martes, 16 de noviembre de 2010

Mario Vargas Llosa

Realidad . . . Ficción: ¿un dilema?

Desde las primeras manifestaciones literarias, el hombre ha estado preocupado sobre la verdad o mentira de una obra.  En Hispanoamérica los inquisidores prohibieron las novelas por considerar que sus contenidos eran perjudiciales para la salud espiritual y no es hasta después de la Independencia de México que se publica la primera novela en Hispanoamérica en  1816 (El periquillo sarniento  de J. J.  Fernández de Lizardi).


Según Mikail Bajtin, la novela es un género que se alimenta de todo lo que existe, hasta de carroña como el buitre que se nutre de la carcasa que dejan las aves y animales cazadores.  Para este crítico, es un discurso de una voracidad infinita por cuanto incorpora todos los discursos anteriores y posteriores a ella.

En el caso de Vargas Llosa, la novela no versa sobre un tema sustraído a la vida, sino es un conglomerado de experiencias de distintas épocas y circunstancias que yacen empozadas en el fondo del subconsciente y paulatinamente confluyen en la imaginación del escritor, quien las descompone y recompone en algo nuevo.  Así, el escritor se sirve de  la realidad mostrando y representando todos los aspectos de la vida con igual pasión y verosimilitud y sin censura alguna.  Las novelas mienten para expresar una verdad.  Hombres y mujeres no contentos con su suerte, queremos algo diferente y lo encontramos en las novelas.

En literatura, mentira no significa irrealidad, tal como lo pensó la protagonista de La tía Julia y el escribidor, luego de leer esta novela e iniciar una serie de acciones para mostrar lo que Julia Urquidi llamó la verdad de los hechos, pero no tomó en cuenta que lo que hace el escritor es transformar la vida, añadiendo o eliminando ya sea para embellecer o empeorar la realidad, y es en esto que radica la originalidad de un novelista.  Realidad es los que los lectores reconocemos como posible gracias a nuestras vivencias.
        
El tratamiento del tiempo también contribuye a que la realidad se vea como si fuera una mentira.  En la vida real el tiempo fluye sin detenerse, es inconmensurable; en cambio en las novelas las vidas se entremezclan unas con otras y, por lo mismo, el tiempo pareciera no tener ni comienzo ni fin.  Es decir, el desorden se vuelve orden, hay una causa y efecto, un fin y un principio.  El tiempo novelesco es un artificio para lograr ciertos efectos psicológicos; así el pasado puede ser posterior al presente o el efecto preceder a la causa, como lo encontramos en “Viaje a la semilla” del escritor cubano Alejo Carpentier.
        
Ficción, reportaje periodístico, libro de historia son géneros construidos con palabras, pero con sistemas diferentes de aproximación a lo real.  La ficción transgrede la vida, en cambio el periodismo y la historia no pueden hacerlo porque la verdad depende del cotejo entre lo escrito y lo real: a mayor cercanía, más verdad, y a mayor distancia más mentira.
        
Según Vargas Llosa, “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente.”  De lo que podemos concluir, que decir la verdad en ficción significa tener persuasión, habilidad, magia y fantasía para hacernos  vivir esa ilusión. 
        
Cuando leemos una novela no somos lo que habitualmente somos, porque nos metamorfoseamos en un otro.  La ficción nos completa, nos entrega otra vida y otros deseos, porque la vida no está únicamente poblada de seres de carne y hueso sino de fantasmas.  De esta manera, no hay engaño en literatura, excepto para los ingenuos que creen que la obra es una copia fiel de la realidad: los Alonsos Quijanos que toman los hechos al pie de la letra, o las Emas Bovary que llegan a la ruina porque creen que cualquiera puede ser heroína.    En La tía Julia y el escribidor,  los textos de Camacho, son la creación de quien se dedica en cuerpo y alma a una misión similar a la de don Quijote.  La diferencia estriba en que Cervantes presenta un caballero andante entregado por entero a su ideal, en cambio, el escribidor es solo un seudo escritor.
        
En cuanto al tema, tanto Vargas Llosa como Cervantes desarrollan el dilema de lo real lo que podría hacernos preguntar: ¿es ficción  o un texto autobiográfico?  Y tendríamos que responder, en ambos casos es una novela sobre lo literario y su tema es “el escritor improductivo versus un escritor productivo”.
        
La realidad ha sido fuente de inspiración y preocupación desde siempre.  Los griegos consagraron la mimesis,  un concepto que mantiene su vigencia tanto para los escritores como lectores.  Recordemos a Cervantes cuando hace decir a don Quijote,

[Sancho] cuando algún pintor quiere ser famoso en su arte procura imitar los originales de los más únicos pintores que sabe: y esta mesma regla corre por todos los oficios o ejercicios. . . no pintándolos ni describiéndolos como ellos fueron, sino había de ser, para quedar ejemplo a los venidores hombres de sus virtudes.

