viernes, 22 de octubre de 2010

San Juan de la Cruz (1542-1591): Poeta de lo Indecible




Impacta leer la poesía de San Juan de la Cruz porque no sólo habla de su grandeza literaria, sino también espiritual y filosófica. Por esta razón, a más de cuatrocientos años de la muerte del carmelita descalzo, su obra continúa influyendo en las nuevas generaciones de escritores y en quienes desean perfeccionar su alma. Conjunción literaria y espiritual en que se fundamenta el mayor atractivo de su creación.




por Beatriz Berger



“El alma que trabaja en desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios, luego queda esclarecida y transformada en Dios; de tal manera que parece al mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios”. Escribe San Juan en el número 98 de Instrucción y Cautelas que dedica a quienes deseen llegar a ser un verdadero religioso y conseguir la perfección. (Obras Escogidas, San Juan de la Cruz, Espasa, Madrid).


Fundamentalmente, el desafío de este hombre austero -que llevaba el hábito remendado y buscaba la celda más pequeña para vivir- fue exteriorizar su vivencia mística para que, a través de sus poemas y escritos en prosa, el lector pudiera conocer o aproximarse al menos a lo que él vivió. En ese sentido, su poesía es revelación de un aspecto de su realidad y desde ese punto de vista, puede considerarse biográfica. En «Coplas del alma que pena por ver a Dios», dice:

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

(…)
Esta vida que yo vivo
es privación de vivir;
y así es continuo morir
hasta que viva contigo,
oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero;
que muero porque no muero.

Despojarse de Fragilidades Humanas

Asimismo, en su vivencia íntima con el creador, al poeta místico le quedó claro que “para hallar en Dios todo contento, se ha de poner el ánimo en contentarse solo con Él, porque aunque el alma esté en el cielo, si no acomoda la voluntad a quererlo, no estará contenta. Y así nos acaece con Dios si tenemos el corazón aficionado a otra cosa”. (Nº84 de Instrucción y Cautelas).

Pensaba que para llegar a las mayores alturas espirituales y abrir las ventanas a un mundo nuevo, era necesario despojarse de las fragilidades humanas y así, desnudo, alcanzar la máxima fusión con la divinidad: el éxtasis. Una vez alcanzada esta maravillosa relación con lo superior, percibe que su máximo atributo es la infinita capacidad de Amar. Capacidad que superaría el entendimiento humano, pero que por especial “gracia” sólo algunos logran. De esta manera, la elevación mística permitirá a Juan acceder a un conocimiento que no puede lograrse a través de los sentidos y que es difícil, casi imposible, expresar de alguna manera. Pero así y todo, él lo intenta a través de su creación literaria.

A propósito del misticismo, de esa relación directa con la divinidad, dice el Santo: “Ninguna cosa criada ni pensada puede servir al entendimiento de propio medio para unirse a Dios… Todo lo que el entendimiento puede alcanzar, antes le sirve de impedimento que de medio, si a ello se quisiere asir.” (Del prólogo de Luis Santullano. Obras Completas. Santa Teresa de Jesús. Aguilar, Madrid, 1974).


Con la fuerza de lo vivido, en el poema «La noche oscura» de Subida al Monte Carmelo el poeta describe las tribulaciones que sufre el alma que pasa de la angustiosa noche oscura hasta llegar a la unión con el Amado.

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
(…)
¡Oh noche que guiaste,
oh noche, amable más que el alborada,
oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

Por otro lado, acercarse a los versos de San Juan de la Cruz -“el más grande teólogo de los místicos católicos”, según el monje trapense y poeta norteamericano Thomas Merton- es también acercarse a la tradición literaria del «Cantar de los Cantares» bíblico y otros escritos religiosos, donde el amor divino se expone como una metáfora del amor profano. De esta manera, en sus «Canciones entre el alma y el esposo», el autor traslada el sentimiento entre los amantes y el matrimonio, al amor del Alma con Dios (el alma pasa a ser la Esposa y Cristo el Esposo). Y no sólo aborda los momentos alegres, sino también los sufrimientos de los enamorados y de los comprometidos con él, desde que el alma empieza a servir a Dios hasta llegar al último estado de perfección. La poesía fue entonces la mejor manera que encontró San Juan para expresar su conexión con el amor divino.

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y ya eras ido.

Incluso el autor escribe sobre la relación entre los cuerpos del Amado y su Esposa, donde llama la atención que un tema espiritual aparezca tan carnal y a veces hasta erótico en los poemas. No obstante, tanto en la Biblia como en San Juan, se trata de un amor natural, que nada tiene de pecaminoso y que tiende a la unidad con el otro.
Entrándose ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.

Entender sin Entender

Provista de gran intensidad expresiva, la obra del carmelita además de arrojar valores teológicos y literarios, agrega también consideraciones filosóficas como en sus «Coplas sobre un éxtasis de alta contemplación».

Entreme donde no supe
y quedeme no sabiendo,
toda ciencia transcendiendo.

