Hizo una vida diferente a la de las mujeres de su época y lugar, e hizo una obra literaria sorprendente, en la que acostumbraba a destacar lo que ella consideraba importante utilizando mayúsculas en esas palabras.
Amherst, Massachussets, surge en un valle ubicado a 50 millas de Boston, y debe su nombre al barón Jeffrey Amherst, héroe que venció a indígenas y franceses. Se inicia su historia con registros del siglo XVII, pero se desarrolla un siglo después con la activa llegada de colonos protestantes que se repartieron sembrando la tierra y sus ideas puritanas.
Allí nació y creció Emily Norcross Dickinson; allí esta enterrada y se conserva su casa familiar convertida en museo -conocida como La Granja o Mansión-, colindante a la de su hermano mayor Austin y su esposa Sue (Susan Gilbert), amiga y confidente de la poetisa, al punto de atribuírsele ser la segunda persona a la que le leyó sus escritos.
Pareciera que de Amherst hay poco que hablar, pero cuando se hace un link en Internet para averiguar al respecto, aflora inmediatamente el nombre de Emily Dickinson y, a continuación, el de tres instituciones que lo han confirmado como centro de educación importante; la Universidad de Massachussets, el Hampshire College y la Academia Amherst, formada entre otros por el juez Edward Dickinson, padre de Emily, abogado como su propio padre y como su hijo Austin, y figura local prestigiosa en educación y política; de él, dijo la poeta, “su corazón era puro y terrible”. Pero ella lo amaba y respetaba, aun cuando su criterio la llevaba a rechazar la ortodoxia en algunos temas.
Edgard Dickinson, dueño de un carácter autoritario y amplia cultura, junto a su padre (Samuel Dickinson) y otros pocos logró que la localidad de Amherst fuera desde entonces más que una aldea, pese a que entró en el siglo XXI con solo 34.840 habitantes.
De Emily Dickinson también hay pocos datos precisos, más allá de las fechas de su nacimiento y partida - 10 de diciembre de 1830, 15 de mayo de 1886- y de conocerse que provenía de una familia respetable de Nueva Inglaterra, en la que era la del medio de tres hermanos. Se conocen también sus sólidos estudios formales; primero en La Academia Amherst, que dirigió su padre, donde ingresó en 1840 (dos años después de que se aceptaron mujeres) y luego en el Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, donde estuvo un año de los dos que pretendía y no pudo cumplir por su salud delicada, que la llevó de vuelta a casa. En esa institución trataron de prepararla para misionar en el extranjero, pero quedó como una de las 70 “no convertidas”, de sobre 200 alumnas.
Esto la hace especialmente singular, ya que las mujeres en la sociedad de ese tiempo y lugar, se conformaban con compartir con las vecinas la hora del té y el coro de la iglesia. Por entonces, esa localidad no tenía teatro, ni impartía conciertos de música clásica o danza. Las novelas eran consideradas “literatura disipada”, los juegos de naipes estaban prohibidos…. Ni siquiera se acostumbraba a celebrar las fiestas navideñas. Las tareas hogareñas eran una carga femenina pesada, pero en la casa Dickinson contaban con una empleada irlandesa.
Abocados a preparar misioneros que partían equipados con su mensaje, sumergidos en la austeridad y el severo puritanismo calvinista, los habitantes de Amherst no supusieron que precisamente algunos viajeros regresarían trayendo novedades del mundo con que coexistían al cruzar el límite de su territorio.
Sin embargo, Emily antes de los 20 años sumaba conocimientos profundos y dotes variadas. Además de literatura e historia, sabía de biología y botánica, entre otros; incluso, de astronomía, que le entregó otra mirada para observar las estrellas. En esa época era una joven pálida, con el cabello recogido, de ojos grandes y rasgos armónicos. Su educación se ha considerado como precoz y estresante; también se preparó en horticultura, floricultura, canto, piano (con clases los domingos)…. y aprendió griego y latín, por lo que pudo leer a Virgilio en su idioma original.
Por entonces, ya era reconocida su independencia de criterio y la profundidad de sus ideas, como hoy su capacidad de crear poemas breves y cargados de ideas. A pesar de la fidelidad a convicciones propias y la inquietud por el tema religioso, tuvo una sensación de exclusión de la religión establecida, en la que no aceptaba la doctrina del pecado original.