Vargas Losa presenta a un Camacho con una devoción hacia la escritura con tonos místicos similares.  Tiene tal control de sí mismo que como “el caballero andante” olvida sus necesidades, su torneo es con la vida cotidiana, pero fuera de las coordenadas de las personas comunes.  Se convierte en un loco para quien la ficción es lo real y la realidad no tiene valor porque carece de fantasía, de palabras, de historia y requiere de alguien como él, que transforme esa realidad inasible en algo vivo. 
        
Don Quijote y Camacho se sienten elegidos para una misión específica y, en calidad de visionarios, viven en la soledad, sufriendo la incomprensión y el abandono del mundo.  Camacho cae en una profunda depresión y, en lugar de emerger triunfante, arrastra consigo un trabajo que pudo tener una cualidad maravilloso porque se ahogó en sus escritos, no los pudo trascender, se aisló y evitó ser parte del todo.  En cambio, don Quijote en su locura, nunca pierde contacto con el todo, de hecho varias veces le guiña el ojo a Sancho para indicarle que sabe lo que es real, por ejemplo, en el episodio de los galeotes.
        
Otra similitud entre Camacho y don Quijote se da en el uso de los nombres.  En ambas obras los protagonistas reciben distintos nombres, lo que insinúa diferentes aspectos de la personalidad,  a la vez que las diversas posibilidades indican que cada posibilidad existe en los otros.  Así, el protagonista de un programa radial asume la personalidad de otro y más de uno simultáneamente.  Esta yuxtaposición de personalidades adquiere enormes dimensiones en Crisanto Maravillas, quien como su nombre lo sugiere pasa a ser símbolo de la humanidad entera.  En Crisanto, Vargas Llosa realiza el milagro de la metamorfosis final: él como Cristo, contiene a todos los hombres.  El elemento maravilloso lo encontramos cuando las partes se atraen unas a otras y se transforman en lo próximo y en lo contrario.
        
El Quijote aborda el tema de la caballería, La tía Julia el papel del escritor y la verosimilitud cuando se trata de sus experiencias.  Según Ingarden, “en la obra literaria, los objetos se dan fragmentariamente, en perspectiva.  Es el lector quien le presta concreción a estas indicaciones a través de su acto de conciencia individual”.  Tanto los lectores de Cervantes como los de Vargas Llosa tienen que organizar los segmentos que conforman los mundos ficticios de cada narración conforme a sus propios niveles de conciencia y de visión de mundo.  El juego final entre los segmentos hace que estos se entrelacen unos con otros, entregando un panorama en conformidad con la conciencia y experiencia de cada lector.  Los personajes no ficcionalizados parecen no haber pasado por el filtro de la imaginación novelesca al presentarlos con sus verdaderos nombres históricos, lo que se convierte en un acto de ilusión realista parodiante.
        
Don Quijote y La tía Julia expresan el constante conflicto entre creatividad y rutina, espontaneidad e intelecto, la naturaleza fértil y la sociedad organizada, pero estancada.  Como señala la crítica Jean Franco, son conflictos que solo pueden ser resueltos por personas capaces de abstraerse del mundo fenoménico (empírico).El novelista al echar a volar su imaginación, impulsa al lector a romper la barrera de los prejuicios y percibir nuevas verdades.
        
José Miguel Oviedo, crítico y biógrafo oficial de Mario Vargas Llosa, catalogó La tía Julia como “un autorretrato en clave”, lo que corresponde a lo que Alfonso Reyes llamó la biografía oculta del autor.  La mitad de la obra es el recuerdo de un episodio de su juventud, las relaciones, conflictos, gozos y sombras de su propia experiencia sentimental; la otra mitad es la antípoda de lo autobiográfico: un fragmento de vidas en ficción, algo entretenido y hasta caricaturesco literariamente.


María Ester Martínez S.






2 comentarios:

  1. María Ester ¡Qué bien que escribes!, ni que decir los deseos que me dan de tomar clases contigo.

    Me pregunto cuánto de nuestras vidas no es sino una narración del si mismo. ¿No será que en toda vida hay construcción de verdad, y en toda construcción de subjetividad mentimos?

    ResponderEliminar
  2. imposible pasar por la vida sin contarse cuentos que hablan de lo que nos importa, la cuestión es que ellos sean buenos, es decir que entretegan y sirvan para pensar mejor

    ResponderEliminar