martes, 21 de septiembre de 2010

Sor Juana Inés de la Cruz, Monja Díscola, Poeta Insigne.

Mi primer encuentro con Sor Juana Inés de la Cruz se produjo en los años noventa, al ver la película “Yo la peor de todas” de la fallecida directora de cine, María Luisa Bemberg. Cuando en nuestro taller literario nos entregaron el programa de lecturas de este año, allí estaba la monja. Rápidamente me adjudiqué el tema para nuestro incipiente blog. Yo quería escribir su biografía porque me atrae su personalidad, su espíritu libre, su amor por el conocimiento. Me entristece que le hayan cortado las alas sólo por el hecho de ser mujer. Me gusta que, a pesar de esto, haya continuado escribiendo a escondidas.

Nacida a mediados del siglo 17, esta monja mejicana aparece en la capital azteca, cuando ya terminada la Conquista española, la cultura empieza a florecer entre la clase dominante del período colonial.

Su nombre real era Juana Ramírez de Asbaje, hija natural de un militar español y de una criolla, hija de terratenientes. La niña Juana presentó ya a los tres años deseos de aprender a leer, lo que logró asistiendo a las clases que le daban a su hermana mayor. Luego se interesó por los libros de la biblioteca de su abuelo. A los 8 años ya escribía poemas. Y cuando se enteró de que existían las universidades y que en ellas no recibían mujeres, empezó a pedir que la enviaran allí, aunque tuviera que vestirse de hombre. Obviamente no se lo permitieron.

La sociedad mejicana de ese período estaba integrada por españoles e indios que se fueron mezclando y formando una raza propia. La Iglesia Católica ejercía una influencia predominante y se preocupó que la literatura – y también otras artes- cumplieran un objetivo: la evangelización. La poesía era la más aceptada de las formas escritas y el teatro se usó preferentamente para la divulgación de la fe.

Antes de cumplir 10 años, Juana fue enviada a la capital a vivir con parientes. Allí se las arregló para estudiar –aprendió a dominar el latín en 20 lecciones- leyó aún mas y empezó a preocuparse de temas científicos.

En ese momento, llega a Méjico el nuevo virrey, don Sebastián de Toledo, marqués de Mancera y su esposa, Leonor de Carreto. El matrimonio, amantes de la cultura y de las artes, muy pronto se entera de las gracias de la joven Juana y la invitan a vivir en la corte. El virrey, impresionado, llama a un grupo de notables para que la sometan a un examen de conocimientos, del que la jovencita sale con honores.

Se convierte en la niña mimada de la corte y es adulada y celebrada por todos. Es bonita, ingeniosa y se rodea de los intelectuales más destacados del país. Pero, antes de cumplir veinte años, decide entrar a un convento. ¿Por qué? Definitivamente no tenía vocación religiosa. Al parecer le atraía el silencio monacal, donde ella podría dedicarse a estudiar intensamente sin ser molestada. Por otra parte, se declaraba contraria al matrimonio, lo que hizo, incluso, que le achacaran desviaciones lésbicas.

A los cuatro meses de entrar al Carmelo, Juana tiene que retirarse porque su rigurosidad perjudica su salud. Vuelve por un año a la corte y luego ingresa al Convento de San Jerónimo, cuya orden contemplativa era menos estricta. Allí adopta el nombre de Juana Inés de la Cruz, logra formar una biblioteca de cuatro mil libros, probablemente la más completa de la época, adquiere instrumentos científicos y es atendida por varias sirvientas. La monja convoca allí una especie de tertulia con sus pares intelectuales, donde estudian, discuten y hablan de filosofía.

En el convento, Sor Juana Inés llevaba la administración. Aunque le ofrecieron ser abadesa, ella siempre se negó. Financiaba sus libros y otras adquisiciones, escribiendo por encargo: villancicos, poemas, piezas de teatro, autos sacramentales, y sonetos. Se los piden personajes de la corte, sacerdotes de otros conventos o familias importantes de la sociedad mejicana. En una ocasión declaró que lo único que había escrito por su propia voluntad era “aquel papelillo que llaman el sueño”. (Primero Sueño).

