Nuestro taller:
El legado de María Ester
A María Ester la recuerdo esa tarde de verano en nuestra habitual reunión del taller literario. Al iniciar la sesión se veía cansada, físicamente débil. Sin embargo, al poco rato, todo fue alegría. Como tantas otras veces, después de conversarlo todo, nos centramos en lo que acabábamos de leer: “El lirio del valle”, de Balzac. Fue el último libro que compartimos con quien sería, por tantos años, nuestra guía y amiga en el maravilloso viaje por la literatura. Pocos días después, el 6 de enero de este año, ella dejó este mundo para siempre.
Para María Ester, fuimos sus “talleristas”, como nos bautizó, un grupo de mujeres donde el respeto mutuo fue la tónica, más allá del color político y las creencias religiosas de cada una. Desinteresadamente, ella, una mujer de lucida trayectoria en el campo de las letras, puso a nuestra disposición sus conocimientos literarios, vastísimos. Nos llevó a deleitarnos con la belleza de la poesía y a profundizar en los rincones más ocultos del cuento y la novela; el revés de la trama, como decía. Recorrimos la poesía erótica de Gonzalo Rojas y la mística de San Juan de la Cruz. Nos adentramos en la literatura del horror con Henry James. Miramos el pasado bajo la óptica de la novela histórica de Alejo Carpentier, Mercedes Valdivieso, Guillermo Blanco. Gozamos, sufrimos y nos emocionamos con el “Macbeth” de Shakespeare, “Mientras agonizo” de Faulkner, “El guardián entre el centeno” de Salinger, “La tía Julia y el escribidos” de Vargas Llosa. Y tantos otros libros, los de Chejov, Hemingway, Rivera Letelier, Violeta Parra, Goethe.
Lo que caracterizó a este taller fue la libertad para escoger nuestro material de lectura. En verdaderas reuniones de pauta, se proponían y discutían ideas, bajo la conducción de María Ester. Muchas veces una cosa llevó a la otra. Por ejemplo, después de “Leer Lolita en Teherán”, de Azar Nafisi, la historia de un grupo de jóvenes mujeres iraníes que se reúnen en un taller con su profesora de literatura bajo la represión política de su país, decidimos leer las novelas que allí figuran, como “Lolita” de Vladimir Nabokov, “El gran Gatsby” de Scott Fitzgerald y “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen.
Lo mismo nos pasó cuando llegamos al final de “Balzac y la joven costurera china”, de Dai Sijie, un verdadero homenaje a la literatura y la libertad en tiempos atroces, como los de la revolución cultural en China. Esta bella y hermosa novela nos condujo a descubrir (o redescubrir) a Honoré de Balzac y otros escritores franceses de la llamada novela realista del siglo XIX.
Y todo este maravilloso trabajo se llevó a cabo bajo la conducción de alguien tan preparado como María Ester. Pero ella hizo mucho más. Con nosotras, todas ignorantes en el tema, logró echar a andar este blog, enseñándonos que para escribir publicaciones y comentarios sobre literatura hay que respetar ciertas reglas de estilo. Un parto para cada una, acostumbradas a redactar reportajes periodísticos o informes de sicología. De todas estas reglas, confieso, no llegamos a aprender ninguna.
En la última reunión que tuvimos con ella nos hicimos nuestros regalos de Pascua. Por mi parte, le llevé una agenda que, por desgracia, ni siquiera alcanzó a iniciar. La elegí porque, según decía en la tapa, era “sólo para mujeres” y a ella el tema de la mujer en la literatura, como autora o protagonista, siempre la apasionó. De ahí que leyéramos la novela de Elena Poniatowska “Hasta no verte Jesús mío”, los libros de “Rut”, “Ester” y “Judit” del Antiguo Testamento, el poema de Gabriela Mistral “Todas íbamos a ser reinas”, el drama de Ibsen “Casa de Muñecas” y tantas otras obras.
De María Ester recibimos un invaluable legado, un taller consolidado y un blog que, tal vez, signifique un pequeño aporte para quienes están en este mismo viaje por la literatura. Un taller y un blog que seguirán funcionando, tal como ella lo hubiera deseado, aunque ya no esté entre nosotras.
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