De «Altazor» a los «Últimos Poemas»:
Su visión cercana de
la muerte en la Revolución Española y en la Segunda Guerra Mundial,
transfiguraron a Vicente Huidobro como ser humano y poeta. A más de sesenta
años de su partida, tanto su obra como su pensamiento siguen impactando al mundo
literario.
Beatriz Berger
Lejos queda la vitalidad
creacionista, agresiva, en la poesía de
Vicente Huidobro; la poesía lúdica,
transgresora, experimental, de piruetas lingüísticas, de retos a la lógica y
hasta humorística. Lejos está ya la
poesía cerebral aunque irracional al mismo tiempo, de las ansias
profundas de escapismo desesperado de lo cotidiano y pedestre; de la ansiedad por saberlo y abarcarlo todo, de
creer que es un pequeño Dios…
Sin negar la validez
sobrecogedora de Altazor –que escribió en sus años jóvenes y se considera la
obra maestra de Huidobro- en sus Últimos Poemas (LOM, Santiago, 1994. Prólogo de Oscar Hahn) tanto él como sus versos, se encuentran transfigurados por la
vida.
Impactado por la Muerte
Dos hechos marcan esta conversión
poética del autor creacionista: el inicio de la Guerra Civil española en 1936
–cuando tenía 43 años- y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en 1939.
Conflictos bélicos que lo llevan a enfrentarse con las diferentes dimensiones
de la muerte. A ello se une el fallecimiento de su madre, que lo impactó
profundamente y el hecho de plantearse su propio fin, tras ser herido dos
veces, cuando se desempeñaba como corresponsal de guerra, entre los años 1944 y
1945.
En el libro de Cecilia García Huidobro, Vicente Huidobro
(Editorial Sudamericana, Santiago, 2000) aparece una entrevista, sin firma,
publicada en la «Revista Vea», de octubre de 1945, donde el periodista describe
a Huidobro como un ser frágil, que camina apoyado en un bastón, empapado de
“una filosofía un tanto negativa”.
“La amargura de la guerra –continúa- lo ha hecho más viejo. Sus
palabras le brotan doloridas. Estuvo enrolado en las filas de los ejércitos
norteamericanos. Se escudó bajo la bandera del gran general francés Delatre de
Tasigni. Alcanzó las palas de capitán (…)”
Botín de Guerra
Luego, el articulista comenta la llegada al hogar de
Huidobro, en ese preciso instante, de los baúles con sus pertenencias, entre las
cuales figuran un sin fin de trofeos de
guerra, como el casco de un soldado alemán, el teléfono que Hitler usaba en su
escritorio, la taza de porcelana donde el Führer acostumbraba a tomar el té, un
látigo usado por los nazis en los campos de concentración de Belsen¸ la mochila
de un soldado alemán, máscaras contra gases, un yagatán dentado de un soldado
nazi; un mantel del Obispo de Colonia… Objetos que son y serán un recordatorio
constante de su participación en el conflicto bélico.
“Vengo Deshecho”
Habla Huidobro:
-Yo conocía la guerra. Había estado en la Revolución Española. Luché
junto a los militares del Quinto Regimiento. Pero ahora ya sé lo que es pelear
bajo el fuego de las metralletas, los obuses y las bombas aéreas. Me hirieron
en el frente del Elba; en Austria estuve presente cuando capturaron al
Kromprinz. Servía como corresponsal de guerra de tres periódicos uruguayos (…)
En los diarios de Francia se publicó una entrevista que le hice al general
Eisenhower. Viví ocho meses en plena guerra. Tuve junto a mí a otro escritor
también corresponsal de guerra: André Malraux, a quien conozco desde que se
inició en la literatura. Fui de los primeros en llegar a Berchtesgaden, el
refugio de Hitler”.
Y agrega:
-Sí…sí, mis amigos. Vengo deshecho. Vi tanta miseria, tanto
dolor y tanto sufrimiento, que he regresado a mi patria con la misma
desesperación con que un náufrago agarra un trozo de madera. Ahora no tengo
otro deseo que irme al campo, tenderme en la tierra, palparla, empaparme de
ella, vivir en belleza. Ahora que estoy bajo este cielo venturoso de mi Chile,
pienso que tengo muy buena estrella. Tanta, que muchas veces he tenido la
impresión de que podría tocarla con mis manos. Estuve dos veces herido… Pude
morir… Ahora no sé si vale la pena vivir. Porque en la guerra se llega hasta a
tener temor de hacerse de amigos, porque no sabemos si mañana les hallaremos
con vida.
Huidobro, junto a su mujer Raquel Señoret y su hijo
Vladimir, se radican, en 1946, en una
hacienda, heredada de su familia, en las afueras de Cartagena. Allí disfruta de
la tranquilidad de una casa con vista al mar, del trabajo del campo y del
cuidado de su parque.
El Poeta, Dueño del
Universo
“Yo espero que los hombres hayan aprendido algo en el dolor
y la sangre.-Señala en una entrevista a la revista Zig-Zag, en enero de 1946
firmada con las iniciales A.G-. Espero
que hayan recibido una lección de cordura, y que tratarán de crear un mundo que
permita una vida mejor a la humanidad tan demasiado ilusa, tan llena de falsas
quimeras, de esperanzas vacías”.
