era otra de las
inquietudes que daba a conocer en pocas palabras. “Mi meganovela sigue
creciendo. Pero la que crece de verdad, con
belleza en verdad, y sabiduría de verdad, es mi niña que ya ha cumplido
un año y medio”, escribía en octubre de 2002 y se refería asimismo a sus intenciones
de venir a Chile a tomar sol e ir a la playa.
Acerca de sus colaboraciones, era enfático en exigir
que no le metieran tijeras a sus textos aunque estuvieran largos. En tal caso, prefería que no los publicaran.
En junio de 2003 le pregunté si le interesaría escribir un artículo acerca de “La Tirana ” de Diego Maquieira, pues se cumplían
veinte años de su publicación. Me respondió que sí, pero me preguntó de qué
extensión debería ser. Le respondí que podía escribir 1.400 palabras. “Cuando
me dices 1400 palabras –respondió con humor– es como si me recitaras un
cuarteto en chino clásico. ¿Cuántas páginas es eso?” Le aclaré que equivalían
aproximadamente a tres páginas y media tamaño carta.
No obstante, el 10 de junio de 2003 precisamente, me
llegó un correo donde explicaba su debilidad física. “Creo que son demasiadas
páginas para mis exangües fuerzas. Lo estuve intentando este fin de semana,
pero no me salió nada decente, sino más bien todo lo contrario. Recibe un beso. Roberto”. Este fue su último correo.
Aproximadamente un mes después, el 15 de julio de 2003, moría Roberto Bolaño,
quien pese a ser un gran novelista, se consideraba un poeta, pues como me dijo
en la entrevista, “de los únicos trabajos literarios de los que yo estoy
absolutamente seguro, deben ser tres o cuatro poemas”.
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