De su humor hay recuerdos tempranos; a los 11 años, un compañero escribió en una tarea “hay que pensar dos veces antes de hablar”, y ella le recriminó que era aburrido y que debió “haber pensado dos veces antes de escribir”….
Por su parte, de su talento literario se estima que quedaron 1.700 obras, solo 5 poemas publicados en vida, tres sin autor y otro sin que ella supiera; el resto, los descubrió, editó y compiló su hermana menor Lavinia (Vinnie), adoradora y admiradora, quien respetando la voluntad de Emily se limitó a escucharlos en vida de la autora como una de sus confidentes personal y literaria.
La poeta solía leer sin problemas sus obras frente a algunos seleccionados; amigos, críticos, pensadores (como Ralph Waldo Emerson, el socio de su padre) y maestros (como T. Higginson, conocido como el “maestro de las cartas”). En el caso del reverendo Charles Wadsworth, además quedó claro a través de cartas el sentimiento que ella le tenía, a pesar de sus aparentes diferencias teológicas. Se sabe que una vez escribió “el amor no tiene para mí más que una fecha, 1· de abril, de ayer , hoy y siempre”, refiriéndose al día en que murió Wadsworth.
Figura romántica y especial, magnética y hermética, Emily debido a la vaga información de su historia privada ha despertado curiosidad y especulaciones que, incluso, han puesto en duda su sexualidad, por ejemplo, basándose en cartas a su hermosa e inteligente cuñada Sue, en la que sorprende la carga emotiva; aunque basta releer en general sus cartas para notar la emotividad apasionada que con frecuencia dejaba verter en ellas … Hoy, solamente la coherencia de sus obras puede hablar por su autora.
Se le atribuyen dos amores, de los que no hay pruebas de que concretara una relación erótica; ambos fueron influencias importantes en sus lecturas y pensamiento. Uno, cuando muy joven, prodigado a un hombre diez años mayor que ella y ayudante de su padre, Benjamín Newton, de quien escribió en 1848, “he encontrado a un nuevo y hermoso amigo” ; se estima que fue separado de Emily por Edward Dickinson, quien no lo consideraba apropiado para su hija, y que falleció de tuberculosis a los 33 años, lejos de Amherst. El otro, un amor más maduro y supuestamente platónico, es el reverendo Charles Wadsworth; hombre casado, mayor, con quien se cree que no debió de reunirse sino unas cinco veces sola, pero mantuvo una importante correspondencia. Del último encuentro entre ambos, durante una visita de él a Amherst veinte años después haber partido de del lugar (supuestamente para no caer en la tentación), se rescata un diálogo relacionado al traslado en tren; “¿Tardó mucho su viaje?”, preguntó Emily, a lo cual Wadsworth respondió …“Veinte años”.
Pero, aun más indescifrable que su vida afectiva ha resultado el misterio de su retiro, que se inició a los 31 años y se intensificó hasta la reclusión en el cobijo del hogar; al principio era posible divisarla en el jardín disfrutando de la naturaleza, pero concluyó con ella restringida a su dormitorio. Y más incomprensible resulta, aún, cuando acompañó esa decisión con la de vestir sólo de blanco.
Hay factores que podrían explicar el hecho, aunque muchos prefieren atribuirlo a extravagancia e irracionalidad. La precariedad de su salud concentrada al final en los riñones, los problemas de visión que la llevaron a la ceguera, las penas , las pérdidas… “Agosto me ha dado las cosas mas importantes y abril me ha robado la mayoría de ellas”, declaró una vez, refiriéndose a la fecha del fallecimiento de Wadsworth, muy cerca de Newton, que fue un 24 de marzo. Ambos, dolores que quizás sobrepasaron su cuerpo frágil y ánimo sensible.
Emily Dickinson era dueña de una inteligencia que le empujaba al pensar independiente, pero una personalidad suficientemente humilde que prefirió el amor al padre autoritario que la osadía de rebelársele. Responde además a una época y lugar en que la mujer construía mundos puertas adentro, y en que el puritanismo ordenaba las cosas del interior y del exterior, en la sociedad y en el hombre.
Y para qué ponerse ropas de colores sobre su cuerpo, si ya no podía verlos… y si el blanco frente a todos ellos es, lejos, el tono más limpio, más puro.
Qué triste historia. Poco sabia de ella
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