lunes, 19 de diciembre de 2011

Gonzalo Rojas y la Reniñez: Una Apuesta a la Imaginación




Desde pequeño el poeta de ¿Qué se ama cuando se ama? tuvo que nadar contra la corriente: de niño, venció su tartamudez cambiando unas palabras por otras, fascinándose con las letras. De adulto recibió críticas demoledoras de Alone, pero –demorándose, demorándose- siguió escribiendo hasta recibir todos los premios imaginables. Cuando fue mayor, le dobló la mano a la vejez a través de un juego imaginativo que le permitió vivir la reniñez y seguir disfrutando la vida como un “viejoven”.

por Beatriz Berger

Tenía una deuda pendiente con Gonzalo Rojas Pizarro, un hombre al que admiré y admiro, no sólo por la calidad de su poesía, sino por haber vivido con felicidad hasta sus últimos tiempos, atreviéndose a salirse del libreto y a conservar la espontaneidad y frescura de la infancia. Y así lo reconoció en Alcalá de Henares el 23 de abril de 2004 cuando recibió el «Premio Cervantes»:

-Encima de los ochenta –ya destemporalizado y desespacializado- sigo intacto, creo que sigo intacto, nadando en el oleaje de las pubertades cíclicas, de encantamiento en encantamiento y de desollamiento en desollamiento. Nada me desengaña y el mundo me ha hechizado, sin insistir en la cuerda de Quevedo. Ni en la de Huidobro que nos hizo viejóvenes para siempre.

Y determinado a no detenerse hasta llegar, buscó los juegos de la imaginación para derrotar la vejez y tener un nuevo alumbramiento: de la niñez a la reniñez, “desde el vagido al velorio”, como decía él.

-¡Ahhhh la reniñez! –señaló en entrevista con «Revista de Libros» del diario El Mercurio en 1992, con motivo del «Premio Nacional»-. La verdad es que cuando uno sobrepasa los sesenta y cinco, tal vez los setenta años, empieza a proyectarse de un modo imaginativo más lozano, más fresco. Los sentidos parecen más alertas para recibir las cosas. Por lo menos a mí me ha ocurrido y una prueba de eso es que ahora mismo estoy escribiendo cosas que tienen una vibración, una vivacidad tal vez mayor que cuando escribía desde ciertos rigores de mi edad adulta.

-La reniñez –continuó- es indispensable, tanto como lo es la niñez. En el fondo es un rescate de ella. Sólo el niño tiene esa disposición preciosa de la admiración, del asombro, del sentirse golpeado a cada instante por la realidad. Este plagio que yo llamo reniñez, es como un gran encantamiento.

Provisto del escudo de la infancia recuperada, Gonzalo Rojas luchó contra la tentación de darse por vencido y hacerse viejo pues, además, creía que los poetas eran niños en crecimiento tenaz. “Esa es una de las características del verdadero poeta. Y se crece hasta el día final y tal vez hasta más allá del día final. El poeta, en el fondo, es un gran adolescente. Está incesantemente creciendo, pero en cuanto a niño, no para llegar a ser adulto. De allí esa dimensión de estabilidad esencial de las infancias”.

A fin de cuentas, este “aprendiz inconcluso” estuvo dispuesto a no parar, “venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el Mundo”.

Tartamudo y asmático

Pero enfrentar el transcurso del tiempo fue solo uno de los tantos desafíos que el poeta tuvo que resolver a lo a lo largo de su vida. Cuando era pequeño, su tartamudez le provocó serias dificultades. Lo recuerda el propio escritor en el libro La poesía de Gonzalo Rojas, escrito por su mujer, Hilda R. May (Hiperión, Madrid, 1991).

-En el internado al que ingresé como becario pobre a los nueve años, se nos exigía leer por turno y en alta voz, durante unos veinte minutos seguidos, encima de una silla, mientras los demás comían. Imagínese (…) ahí encaramado en ese suplicio sin poder pronunciar los vocablos que empezaban con fonemas como p,q,t,k, y expuesto al escarnio y a las carcajadas de mis compañeros. Fue entonces cuando se me dio el portento del gran juego verbal, en ese espacio imaginario que se me impuso con urgencia, merced al recurso de relevar unos sonidos crueles para mi asfixia, por otros sin duda más aireados. (…) Desde ahí se me dio el neuma y la vivacidad de la palabra”.