Sor Juana Inés de la Cruz vivió en pleno Siglo de Oro de las letras españolas. Fue contemporánea de Quevedo, Góngora y Calderón de la Barca, todos ellos barrocos, un estilo literario que se caracteriza por el abuso de metáforas y la complejidad de la expresión, con el objetivo de asombrar o maravillar al lector. En el barroco era usual usar técnicas como la ironía, palabras con sentido doble e inversión de frases.

Nuestra monja mejicana tuvo una variada producción, incluyendo obras en prosa, entre ellas la “Carta Athenagorica” (1690), una profunda reflexión sobre las Sagradas Escrituras y la doctrina de la Iglesia, en la que critica un sermón del jesuita Antonio Vieyra. También escribió “Respuesta a Sor Filotea” (1691) dedicada al obispo de Puebla, que había criticado su afán de erudición, en un tiempo en que ésta era reservada a los hombres. Aquí, la religiosa hace un relato de su propia vida, de su amor por el conocimiento, del derecho de las mujeres a aprender y defiende su posición ante el cura Vieyra.

En cuanto a su producción teatral, incluyó muchas loas y villancicos, además de dos comedias de sainete: “Los empeños de una casa”, con gran influencia de Calderón de la Barca y “El amor es más laberinto”. Pero es en la poesía donde Sor Juana Inés llega a su máximo esplendor, entroncando con lo mejor de la lírica española. Sus poemas de amor, sus poemas de ingenio y, sus sonetos, la han hecho merecer el apelativo de la Décima Musa.

A pesar de todo su prestigio intelectual, la Carta Athenagorica y La respuesta a Sor Filotea, lograron derrumbar el maravilloso Parnaso que la religiosa había levantado en su celda. “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, sería la cita que aquí cabe. El poderoso obispo de Puebla la presionó para que dejara todo quehacer que no fuera religioso. La obligó a vender su biblioteca y su instrumental científico, pero no logró doblegar su espíritu.

Señala el Nóbel mejicano Octavio Paz, profundo estudioso de la vida y obra de la religiosa, “las autoridades son más rigurosas con esta mujer, que se ha hecho monja para poder pensar, que con sus contemporáneos varones: Góngora, Lope, por ejemplo, son malos sacerdotes, desordenados y lujuriosos, y son perdonados. Sor Juana no es una monja desordenada: es una monja díscola, y con ella son implacables”.

A partir de entonces, en 1964, deja de publicar, pero continúa escribiendo. Un inventario del siglo XIX encontrado en su celda, da cuenta de 15 manuscritos póstumos de poemas sagrados y profanos. Un libro, “La Casa del Placer”, recientemente publicado, reúne “Enigmas”, poemas que ponían a prueba el ingenio del lector. Sor Juana los escribió, por encargo de la condesa de Paredes, para un grupo de monjas portuguesas aficionadas a la lectura y grandes admiradoras de su obra, que intercambiaban cartas y formaban una sociedad a la que dieron el nombre de Casa del placer. Las copias manuscritas que hicieron estas monjas de la obra de Sor Juana fueron descubiertas en la biblioteca de Lisboa en 1968.

Las penurias de esta gran mujer continuaron. Sus amigos en la corte habían fallecido, las monjas más cercanas a ella, también. Revueltas y rebeliones surgían en distintas partes del virreinato. Méjico fue asolado por una epidemia de peste. La monja se dedicó a cuidar a las religiosas enfermas de su convento, siendo contagiada en poco tiempo. Murió en 1695, a los 44 años de edad.

María Teresa Gandarillas Vergara




2 comentarios:

  1. felicitaciones, muy buen texto. aprendí mucho.
    y el video está muy ad hoc

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  2. Ahora me han dado deseos de leer a esta monja y ver la película. Dicen que este verano llega una de Lope de Vega puedes ver algo de eso aquí http://www.antena3.com/especiales/noticias/cultura/lope/_2010081100045.html

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