Yo no supe donde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia transcendiendo.

Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado;
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
(…)
Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás lo pueden vencer;
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Acerca de este “entender no entendiendo”, santa Teresa de Jesús en sus Mercedes de Dios entrega un juicio categórico: “Mientras menos lo entiendo más lo creo.” Y en otro lugar declara: “El entendimiento, si se entiende, no se entiende cómo entiende; al menos, no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entienda, porque, como digo, no se entiende: yo no acabo de entender esto.”

Sin duda, entender sin entender requiere humildad y Santa Teresa recomienda en sus Conceptos: “Lo que no entendáis, no os canséis. No es para mujeres, ni para hombres muchas cosas.”

Por su parte, el destacado escritor gallego José Angel Valente, -experto en San Juan de la Cruz, a quien consideraba el poeta más grande de la lengua española-, traslapola este “entender no entendiendo” a la creación poética. Comentó en una entrevista al diario El Mercurio, en 1998 que el Cardenal Nicolás de Cusa, un gran filósofo del siglo XV, ya afirmaba que hay cierto tipo de palabras que exigen un inteligere incomprehensibiliter, un entender incomprensiblemente.

Palabras que Actúan en el Alma

La palabra poética de San Juan produce, sin lugar a dudas, una acción en el alma. Lo avala José Angel Valente:

-Él habla de las palabras sustanciales, las que hacen efecto y actúan sobre el espíritu fundamentalmente. Esas son las que me interesan a mí. Cuando María contesta al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”, la palabra es actuante, crea en el interior, es operativa en el espíritu. San Juan ha hablado muchas veces de la palabra seminal, que siembra, esa que embarazó a María.
-En el mundo en que vivimos –agrega Valente-, regido por el mercado y los medios de comunicación, la poesía nos da otro pan, otro alimento necesario: la palabra sustancial, seminal, que no la entregan ni los ordenadores ni las crisis económicas ni el dinero especulativo. La palabra poética se retrae y nos retrae a una absoluta interioridad, espacio que el hombre necesita para vivir y ser más perfecto. Es importante que la gente aprenda a entender la poesía no entendiéndola.
Concluye Valente:
-La palabra del político, de la propaganda, es unívoca, no tiene más que un sentido: en cambio la poética es polisémica, significa todo al mismo tiempo. Cada vez que la pronuncias estás utilizando algo que se ha repetido muchísimos siglos atrás, arrastras todas las significaciones, ¡fíjate lo preñada de sentido que está! Por eso, un poema puede ser leído de muy distintas maneras y en cada nueva lectura se recrea. La palabra poética está siempre abierta.
Siempre abierta a las diferentes connotaciones de todos los tiempos, como es el caso de la obra de San Juan de la Cruz, de la cual el poeta y crítico literario español Luis Cernuda, destaca también la belleza y pureza literaria que, a su juicio, “son resultado de la belleza y pureza de su espíritu. Es decir, consecuencia de una actitud ética y de una disciplina moral. No es quizá fácil apreciar esto hoy, cuando todavía circula por ahí como cosa válida ese mezquino argumento favoreciendo la pureza en los elementos retóricos del poema, como si la obra poética no fuera resultado de una experiencia espiritual, externamente estética, pero internamente ética” (Las Palabras de la Tribu, José Angel Valente, Tusquets Editores, Barcelona, 1994).

“¿Poeta natural? ¿Despreocupado técnico?” Se preguntaba Dámaso Alonso con respecto del autor de Cántico Espiritual y responde: “Aquí ya no es posible dudar: quien así escribía, quien podía desarrollar un largo tema con este ímpetu y este refreno, con seguridad clásica y con alta llamarada de espíritu, era un perfecto artífice literario”. (San Juan de la Cruz. Poesías Completas. Prólogo Hugo Montes. Editorial Nascimento, Santiago, 1976).

Por último, la lectura de la obra de San Juan de la Cruz, recuerda una vez más la profunda relación que existe entre los poetas que, haciendo uso de la intertextualidad que los une a través de siglos y siglos, actualizan la creación de unos y otros. San Juan no obstante, tiene tal vez el privilegio de ser uno de los más considerados a lo largo del tiempo por figuras relevantes de la poesía, lo que habla de su vigencia, a pesar de los cientos de años transcurridos, porque después de todo, las inquietudes del hombre son las mismas:

Hace tal obra el amor
después que le conocí,
que, si hay bien o mal en mí,
todo lo hace de un sabor,
y al alma transforma en sí;
(…)

En 1726 la aureola de la santidad coronaría la cabeza de Fray Juan, al ser canonizado –su festividad se celebra el 14 de diciembre- por Benedicto XIII. Más adelante, en 1952, este hombre pequeño de estatura, pero grande a los ojos de Dios –según lo caracterizaba Santa Teresa de Jesús- sería declarado patrono de los poetas en lengua española, reconocimientos a su grandeza espiritual y literaria.

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