Para explicarlo, esta novela escrita
por Edith Wharton(1862-193) da cuenta, paso a paso, el desesperanzado descenso
al infierno de la joven treintañera y
soltera, Lily Bart. Así como seguimos sus
movimientos en el ambiente adinerado de la alta sociedad de Nueva York a finales
del siglo 19 y advertimos cómo ella disfruta de sus beneficios, también sufrimos
al verla sucumbir bajo las tensiones derivadas de su obsesión por calzar con ese
mundo en apariencia ideal, pero falso.
Antes de comenzar, sería
interesante plantear la siguiente pregunta ¿Que es la realidad? Más aun cuando el nombre
de su protagonista es tan sugerente: Lily (que se asocia a lo espiritual) y
Bart (vinculado al comercio e intercambio de bienes y servicios)
Como sea, la cuestión no es
fácil. No importa cuánto le demos vuelta al asunto jamás llegaremos a una respuesta final.
De hecho el tema es sumamente complejo
y personal. Eventualmente la realidad no solo es un cúmulo de hechos contundentes y
contrastables por los cinco sentidos humanos como a través del razonamiento lógico
y el cálculo; también es significado emocional. Asimismo encontramos ambos mundos,
el material y el espiritual, junto a sus respectivas verdades, tan entrelazados
en el tejido que es la vida humana con un arte especial; absurdo separar con
claridad el hilado de los sentimientos e imaginación con el hilado del mundo material y la lógica.
Pero esta visión no fue siempre
así. Por muchos años se privilegió en la toma de decisiones la realidad racional
por sobre la realidad subjetiva, la que era considerada dañina para el buen
juicio. En consecuencia su estudio fue menospreciado y relegado. Pero hoy sabemos
a ciencia cierta que de su subjetividad las personas sacan la fuerza de voluntad
para actuar, para trabajar, para concentrarse, en fin para evolucionar. Solo es
negativa para quienes se ven enredados en trivialidades, o son víctimas de la estupidez
o la estrechez mental, del facilismo y
del auto derrotismo.
Mientras la subjetividad sea capaz de mirar a su
alrededor, abierta a la realidad de otros sentidos fuera de sí misma y esté
dispuesta a dejar a un lado lo pequeño y
cercano a favor de lo más lejano es siempre beneficiosa.
Aún así, el verdadero peligro de
la subjetividad para la vida humana estriba justamente en su exclusión. En un
mundo cargado a lo racional, sin el
aceite de las emociones, no será raro ver cómo algunos se ahogan en la parálisis
vital. Estancadas y sin motivos personales para actuar, atrapadas en circuitos
mentales cerrados y en automatismos, en un clima así de gélido muy pronto ellos querrán morir.
Edith Wharton retrata a su protagonista Lily Bart como una mujer marcada
desde la cuna para cumplir un destino de antemano programado, y cómo su
fidelidad hacia esa maquinaria que define su identidad, le impedirá liberarse, aun
cuando signifique la autodestrucción.
Si
bien, Lily nace estupendamente equipada para integrar la clase adinerada
de Nueva York, -es bella, encantadora, e inteligente-, salvo por el hecho que no tiene dinero, cosa
que puede resolverse sin problemas mediante un matrimonio conveniente, -pretendientes
no le faltan- una pieza no rueda como se
espera dentro de esa estupenda máquina. A pesar de sus empeños, ella no puede casarse
sin amor, algo en su interior rehúsa a
dar ese paso crucial y estropea sus planes de riqueza. Su situación general, descomplicada
e ideal, comienza a tambalearse. Y muy pronto esa máquina social dará inicio al
proceso de su marginación.
Así las cosas,
vemos a Lily en la posición del asno de Buridan, que muere de
hambre, en medio de dos fardos de heno,
a un lado, sus ambiciones materiales consolidadas mediante un matrimonio por
conveniencia y al otro, la realización emocional, cosa muy natural en una mujer
joven el desear casarse enamorada. Si
bien ella anhela lo mejor de ambos mundos, la autora le impone una encrucijada
extrema e imposible: la riqueza vs el
amor verdadero. Todo o nada.
De tal manera la novela aborda el
concepto de destino, junto al concepto de enemigo interrno, resaltando el hecho
que la mente es más complicada de lo se está dispuesto a aceptar.
Entrampada ante este dilema
catastrófico, que viene a partir su vida en dos, y que supone en forma
inevitable renunciar a un aspecto esencial de su existencia, la joven Lily da
vueltas en círculos, sin poder articular una moral personal que sirva para
distinguir lo mejor para ella.
Y para empeorar más las cosas, ella
es orgullosa. Entonces mantiene en secreto su situación y no pide ayuda,
tampoco reflexiona ni estudia su panorama. Termina aislándose, se torna pasiva,
no actúa, y se paraliza. Es evidente, a
Lily le aterra su propia existencia. Sobre todo cuando cualquiera sea su
decisión final, conlleva una pérdida importante junto al ineludible como sufrido trance del duelo y del
luto. Entonces, la joven se resiste como
puede a la experiencia de duelo, e intenta por todos los medios mantener las
cosas como están y eludir la elección.
El problema es su anemia espiritual.
Imaginemos a una niñita largamente privada de cariño verdadero, creciendo en
medio de sutiles y no tan sutiles
amenazas de abandono, de miradas indiferentes y hasta despreciativas, aterrada ante la frescura de nuevos
sentimientos, se resiste a tomarlos en serio, a reflexionar acerca de la
naturaleza de su vida y a articularse por dentro. El
resultado es trágico: Sin nada ni nadie que la sostenga, Lily cae en una profunda
depresión.
De modo que la vemos
desenvolverse como si no fuese posible hacer nada constructivo para detener la
fatalidad, sin libertad interna para mover sus recursos.
Por su parte, la autora, tampoco
ayuda. Solo se contenta con tirarle salvavidas tramposos, los que acaban hundiéndola más y más en un abismo de
soledad y desamparo sin salida. Así
pues, negada toda esperanza de transformación interior y de variación positiva,
gracias a la pluma de Edith, Lily acaba
fijada a su suerte. Termina perdiéndolo todo y no sobrevive.
El problema crucial planteado
por la novela es la falta de libertad. Entrampada en su ambivalencia, enredada
en trivialidades, sin fuerzas para avanzar ni retroceder, ni para expresar sus profundos
anhelos de cariño largamente congelados y ser sincera, la joven pierde su
fuerza vital. Le es imposible romper las ataduras con una existencia que hace
tiempo perdió su sentido. En consecuencia pierde su equilibrio, se enreda en
banalidades, se codea con tramposos y se va a la bancarrota.
¿Por qué fracasa una mujer talentosa?
O ¿Dónde está la alegría?
Esta vez la respuesta final cae
en el lector.