Sólo se aprende aprende aprende
de los propios propios errores.
(El espejo)

Al mismo tiempo que el futuro poeta superaba su tartamudez con el ejercicio mental de sustituir unas palabras por otras, derrotaba los problemas que le producía el asma que lo acompañó de por vida. Y ambos los vencía creando, paso a paso, un ritmo característico de su oficio poético, el cual ejerce como si estuviera respirando más alto y más hondo.

-Como si adentro de las costillas –explicó a El Mercurio- sintiera el juego del respiro-asfixia, mucho más nítido, más limpio. Es un ejercicio casi fisiológico en mí el escribir, el soltar las amarras. No me importan para nada estos tres cuartos de siglo que tengo alojados adentro de mis costillas porque allí está el corazón golpeando con fuerza, con intensidad.

Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo: no para respirarlo
sino para vivirlo.
(La palabra)

Pero, sin estas limitaciones quizás este hombre “tartamúdico y asmático”, no habría logrado el desarrollo literario que tuvo.

-Es muy posible –señaló- que esa especie de pequeña mutilación que implicaba la dificultad para pronunciar, me hubiera exigido pensar y decir con el mayor cuidado y con el mayor desvelo la palabra. Antes parecía prevalecer en mí la modulación fónica. Yo soy un poeta realmente fónico, y ahora de viejo no más, se me ha trasladado la oreja al ojo. Es decir, ahora soy más visual y hasta escribo unos poemas que parecen fílmicos. “La palabra se me ha dado entre el estallido de lo natural y las modulaciones de la palabra. Acaso a eso, en parte, puede obedecer cierta vibración rítmica que se registra en la poesía mía”.

En el prólogo de su libro Oscuro el poeta escribe en Ars Poética en pobre prosa:

- Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso, y oigo, tan claro, la palabra “relámpago”. –“Relámpago, relámpago, relámpago”- Y voy volando en ella, y hasta me enciendo en ella todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías desde los seis y los siete años; mías como esa veta de carbón que resplandece viva en el patio de mi casa. Es el año 25 recién aprendo a leer. Tarde, muy tarde. Tres meses veloces en el río del silabario. Pero las palabras arden: se me aparecen como un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo. ¿Me atreveré a pensar que en este juego se me reveló, ya entonces, lo oscuro y germinante, el largo parentesco entre las cosas?

Epitafio antes de nacer

Con la palabra a cuestas también Gonzalo Rojas sufrió decepciones de parte de la crítica de nuestro país. Al recibir el Premio Cervantes lo recordó:

- "Alone", pontifex maximus de la crítica oficial de Chile, cartero o no pericoloso de las honras, me echó fuera del planeta el 48, cuando mi primer libro; (…) "Al paso que van, dijo, las letras nacionales no prometen nada bueno". Epitafio antes de nacer, la vanidad se cura a la intemperie como las grandes heridas, ¡y además mi libro se llamaba La miseria del hombre! Escarnio pide escarnio, y es bueno que a uno le digan no. No, porque lisa y llanamente no, y basta. Mucho sí te encumbra y te envilece. Ah, y otra cosa en esto de escribir y difundir: demórate demorándote todo lo que puedas, ritmo es ocio y sosiego (…), prisa para qué, laudatio para qué, vitrina publicitaria, publicidad vergonzosa para qué. Este oficio es sagrado y no se llega nunca. (…)

Y esta fue sólo una de las duras críticas que recibió en ese entonces, pues otros comentaristas dieron también su controvertida opinión. Mientras Teófilo Cid lo acusaba de expresionista, otros lo consideraban imitador de Campoamor. “Ricardo Latcham de morbo nuevo, don Raúl Silva Castro de peligro público por lo sucio. Libertino, obseso enfático. Vociferante dijo Jorge Elliott, quien recién asumía cátedra crítica por esa fecha (…) La miseria del hombre sigue siendo mi cantera y “quod scripsi scripsi”. Todo está ahí y perdura; el respiro-asfixia, el desenfado, el vaivén pendular de lo muy abierto a lo críptico, el desollamiento, el tono, la ambigüedad riente. Aprendí a escribir demorándome y en eso ando todavía”. Contó a la revista Babel.

Pero Gabriela Mistral, no obstante, leyó este libro con otros ojos. Escribía en una carta: “Hace una semana que tengo su libro. Me ha tomado mucho, me ha removido y, a cada paso, admirado y, a trechos, me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito (...). Lo que sé, a veces, es recibir el relámpago violento de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he experimentado con su precioso libro".