-La poesía –añade- tiene un campo abierto ante ella más grande y más alto que nunca. El poeta es
dueño del Universo y su papel es hacer sentir a los hombres la vida real y
misteriosa de ese Universo. El poeta
debe llenar el mundo de poesía, hacer la vida poética; introducir la belleza
adentro de la vida (…) El poeta no trabaja con quimeras, sino que con
realidades; cuando él toca relaciones abstractas, él crea con ellas un todo
concreto, un hecho que es una nueva realidad: el poema (…) Si los hombres dejan
de ser animales metafísicos y se convierten en animales poéticos, aparecerá en
el mundo el reino de la bondad”.
“Siento un Renuevo Total”
Y en su última entrevista cuando en septiembre de 1946,
Jorge Onfray de revista Zig-Zag, le pregunta, “¿hasta qué
punto ha cambiado su poética luego de la experiencia de la guerra?”
-Yo mismo no lo sé -responde-. Lo único que sé es que me
siento más lleno de poesía, de ideas que afirmar, de cosas que decir. Siento un
vigor y una plenitud como nunca: un renuevo total. (…)
-Muchísimo tiene que transformarnos la guerra. La sangre,
los alaridos de dolor, los gritos de rabia, el ruido infernal de los cañones,
todo ese drama sinistro ¿se soporta acaso fácilmente? (…)
-No sólo mi poética, sino toda mi persona y mi manera de
mirar la existencia y de sentirla tienen que haberse transmutado.
Sobre sus últimas
creaciones Huidobro advierte que “muestran el precio que yo he pagado –y que
fue casi mi vida- por un renacimiento espiritual completo, por la plenitud, por
la renovación absoluta de mi ser”.
Preocupación por el Destino de la Humanidad
A propósito de Últimos Poemas, Oscar Hahn, en su
prólogo, analiza el cambio experimentado
por Huidobro en esta obra: “El pequeño Dios o el Anticristo nitzcheano
–escribe-han cedido el paso a un sujeto menos seguro de sí mismo. La nueva voz
es la de un yo biográfico, ligado a hechos concretos de la vida del autor: el
impacto de la guerra, la renuncia a los valores que sustentó en el pasado, el
dolor por la Francia ocupada por los nazis, el amor a su hija, y la muerte de
su madre, temas que rara vez están mediatizados por una carga excesiva de
imágenes creacionistas. Mientras en etapas anteriores, si se hablaba de la
familia, ésta la componían seres inventados por la fantasía –como el sobrino de
la luna, la hija del viento norte, o la prima del tiempo- los personajes que
circulan en Últimos poemas
tienen la gravitación de lo real”.
También comenta Hahn que lo que
desata el canto “ya no es el legendario narcisismo de Huidobro, sino la
preocupación por el destino de la humanidad” y que si bien había dicho “La verdad artística empieza allí
donde termina la verdad de la vida”, ahora piensa que el hombre debe construir
los astros venideros “con la voz de la vida que te enciende las alas”.
“Traigo un Alma
Lavada por el Fuego”
Esta transformación se observa claramente en «El Paso del
Retorno», donde Huidobro evalúa su trayectoria y confirma lo anterior cuando
dice:
“Oh mis buenos amigos/ ¿Me habéis reconocido?/ He vivido una
vida que no puede vivirse/ Pero tú, Poesía, no me has abandonado un solo
instante/ Oh mis amigos aquí estoy/ Vosotros sabéis acaso lo que yo era/ Pero
nadie sabe lo que soy/” (…)
Más adelante escribe acerca de sus experiencias:
(…) “Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto/ Ellos
podrán también deciros/ Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido/” (…)
Y continúa:
Heme aquí ante vuestros limpios ojos
Heme aquí vestido de lejanías
Atrás quedaron los negros nubarrones
Los años de tinieblas en el antro olvidado
Traigo un alma lavada por el fuego
Vosotros me llamáis sin saber a quién llamáis
Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae
La imagen de la nada y un rostro que sonríe
Traigo un amor muy parecido al universo
La Poesía me despejó el camino
Ya no hay banalidades en mi vida
¿Quién guió mis pasos de modo tan certero? (…)
Reflexiones sobre el pasado y de no haber sabido apreciar lo
recibido aparecen las estrofas del poema
«Madre»:
Éramos los elegidos del sol
Y no nos dimos cuenta
Fuimos los elegidos de la más alta estrella
Y no supimos responder a su regalo
Angustia de impotencia
El agua nos amaba
La tierra nos amaba
Las selvas eran nuestras
El éxtasis era nuestro espacio propio
(…)
Ahora somos una tristeza contagiosa
Una muerte antes de tiempo
(…)
Por último, leemos en los versos de «Monumento al Mar»:
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida/
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte/
Una distancia que se fue acortando con el paso de los días
en esas tierras de Cartagena, cuando rodeado de su pródiga naturaleza, el 2 de enero de 1948 –a los 55 años-, un
derrame cerebral ponía fin a la vida del
poeta, considerado el padre de la primera vanguardia latinoamericana, quien en
“La confesión inconfesable” contenida en Vientos Contrarios decía: “Desde mi
niñez nunca he obrado en disconformidad con lo más íntimo de mi ser. Ante cada
acción, ante cada gesto de mi vida siempre he mirado hacia adentro preguntando:
¿estás de acuerdo, corazón?”
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