En todo caso, Gonzalo Rojas continuó escribiendo en forma pausada. Sin embargo, la parte más considerable de su obra la publicó a una edad madura. “Es raro el caso de un escritor –comentó a Revista de Libros- cuyo ejercicio literario se haga encima de los sesenta años. Pero se ha dado. Borges escribió poesía en su juventud, pero una obra no muy significativa. Después se calla para la poesía y escribe ficción, ensayos. Hacia los sesenta años recupera el vuelo poético y hace un ejercicio prodigioso”.

Publicaciones tardías que el vate chileno atribuye a que apostó a este oficio, sin impaciencias, ajeno al espejismo del éxito, “lentiforme” –como se calificaba- y demorándose, demorándose.

El éxito no cambió su vida

Además de esforzarse por conservar la capacidad de asombro, de libertad y de reírse de sí mismo que tenía en los primeros tiempos, Gonzalo Rojas no se dejó llevar por el éxito y mantuvo su vida de siempre: su larga casa en Chillán de Chile, con el jardín de rosas, la música que le gustaba y la famosa cama china con espejos.

También conservó su refugio campestre en el Torreón del Renegado, construido sobre el río Renegado –“río que zumba y suena como cien órganos de Bach y crece torrencial junto a mi casa. Viene de las cumbres y es de veras un arcángel”-, fue un espacio muy entrañable para él. Allí podía encontrarse cara a cara con la naturaleza fuerte que lo ligaba a la infancia con ventarrones, tempestades y relámpagos, tan relacionados con su Lebu natal y su palabra poética. Seguía, asimismo, con su viejo e iletrado chofer, Panchito, ese que un día le preguntó inquisidor: “Oiga don Gonzalo ¿qué es la poesia? Y el poeta le respondió: “No sé”. Entonces, rápido, le replicó: “Cuando lo sepa, me informa”. Es decir, el autor no dejó que él éxito, que calificaba como “disipación y estruendo”, le cambiara radicalmente su diario vivir y el mundo que había conformado.

Así, la vida de Gonzalo Rojas que partió un 20 de diciembre de 1917 como el séptimo hijo de un modesto minero del carbón, -quien lo dejó huérfano cuando apenas tenía
cuatro años-, en un esfuerzo espectacular para vencer sus limitaciones y dificultades del camino, desarrolló sus capacidades innatas. Capacidades que lo impulsaron a dar un
salto mortal, consiguiendo los más altos honores a los que puede aspirar un poeta: Premio Nacional, Premio Reina Sofía de Poesía, Premio Cervantes, sólo por enumerar algunos de los galardones que recibiera este hombre que tan tiernamente le cantara a su padre en su conocido poema Carbón:

(…)
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
(…)
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
—Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.


También el apoyo recibido por parte de su madre, aflora en los versos de Celia:

(…)
Y nada, nada más; que me parió y me hizo
hombre, al séptimo parto
de su figura de marfil
y de fuego,
en el rigor
de la pobreza y la tristeza,
y supo
oír en el silencio de mi niñez el signo,
el Signo
sigiloso
sin decirme
nunca
nada.
Alabado sea tu parto. (…)


Con las dos figuras paternas siempre presentes en el corazón, Gonzalo Rojas fue capaz de desafiar sus problemas a través de la creación literaria y llegar a las máximas alturas de los reconocimientos a su poesía, donde uno de los grandes temas dice relación con Dios y la muerte.

“¿Hay Dios/ en esta quebrazón de copas, o lo que va a estallar/ es el mundo?” se preguntaba el poeta del asombro en sus versos Alcohol y Sílabas. En entrevista con El Mercurio respondía:
-Sí, hay Dios, y me está viendo ahí, y hablo con El despacito”.


Conversación que se reanudaría el 25 de abril de 2011 cuando Gonzalo Rojas -quien pese a los 93 años que llevaba sobre sus espaldas, nunca renunció a la juventud-, viajaba a otro mundo para continuar el diálogo iniciado en esta Tierra, más allá, mucho más allá de las estrellas.


Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro
.
(Al silencio)

3 comentarios:

  1. Maravillosa reivindicación de Gonzálo Rojas. Precisamente estoy leyendo esa hermosa antología que es"Reniñez", la cual va acompañada por dibujos del pintor Roberto Matta. Hay algo de primigenio en los dos artistas que los hacen armonizar casi perfectamente.
    Un saludo!

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  2. Hace dos años que escribiste este comentario y yo recién lo leo. Muchas gracias soy admiradora de Gonzalo Rojas a quien conocí y entrevisté en varias ocasiones.

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  3. Hace dos años que escribiste este comentario y yo recién lo leo. Muchas gracias soy admiradora de Gonzalo Rojas a quien conocí y entrevisté en varias ocasiones.

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